Las razones de un voto (Parte II)
Segunda razón: para buscar un cambio cultural
Bueno, tendré que empezar la segunda razón que de manera personal tengo para votar por AMLO, primero recordando la regla y el propósito original del ejercicio, que es exponer mis razones sin tener que recurrir a los ataques a los otros candidatos, a la vista de que cada vez estamos peor en las redes sociales al respecto. No recuerdo haber visto este nivel de agresividad, intolerancia y francamente ganas de mentir y lastimar que se vacía de forma cotidiana en la red, ni siquiera en lo más álgido de la campaña de Felipe Calderón y el «peligro para México», pero bueno el punto es tratar de ir más allá de la descalificación inmediata y proponer algo.
Segunda razón pues, creo que la victoria de AMLO puede abrir la puerta a un cambio cultural en México. Creo que la visión de lo que es México, de a dónde va, de cómo tiene que llegar está en juego en esta elección, y, dándole la razón en esto a Anaya, creo que se trata de dos visiones encontradas, dos posiciones culturales muy diferentes.
La posición cultural de nuestra clase gobernante, formada sobre todo en universidades privadas de México y Estados Unidos, decide sobre el sueldo que ganamos, sobre cómo deben ser nuestras pensiones, nuestras carreteras, nuestros bancos. Pero también cómo debemos ser nosotros mismos, excelentes, líderes, competitivos, sobre todo, productivos. Una visión orientada por completo a la competencia y a un darwinismo social muy chafa, la verdad sea dicha, nos dice que la felicidad se compra y se obtiene a través de subirnos las exigencias a nosotros mismos, y claro, a deprimirnos si no alcanzamos los estándares del éxito soñado.
Las críticas a esta posición cultural son múltiples y llevan años haciéndose escuchar, científicos sociales, intelectuales y activistas se han dedicado a diseccionar la visión del mundo como una empresa y de los seres humanos como clientes, así que ya no me detendré en ello. En todo caso, hay mucha, sólida y empírica evidencia de que esta cultura, esta idea de que todo vale siempre y cuando genere ganancia, no es buena, ya no para una sociedad determinada, sino inclusive para el planeta.
Me queda claro que los defensores de esta posición dicen que es el menor de los males, que es lo que ha «funcionado» mejor históricamente y que todo saldrá bien si seguimos a rajatabla sus recetas. Creo que no es así, ni siquiera para la asignatura en la cual enfocan sus principales baterías y Aguascalientes es el mejor ejemplo actual de ello. Durante los últimos años, el estado vivió una «época dorada» en términos de crecimiento económico, hubo una tremenda inversión extranjera que llegó al estado, se crearon parques industriales, aumentó el empleo, tuvimos años con crecimiento similar o hasta más grande que el de China. De acuerdo a la teoría y a la cultura que tenemos, todo debería ser miel sobre hojuelas, deberíamos vivir en Jauja, pero basta con preguntarle a cualquier vecino su sensación sobre la vida en Aguascalientes para ver lo lejos que estamos de ello. La cultura tecnocrática, el dogma del mercado, nos pide que le sacrifiquemos todo a las ganancias económicas, pero no nos lleva tampoco al paraíso prometido. Y lo que es peor, desde mi punto de vista, nos lleva a perder de vista el valor de lo humano y el valor de lo natural.
El ejemplo más claro de un choque entre dos formas de percibir al mundo me parece que se dio durante las discusiones por el nuevo aeropuerto de la ciudad de México. Me parece que ahí se refleja perfectamente cómo tenemos dos visiones culturales que chocan de manera frontal. Una, perfectamente sintetizada por una frase de Leo Zuckermann, quien defiende la construcción del aeropuerto porque, literalmente, «es un negociazo». Ese es el final del camino para esta cultura, no hay más. Si va a darle mucho dinero a alguien, está bien, no hace falta discutir, si te opones, es porque no sabes nada de economía y, peor tantito, porque te niegas a la modernidad, es decir, te niegas a que alguien (que ya es muy rico) se haga todavía más rico.
La otra visión cultural, en general es la narrativa que se opone al Nuevo aeropuerto porque, de entrada, es una obra poco o nada sustentable, porque conlleva un alto riesgo ecológico y humanitario, pues es un hecho que el agua potable, escasa en la zona, se la llevará el gigantesco espacio y la ciudad «moderna» que quieren construir al lado, dejando de lado a los de siempre, a los que no entran en los números de los brillantes economistas privados, que no le ven nada malo al negociazo.
