¿La historia frente a los mitos?
Después de la gran crítica a los metarelatos y a la idea de la verdad absoluta a partir del postmodernismo, hemos reivindicado la importancia de múltiples relatos sobre un mismo proceso, además de la relevancia que pueden tener las creencias y los mitos en una cultura determinada. Como solía decir Lévi-Strauss, los mitos funcionan, pero decir que funcionan bien es simple y sencillamente una tontería. Así, la historia dará cuenta de estos mitos pero no los utilizará como buenas explicaciones, ya que héroes y divinidades dejarán de ser los actores centrales del relato.
Por ello, como hemos comentado en los anteriores artículos, el surgimiento de la idea de la historia a partir de Heródoto lo podemos considerar como la “secularización” de las explicaciones sobre los procesos sociales, de la epopeya a la historia. Ciertamente, como me lo han comentado literatos y filósofos, los relatos históricos no comenzaron en el siglo V a.C. ni siquiera en Grecia. Ya desde los antiguos egipcios, desde el cuarto milenio antes de nuestra era, los anales registraron las acciones reales con la intención de alcanzar la eternidad; sin embargo, estos relatos no tenían interés estrictamente en registrar los hechos humanos del pasado sino de contar las hazañas del rey para que fuera recordado eternamente.
Los relatos de la Ilíada cuentan una historia efectivamente desde el Canto I, sobre el rapto de la hija de Crises que, ante la negativa de Agamenón de regresarla, provoca el enojo del dios Apolo que, “indignado, suscita una terrible peste en el campamento […]” del secuestrador. Incluso Aquiles, a través de su madre, le pedirá a Zeus que le conceda la victoria a los troyanos, cosa que lleva a cabo Zeus para que finalmente propicie el festín de los dioses. De esta manera, se cuenta una historia impregnada de intervenciones divinas en donde hombres y mujeres están determinados por las acciones y emociones de dioses y héroes.
La relevancia de Heródoto será que dioses y héroes serán conocidos pero no como los determinantes del relato, porque en el fondo la intervención divina era a favor de un rey o poderoso que tenía de su lado las fuerzas del bien. Sin embargo, Heródoto será “el padre” porque no está vinculado a un poder político ni tampoco recibe prebendas de éste, sino que la historia comienza con la propuesta de un relato propio (lógos), y a partir de éste surgirá la autoridad del narrador. Una clara diferencia con otras tradiciones ya que, en palabras de François Hartog (El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro, FCE, 2003): “Si algo inventaron los griegos, no es tanto la historia como el historiador en tanto sujeto que escribe”. Esta reafirmación del yo, a través de reivindicar la propia autoría, son propios de una época (entre los siglos VI y V a.C.), en la que no sólo había la intención de comprender el mundo para su conservación (como en Mesopotamia y Egipto) sino principalmente de cuestionarlo para comprenderlo.
La historia entre los griegos era un discurso menor, frente a la filosofía y la literatura en la cual se integraban todos los relatos y todas las tradiciones orales que eran las que se divulgaban y transmitían. La Ilíada siguió siendo durante siglos, como lo sería la Biblia en su momento, el principal relato en el sentido de ofrecer respuestas sobre los orígenes de la cultura griega y su visión del mundo. Sin embargo, la hazaña de Heródoto será presentar un nuevo relato a partir de la historíe, es decir, de las “investigaciones” sobre los hechos humanos, simplemente de las actividades humanas y de los “monumentos”, lugares de la memoria. Ya no se tratará de contar la historia de algún héroe que promete una gloria “que no se consume”, sino de los griegos y de los llamados “barbaros” sólo para combatir el olvido. Así, sobre la explicación del inicio de la guerra entre griegos y persas cuenta la versión de éstos sobre el secuestro de las mujeres y la guerra de Troya; sin embargo, después de las propias investigaciones de Heródoto, la causa original de la guerra se encuentra en la primera invasión de Cresos a tierras griegas,con el fin de dominar y de cobrar tributos. Al optar por sus propias indagaciones, el historiador cambia las reglas del juego y abre un nuevo espacio.
Heródoto, que no se llama a sí mismo historiador (eso será siglos después), sí reivindica la historíe como una forma de ver y de aprender a ver (a través de los testimonios), reunir las diferentes versiones, clasificarlas y finalmente otorgarles su peso de acuerdo a los grados de verosimilitud. Este cambio epistemológico va a sustituir la visión del origen divino y va a permitir una nueva perspectiva, ciertamente limitada e inacabada, en un tiempo y un espacio concreto de hombres y mujeres; de esta manera el narrador deja de ser el vehículo o mediador de las Musas, para construir un lugar gracias a la historíe que funciona como un sustituto de la visión divina y del dictado de las Musas. En lugar del saber de la Musas, aparecen los testimonios tanto de los otros, los persas, como de los propios griegos, y a partir de la confrontación de los relatos aparecerá la voz del propio Heródoto.
Con Tucídides, motivo por el cual sería reivindicado en el siglo XIX, se introducirá la idea de una historia “verdadera”, una historia positivista o empirista, en donde se rechazará la historíe de su antecesor Heródoto como investigación, para “consignar por escrito” una verdad que parecía inmortal. Apartir de entonces la historiografía se debatirá entre una historia viajera, inacabada, frente a otra historia que se pensaría escrita de una vez y para siempre, entre una historia analítica e interdisciplinaria, frente a otra que reivindicará el empirismo. Seguiremos sobre ello.