Sobre la nostalgia, la resistencia y la tristeza Covid
«El estado de ánimo que caracterizó a la juventud de 1968, una especie de ventana abierta al futuro, es algo que falta hoy”. Bernardo Bertolucci”.
Es cierto, lo cruento de la pandemia nos hace puesto a andar por todo esto como si se tratase de algo irreal: un horizonte de máscaras en el que vivimos y en donde las más de las veces no reconozcamos al conocido que pasa al lado. Tan es así que hace cosa de un año un entrañable amigo me vino a decir que le han llegado a sorprenden los abrazos y besos de una película, como si eso fuese ya parte de otro tiempo y las salas de cine, las narrativas, las vidas, las historias interminables en los libros, las calles confiadas de otros días, no fueran sino fruto de la nostalgia, ese pasado que recreamos como si viéramos desde un país extraño el girar del mudo, el paso de los días, siempre con la esperanza de volver, como sucede en todos los exilios.
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A ese amigo le he comentado hace apenas unos días, que luego de escuchar a los médicos, y sobre todo a los filósofos, hablando de esta edad de la peste, pienso seguir con la actitud de que en todo caso sería mejor en el hoy y aquí, tomarlo solo como la pequeña edad de la peste, algo como esa pequeña edad del hielo que nos permitió evolucionar e irnos adaptando a la naturaleza cambiante. No encuentro mejor propuesta que la de enfrentar lo que está ocurriendo, sin renunciar a los placeres cotidianos, a los proyectos, así como a las tareas y los deberes. Será solo asunto justo de adaptación y de temple.
Y es que quizá a pesar de las experiencias de vida, aún no se nos mete debidamente en la cabeza que en realidad el mundo y la vida están cambiando aceleradamente, dando saltos vertiginosos y de alto riesgo, y a final de cuentas serán muy pocos quienes puedan escapar a la ya nombrada tristeza COVI- Y es que de acuerdo a esos psicólogos, sociólogos y filósofos, la tristeza Covid no debe llegar a ser una depresión o cualquier otro trastorno. Y citan, entre otros muchos argumentos, que más allá de las capacidades y potencias del clínico, lo que cuenta es el consentimiento del paciente.
Tristeza covid, y no nostalgia de la oscura, porque en cada uno de nosotros está también influir en el límite de lo posible y darse contra el muro de la impotencia solo nos conducirá a más pesadumbre. A final de cuentas no hemos perdido ningún paraíso, y por el contrario tenemos ahora, a pesar de los pesares, la oportunidad de ir construyendo otro presente, por entre el dolor por los caídos, los síntomas del trastorno de ansiedad y la fatiga pandémica.
Así las cosas, habría que convocarnos en lo social y en lo personal, a asentarnos en esta difícil edad mirando hacia el mundo y la vida con la claridad de pensamiento que pueda transformar el miedo y la crispación en comprensión, solidaridad y valentía.
Que la distancia con los otros no sea capaz de acabar alejándonos también de nosotros mismos. Si es pesaroso imaginar el futuro pos-COVID-19, será necesario además no pensar que todo mañana será más fácil, como lo pregonan algunos grupos de jóvenes –no todos– y unos cuantos adultos, que de manera expresa o tácita niegan de entrada este presente y exigen que todo sea como si nada hubiera sucedido. Una estéril defensa ante las pérdidas y una amenaza al aprendizaje y la conversión que deben dignificar toda lucha.
Punto aparte será el hablar que la pandemia no ha sido democrática como algunos dicen. Carga de las más pesadas es y será siendo, quien sabe hasta cuando, el enorme costo de los efectos psicológicos que la pandemia ha cobrado en las vidas y los medios de vida de las personas más frágiles que viven en pobreza y falta de oportunidades, tiranizados por la peste y las terribles y vergonzosas disparidades estructurales que corren por los siglos en un país como el nuestro.
Las vastas tasas de infección que se multiplican en estos días a lo largo y ancho de México y de la mayoría de los países en nuestro continente son un testimonio elocuente, un libro abierto de nuestro propio fracaso nacional y, por lo tanto, una fuente de horror existencial, contra el que solo puede oponerse precisamente la comprensión del dolor propio y el de los otros, la solidaridad y la valentía.
Cada cual tendrá su particular percepción de lo que ha pasado, lo que está ocurriendo y de lo que puede estar por venir pero en lo importante no podemos dejar de coincidir, más allá de las expectativas de lo que sucederá cuando esto termine. Solo hay que recordar que también está aquí el fantasma del cambio climático.
En todo caso habría que aprovechar lo mejor de una nostalgia que fuera creativa y transformadora, “una nostalgia revolucionaria”, diría un clásico del cine y la poesía. Por lo pronto ese sería el reto para algunos de nosotros que venimos ya de por si de tiempos por demás complicados. No dejarse vencer por el pesimismo, más bien convertirlo en antítesis para continuar las nuevas resistencias.