Frente a esta disyuntiva, las posiciones han sido muy claras, AMLO de un lado, los demás del otro. Si no hubiera ninguna otra razón de donde sacar mi elección, con esto bastaría. No me interesa seguir con un sistema social que pone encima al dinero que a la vida, dicho esto con toda la extensión de los conceptos y las palabras. Un sistema en donde un ser humano merece un mejor trato únicamente a partir de la cantidad de dinero que tiene, no es un sistema recomendable, ni para esta sociedad, ni para ninguna otra.
El aeropuerto es una mala idea, no solo por el sobrecosto y la corrupción que ya son el sello de esta administración, sino porque pone la necesidad de unos cuantos encima de las necesidades de millones; porque pone en riesgo la sustentabilidad de la vida para una buena parte de la Ciudad de México, a cambio de vernos modernos y competitivos y, claro, de hacer un negociazo; porque pone en riesgo el ya de por sí pobre equilibrio ecológico, para poder presumir que tenemos una obra de un arquitecto famoso y sentirnos de primer mundo. El fondo de las motivaciones que impulsan al aeropuerto están inscritas en esta visión del mundo de la que venimos hablando, la misma que acaba de condenar a más de 200 mezquites en Aguascalientes a cambio de una plaza comercial, la que nos está dejando sin árboles, nos dejará en poco rato sin agua y volverá inhabitable nuestra ciudad, pero que dejará mucho dinero.
Ninguno de los oponentes de AMLO tienen problema con esta visión del mundo. La abanderan, la presumen, la apoyan por completo. En el mejor de los casos, piensan que algunas cosas de la misma están «mal implementadas», pero hasta ahí, se trata de reparaciones menores, baches que tapar, personas que mover de sus puestos y todo funcionará bien. Yo creo que nos merecemos como país y como seres humanos algo mejor que esto.
Yo creo que nos merecemos un sistema social que ponga a los seres humanos y al respeto por el planeta por delante de cualquier negocio. Creo que nos merecemos una cultura que ponga al servicio como el valor más alto al que se puede aspirar, y que sea reconocido como tal. Háganse una pregunta sencilla, ¿Qué pasaría si nos quedamos un mes sin diputados? ¿Se descompondría el país? ¿Habría caos? es dudoso, ahora, preguntemos ¿qué pasaría si nos quedáramos un mes sin barrenderos? otra historia, ¿no? ¿y cuánto gana un diputado y cuánto gana un barrendero? y no son sueldos que el mercado hubiera decidido, son decisiones políticas que tienen su raíz en la visión del mundo de la que venimos hablando y que debemos cambiar, si realmente queremos un país en donde vivamos bien todos y no solo los de siempre.
El único candidato en esta presente elección, toda vez que Marichuy no alcanzó a estar en la boleta, que puede abrir la puerta a un cambio cultural es López Obrador. A pesar del acercamiento al mundo empresarial que ha tenido a últimas fechas, me queda claro que es el único que no tiene el camino cerrado para ver el futuro con ojos que no sean los de los grandes empresarios. Otra vez, ¿eso garantiza que va a pasar? no, claro que no, eso dependerá también de todos los que pensamos que existe una forma de vivir más digna, más justa, los que preferimos la cooperación a la competencia, y el valor de las personas por encima del valor de las cosas. Pero es un paso en otra dirección, es un cambio, es la posibilidad de mirar para otro lado, de quitarnos las anteojeras que nos dicen que solo existe un camino posible, que la historia ya se acabó y no queda sino vivir cumpliéndole los antojos a los inversionistas y muriéndonos de miedo cuando llega alguien como Trump y con la mano en la cintura, puede quebrar todo lo que había, lo que, por cierto, es parte de la tercera razón, que se platicará en la siguiente entrega.
Frente a las opciones de más de lo mismo, pintado de otro color y tal vez con un moño encima, pero lo mismo, prefiero la opción de buscar algo diferente, de intentar un camino distinto al que hemos recorrido los últimos 30 años. Se requiere ser Peña Nieto para sostener que estamos muy bien, a la vista de los indicadores en rojo en prácticamente todos los sectores. Hay que movernos, pero cambiar a la gente de arriba para que todo lo de abajo siga funcionando igual ya se probó, y tampoco funcionó, hay que buscar otra opción, siempre es posible que nos equivoquemos, pero la posibilidad de acertar, vale la pena el riesgo.