Liberarnos del pasado
A mis alumnos de Epistemología
El pasado no importa, es pasado. Se trata de una frase que representa el pensamiento de buena parte de las nuevas generaciones, para quienes lo anterior a su fecha de nacimiento no existe, se desconoce o francamente se desdeña. Esta actitud generalmente se asocia a la mala enseñanza de la historia, todavía impregnada de un empirismo que obliga al aprendizaje de fechas y de personajes, pero no de una mayor comprensión de los procesos. Sin embargo, el problema va más allá de lo aprendido o no en las escuelas, se trata de una visión que parte de razones y emociones más profundas, de mentalidades o de un “régimen histórico presentista” que habría que reflexionar.
El descrédito de la historia tiene que ver fundamentalmente con el cuestionamiento a la verdad, propio de la posmodernidad y que en el país poco se ha debatido. La crítica a los llamados “metarelatos” o a las explicaciones generales que servían para todo tiempo y lugar, como lo fue el marxismo, ha sido una de las características del pensamiento posmoderno. Ello además fue acompañado de la idea de que toda explicación es a final de cuentas un discurso, por lo que la separación entre la ficción y la historia comenzó a desvanecerse. Al considerar que la historia era parte de un relato o de una narrativa, entonces los criterios de validación pasaron a ser parte de un análisis lingüístico y no de los criterios tradicionales para alcanzar una mayor objetividad. De esta manera no sólo se cuestionó justificadamente la idea de una verdad absoluta, lo cual se hizo desde principios del siglo XX, sino también se cuestionó las posibilidades de distinguir entre los relatos y sus grados de objetividad.
A principios del siglo XX, junto con el avance de la teoría de la relatividad en la física, comenzó a cuestionarse la idea de la existencia de verdades absolutas tal y como se propuso establecer la ciencia decimonónica. Frente a la idea de que cada estudio de caso era una suerte de ladrillo que permitía ir construyendo una verdad más amplia, al grado de establecer leyes generales del conocimiento, se propuso una epistemología o teoría del conocimiento que reconocía la importancia de los contextos, de verdades relativas para un tema o momento en específico. Si en la física un objeto podría cambiar sus características de acuerdo al contexto (si se encontraba en la tierra o fuera de), con mayor razón en las ciencias sociales y en la historia particularmente se dejó de pensar en verdades para todo tiempo y lugar, para enfatizar la importancia de los contextos y del reconocimiento de metodologías plurales.
Después de la segunda gran guerra y como parte de los movimientos de protesta de los años sesenta del siglo pasado, la crítica a las grandes teorías explicativas propias del siglo XIX y a su idea de la construcción de verdades se hizo cada vez más radical. También influyeron los movimientos de liberación nacional y su crítica a los imperialismos y, como parte de ello, a las visiones más euro y anglo centristas. Igualmente comenzaron a manifestarse con mayor claridad las críticas feministas a las historias contadas sólo por hombres y para hombres. Inicialmente la historia de las mujeres y más tarde la historia de género, como una construcción social de la sexualidad más allá de las restricciones biológicas, formaron parte fundamental de los grandes cambios que trajo la posmodernidad en su conjunto. De tal manera que la crítica a los “metarelatos” tradicionales, a la idea de la verdad misma, vino acompañada de grandes transformaciones sociales y de cambios en las maneras de contar las historias.
Parte de ello fue también la historia regional, como una forma de reconocer la fragmentación histórica, si bien poco se discutió sobre las formas de hacer la microhistoria. Particularmente la microhistoria italiana vino a representar una alternativa a la fragmentación en los estudios históricos, para tratar de conectar las historias locales con las historias más amplias. Preguntas globales y respuestas locales fue la frase central de la propuesta de Giovanni Levi, uno de los mejores representantes de esta tendencia junto con Carlo Ginzburg.
Así pues, las transformaciones en las formas de hacer historia representaron cambios más profundos en las ideas y en las mentalidades, en las prácticas y las representaciones, que vinieron a ofrecer alternativas ante discurso dogmáticos sobre la comprensión de la historia. No obstante estos cambios positivos en la manera de entender el mundo, la posmodernidad trajo también consigo la semilla del cuestionamiento a las posibilidades de todo conocimiento. Este radicalismo postmoderno bajo el argumento de que toda opinión es válida ha implicado el mundo de la “infocracia”, es decir el predominio de ideas maniqueas, en blanco y negro, junto con noticias falsas, sin plantearse las fromas en que el conocimiento requiere para validarse y legitimarse. De ahí por ejemplo el desprecio al mundo científico e intelectual en las redes, pero sobre todo de los gobiernos populistas y autoritaritarios.
Immanuel Wallerstein ha escrito varios trabajos al respecto, además de los importantes libros sobre la formación de la economía mundial, particularmente el titulado Las incertidumbres el saber en donde distingue la justa crítica al “cientificismo”, es decir a la idea de que la ciencia es producida a partir de las ideas tradicionales sobre la verdad (con una gran carga de soberbia frente a otros saberes), y la ciencia más propositiva que reconoce la necesidad de incorporar nuevas formas de validación de los conocimientos, el reconocimiento de los diferentes movimientos sociales en la apertura del conocimiento y sobre todo del trabajo interdisciplinario. Sin embargo, poco hemos construido alternativas ante la inccertidumbre en los saberes existentes.
Quizá el malestar de los jóvenes frente a la historia, tema con el que inicié este artículo, se deba a los grandes cuestionamientos existentes hacia la idea de la verdad absoluta, pero también a que los historiadores (as) no hemos podido ofrecer respuestas a estas dudas a través de formas más comprensivas sobre un mundo cambiante y complejo. Porque liberarnos del pasado puede ser un ejercicio sano, sobre todo si se trata de liberarnos de visiones ideológicas sobre el pasado, las que generalmente utilizan los políticos para legitimarse. Sin embargo, una nueva historia pude ayudarnos también a liberarnos de ese pasado ideologizado, a través de contar historias incluyentes y plurales. Lucien Febvre, el fundador de la revista los Annales junto con Marc Bloch, escribió que esta nueva historia debe ayudar a quitarnos el peso del pasado que recae sobre nuestros hombros. De esta manera, quizá, podamos reconocer la importancia de escribir sobre la historia para ayudarnos a encontrar nuevos futuros.