La Crisis de México (3/3)
Francois Furet publicó a fines de los años setenta del siglo pasado un libro que, a partir de Alexis de Tocqueville y de Augustin Cochin, fue una invitación a ir más allá de las interpretaciones en uso sobre las revoluciones y en particular de la francesa. Comentó que los historiadores de esta revolución parecían estar obligados a anunciar su opinión, a declararse partidarios de uno u otro partido. Toda historia implica una elección, pero ello no significa que se debe confesar una opinión como si se tratara de una creencia política o religiosa, ya que bajo creencias ideológicas no pueden reconocerse avances historiográficos, todo está polarizado y clasificado de acuerdo a una tendencia impidiendo con ello repensar precisamente de manera abierta un proceso como el revolucionario.
De ahí que en el primer artículo de esta serie presenté las diferentes historiografías que se han dado sobre la revolución mexicana, destacando en los últimos años las interpretaciones revisionistas que vinieron a cuestionar precisamente el carácter revolucionario del estado mexicano que, contrario incluso a los ideales revolucionarios, había reprimido las voces disidentes de ferrocarrileros, médicos, estudiantes, etc. Una de las primeras voces críticas de cómo la revolución se había traicionado a sí misma fue, como lo vimos en el anterior artículo, Anita Brenner quien pudo observar de cerca cómo los generales revolucionarios, quizá con excepción de Cárdenas, habían “ahogado” a la revolución para sus propios beneficios. De ahí que su obra tardara en publicarse en México, porque planteó con claridad el abandono de los principales ideales revolucionarios.
Una voz crítica similar a la de Anita, lo fue la de Daniel Cosío Villegas quien, en los mismos años cuarenta, escribió su ensayo “La crisis de México”, en donde planteó que las metas de la Revolución se habían agotado. Vale la pena detenernos en sus ideas principales, porque sorprende la actualidad de sus argumentos de un artículo terminado en noviembre de 1946. Comienza por definir cuáles habían sido entonces las principales metas revolucionarias, si bien reconoce que nunca existió un gran proyecto revolucionario: “En todo caso, una de las tesis principales fue la condenación de la tenencia indefinida del poder por parte de un hombre o de un grupo de hombres; otra, que la suerte de los más debía privar sobre la de los menos, y que para mejorar aquella el gobierno debía dejar de ser elemento pasivo para convertirse en activo; en fin, que el país tenía intereses y gustos propios por los cuales debía valerse…” Así, dentro de la primera estaría el derrocamiento de la dictadura, de la segunda el movimiento obrero y la reforma agraria, y de la tercera el nacionalismo que exaltó lo mexicano. Algunos autores, consideró Cosío Villegas, agregaban como meta la cuestión educativa sin embargo, al autor le parecía que era uno de los temas pendientes de la revolución y de ahí que la juventud pronto retirara el apoyo al régimen. La revolución pues perdió su impulso y “todos los revolucionarios, planteó Cosío Villegas, fueron inferiores a las obras que la Revolución necesitaba hacer: Madero destruyó el porfirismo, pero no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acabaron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana. ¿O será que el instinto basta para destruir, pero no para crear?”
Al referirse a Vasconcelos, de alguna manera lo personifica con lo que ha pasado con la revolución al mencionar que “fracasó en su anhelo de conquistar la juventud: hoy la juventud es reaccionaria y enemiga de la Revolución, justamente como Vasconcelos lo ha sido y lo es.” Y termina con la pregunta sobre cómo el país puede reconquistar su camino hacia una mejor organización económica, política y social. Comenta que para algunos la solución más simple sería entregarle el poder a la derecha pero, en una clara crítica a los hombres de Acción Nacional, “sus taras son mucho mayores que sus méritos: representan y son instrumentos no del catolicismo, sino de una jerarquía eclesiástica que no tiene superioridad moral alguna; representan, o le hacen el juego, a intereses plutocráticos bien deleznables…”
La misma desconfianza habría que tenerla a un partido militar, continúa Cosío Villegas, porque si bien los generales revolucionarios salieron del pueblo, en la actualidad se han relajado y creen que representan el orden y la dignidad nacional, lo cual no es extraño que lo crean como todo soldado profesional, “el peligro será grave si los civiles principian a compartir esa opinión. Entonces habrá orden, mucho orden; pero poca dignidad, nacional o personal.”
Don Daniel concluye con otra pregunta, sobre el remedio que puede tener la crisis de México, una crisis grave ya que la Revolución ha dejado de inspirar, ha dejado de ser la carta de navegación para mantener en su puesto al piloto, y los hombres de la revolución “han agotado su autoridad moral y política.” Y por otra parte, no es claro que la redención venga de las derechas, “por los intereses que representan, por su espíritu antipopular y su impreparación (…) El único rayo de esperanza –bien pálido y distante, por cierto- es que de la propia Revolución salga una reafirmación de principios y una depuración de hombres (sin los cuales) no habrá en México autor regeneración (…)”
Un artículo sin duda que vale la pena releer. Porque Cosío Villegas describió con una gran claridad uno de los temas centrales de la vida política mexicana: la falta de un proyecto nacional que reafirme y concrete los viejos ideales o utopías mexicanos: democracia y justicia social, para lo cual se requiere de mujeres y hombres que más que intereses partidistas o personales sepan anteponer el bienestar de la comunidad. ¿Estamos preparados para ello? ¿Hemos preparado a los jóvenes para esta noble tarea? Vivimos nuevamente una grave crisis política, en donde la polarización impide recuperar con claridad por lo que vale la pena luchar. En un aniversario más de la revolución, sirva esta pequeña serie de artículos que nos ayuden a pensar y concretar, más allá de creencias ideológicas y partidistas, los ideales que han formado parte de nuestra historia política.
Fuente: Daniel Cosío Villegas, “La crisis de México”, en Cuadernos Americanos, Vol. XXXII, marzo-abril 1947, pp. 29-55.