La deconstrucción del arte

La deconstrucción del arte

Estaba hecho un tonto contando estrellas y recogiendo cenizas de pensamientos en mi habitación, nadie recordará ni mi nombre, ni mi obra después de muerto, escribir perdía significado ante este tipo de sentimiento. La canción del móvil terminaba mientras de fondo se escuchaba un ruido encima de la música que distorsionaba mi armonía auditiva. Ese ruido era  lo que llaman música en estos tiempos, el legado de mis días.

No había adagio, andante, allegro .La gran música de los siglos ya casi no era escuchada: Beethoven, Bach, Brahms;  solo contadas personas de todas las que conozco escuchaban con asombro esta música. Jóvenes y adultos sedientos de música popular para bailes  de tendencia sexual, su infame ruido sin alma; violinistas ignorados tocando Vivaldi en las calles pidiendo alguna triste moneda, la diversión consistía en hacer un ruido descomunal y perder los sentidos, ya no habían vals con armonía, ningún Strauss armonizando la alegría;solo canciones de 3 acordes y una letra con 6 adjetivos, la música se deconstruyó para no construir nada mejor.

Caminaba por  el centro de mi ciudad al siguiente día  y contemplaba una estatua la cual yo tenía que definir su forma, las bibliotecas de mi ciudad eran semejantes a los monasterios, sagrados templos de retiro; lugares silenciosos y sin gente. Las calles tenían un ritmo presuroso, todo mundo tenía prisa aunque el único sentido de nuestros actos fuera sobrevivir: oficinas, escuelas, empresas; siempre un Amo invisible dueño del tiempo y de los actos de la masa de bípedos.

¿Como recordará la historia a aquellos que no tienen placas y monumentos a su nombre? ¿En mil años nuestra época será un nuevo medioevo? Parecía que la humanidad se bebió su trascendencia  durante un día malo de trabajo, sobrevivir era el fin colectivo; la filosofía y el arte no producen dinero, producir era el verbo por antonomasia del siglo XXI.

Todo entretenimiento era considerado arte, todos se decían artistas, la finalidad del arte era vender algo;  todos creíamos en el reconocimiento perecedero de las redes sociales, casi nadie tenía tiempo para contemplar, casi  nadie tenía tiempo para crear, los libros para muchos eran papel desperdiciado, la historia comenzaba a olvidarse, los grandes artistas y escritores eran nombres insignificantes para la humanidad. El arte se hacía para vender,  no para expresar algo inefable del rincón mas sufriente del alma, no era artista quien no vendiera su arte, quien no tuviera el favor del consumo de una sociedad podrida; daba risa que se dijera cualquier humano: artista, escritor, poeta; para ser considerado uno de ellos y no dar risa, la sociedad debía consumir su obra.

Regresé a mi habitación más solo que el día anterior silbando la novena sinfonía y fumando cigarrillos,  no tengo ya con quien hablar largamente sobre el arte y mi preocupación por su condición; no observo alguna sonrisa dulce que alegre mis medievales días. Volví solamente a escuchar el canto de los grillos el cual era más armónico; en cuanto inicie el ruido y las risas, gritaré con todo mi aire: ¡dejad a los grillos cantar!

Nota del editor:

La foto corresponde a un busto en madera obra del artista Morgan Herrin.

[amazon_link asins=’9871622503′ template=’ProductCarousel’ store=’200992-20′ marketplace=’MX’ link_id=’48608a6d-c744-11e8-bdaf-41a8c5ac2d83′]

 

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!