Justicia, conflicto y equidad social
En la filosofía política contemporánea (dado que no se ha logrado cómo resolver en la práctica y, a veces, ni en la teoría), la cuestión de la igualdad social radica no tanto en la eliminación de los conflictos (raciales, de género, clasistas) sino en instrumentar su racionalización para solucionar los antagonismos (así sólo sean “salidas” o medias transitorias, ya que en lo sustantivo las divergencias resurgen una y otra vez), en el entendido de tratarse de mecanismos ideológicos (Althusser advierte que se trata de una política integral del Estado, incluidos medios informativos, religión, familia, escuela que se retroalimentan unos y otros) para lograr la aceptación –no digamos el consenso—de las clases dominadas a fin de administrar la permanente tensión en la cual se desenvuelve el sistema capitalista en lo nacional y lo global.
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En la sociedad actual, como sin duda a lo largo de la historia, el conflicto en las relaciones sociales adquiere connotaciones propias. La dominación, que es una constante incertidumbre de crisis social, se manifiesta principalmente en dos vertientes:
a) el aumento del número de pobres e intensidad de la pobreza, marginación, discriminación, desigualdad social y de género, desempleo y subempleo, precariedad laboral, disminución en el nivel y en la calidad de vida, reducción de oportunidades en educación, en servicios de salud, en inserción productiva y en la participación del ingreso;
b) la emigración como fenómeno global devenida en tráfico de personas, que coincidentemente comparten las rutas del narcotráfico (bandas criminales, que trabajan como eficientes organizaciones multinacionales), trasiego de armas, lavado de inmensas masas de dinero. Y, ante ello, la ineficacia de los gobiernos de países ampliamente rebasados financiara y militarmente por las mafias multinacionales.
A la política del poder se opone la contracultura de la resistencia y, en caso extremo, la rebelión. Y, en el justo medio aristotélico, aunque no es el único ni el primero, citemos a Rawls (Teoría de la justicia), quien propuso un concepto de justicia –«la justicia como equidad»— comprometida por igual con los derechos individuales asociados al liberalismo clásico y con un ideal igualitario de distribución justa que se suele asociar a las tradiciones socialista y democrática radical. (Joshua Coen). Para ello sugirió dos principios: 1) igualdad de derechos y libertades para todos; 2) organizar la estructura básica de la sociedad para la distribución equitativa de bienes y recursos.
Puntualizó que no solamente es cuestión de ingresos económicos, sino asimismo de otros bienes sustanciales como la educación y la salud, así como igualdad de oportunidades para acceder a posiciones sociales o políticas relevantes. “De este modo, se depura el acuerdo de la influencia de factores naturales y sociales que Rawls considera contingentes desde el punto de vista de la justicia, y a la vez se asegura el tratamiento equitativo de las distintas concepciones del bien”. (José Francisco Caballero. La Teoría de la Justicia de John Rawls).
Rawls supuso que, según la hipótesis del contrato social (aunque históricamente nunca demostrado, permite un planteamiento teórico que fundamenta una argumentación racional para la instrumentación práctica del orden social), conlleva el acuerdo de sus integrantes (Hobbes) tanto para disponer la organización política como la legitimación del poder político. No deja de ser una especulación teórica, aunque en la práctica los individuos simplemente se allanan no sin reticencias ni oposiciones violentas. Esto es, Rawls pretendió dar una respuesta a la “discrepancia entre el liberalismo moral laico y la orientación de la vida conforme a principios religiosos”: la tolerancia como “punto de encuentro para el consenso, y proporciona la razón pública común de una democracia plural en lo moral y lo religioso” (Caballero).
Desde otra perspectiva, George Lukács, siguiendo a Marx, considera el trabajo (antes que la justicia o la moral) como el punto de partida para abordar la realidad (y transformarla), por tanto, la base de la ética social en su doble dimensión: 1) ontológica (las condiciones materiales de existencia del ser humano) de la cual surgen 2) las apreciaciones axiológicas: definición de los fines de la existencia, la valoración de las relaciones sociales, la libertad y la justicia. (La ontología del ser social como fundamentación de la ética.www.filosofia.tk) Valoraciones éstas acuñadas en el proceso social del trabajo: “la libertad humana es una actividad más que un estado; es la realización de una posibilidad implícita en la realidad humana, su actualización depende de la actividad humana” [el trabajo].
Habermas lo admite, pero lo acusa de “reduccionista” ya que, además del trabajo, la comunicación y el lenguaje hacen posible, aduce, la sociedad humana en toda su complejidad. Sin duda, pero el desarrollo del lenguaje para efectos de la identidad de los grupos humanos y de su capacidad para organizar su vida social (familia, trabajo, supervivencia), incluso la evolución cerebral, fue un proceso íntimamente ligado al trabajo. Y éste, como lo postula Marx, es consustancial a la dinámica social. La aportación de Habermas, por otra parte, radica en explicitar la importancia del “paradigma comunicativo” como racionalidad instrumental y normativa en el “paradigma productivista”, lo cual coadyuva decididamente a explicar la evolución social. Para Marx, los fenómenos sociales “lingüísticamente mediados” implican su instrumentación ideológica y una lucha clasista que, más a allá del trabajo, impone el poder de la propiedad.