La sacralidad de la muerte. Un nuevo comienzo

Agradezco al doctor Diego de Alba Casillas, director de Diálogos en Pluralidad, la amable invitación para unirme semanalmente al grupo de distinguidos colaboradores que recorren los caminos de la libertad, reflexión y pensamiento multicolor.
Esta columna florece al paso de los años con el aprendizaje cotidiano detrás de la lente de la cámara fotográfica que capta este mundo, este instante para coincidir en el tiempo y en este espacio.
En la entrevista Capturando el alma de la ciudad, publicada en esta plural página el día 5 de enero de 2025, dije que recordaba “todavía cuando de pequeño, con asombro, miré la colección de cámaras fotográficas que mi papá exhibe en nuestra casa”.
Lo que me inspira de este sagrado oficio son esas Miradas que nos abren la mente, alimentan el alma y enriquecen el espíritu.
El tema de esta primera colaboración es la muerte que, hasta la fecha, y gracias a Dios, no he visto, ni siquiera de lejos. La fotografía la tomé en Morelia, Michoacán, y quedó inmortalizada el día 2 de noviembre de 2022.
Nada más sagrado que la muerte. Nada más santo que la familia. Dicen los que han vivido un largo rato que, con el paso de los años, uno se va preparando para bien o mal, para llegar a ese lugar al que todos estamos destinados de acuerdo con la religión profesada.
Los oriundos de Mesoamérica comulgaban con la creencia de la existencia de una entidad espiritual en el cuerpo que brindaba identidad y conciencia al ser humano y que lo abandonaba al morir para ir a una existencia ultraterrena.

El altar de muertos es uno de los elementos que forman parte del ritual que se organiza para traer de vuelta a los que ya se han ido. Un reencuentro, aunque breve, feliz. Sin duda alguna, una herencia cultural que no tiene precio.