Marx. El valor de la política

En “La ideología alemana” Marx asienta que “el lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios del intercambio con los demás hombres. Donde existe una relación, existe para mí, pues el animal no se ‘comporta’ ante nada ni, en general, podemos decir que tenga ‘comportamiento’ alguno … La conciencia es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos”. [Subrayado mío]
“La conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas … y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que los hombres se comportan de un modo puramente animal y que los amedrenta como al ganado; es, por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural)». (La ideología alemana, Carlos Marx, Federico Engels, Coedición Ediciones Pueblos Unidos, Ed. Grijalbo, 1974, P. 31)
Al respecto, en carta de Engels a Francisco Mehring (1846-1919), julio 14-1893, reconoció que al insistir “en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, y los actos condicionados por ellas … el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de esas ideas … La ideología es un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente, pero con una conciencia falsa…” (C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas, Ediciones de Cultura Popular, sin fecha de publicación, p. 726).
Para Marx la ofuscación entre las verdaderas necesidades del hombre y los ideales, obliga a tomar conciencia de esta realidad y no confundirla con los ideales. “Sólo si la conciencia falsa se transforma en conciencia verdadera, es decir, sólo si tenemos conciencia de la realidad, en vez de deformarla mediante racionalizaciones y ficciones, podemos cobrar conciencia también de nuestras necesidades humanas reales y verdaderas” (La ideología alemana, p. 19).
En cuanto al cambio revolucionario, “la violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva” (El Capital, http://www.librodot.com, p. 496). Pero no creía en el poder creador de la violencia física sino de la fuerza política. La violencia es factor transitorio, “nunca el papel de un elemento permanente en la transformación de la sociedad” (La Ideología, p. 20). [En el entendido, acoto de mi parte, que “fuerza política” no es sino lucha de clases].
Erich Fromm (1900-1980), agudo crítico de lo que denunció como la decadencia moral de “occidente”, ante los residuos del macartismo fanático anticomunista-antimarxista, en el ambiente de la “guerra fría” y del generalizado temor ante el permanente riesgo de la guerra nuclear URSS-EU-OTAN. Pese a ello publicó “Marx y su concepto del hombre” (1961), a fin de introducir en Estados Unidos el pensamiento de Marx. En particular destacan sus reflexiones acerca de los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844.
En el prefacio de su libro, afirmó que “la filosofía de Marx … representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental … filosofía de protesta … imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar sus potencialidades” (Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, FCE, Tercera reimpresión, 1970, p. 5).
Aclara que la palabra “socialismo” era “diabólica e irrecomendable” [en Estados Unidos], pero en el resto del mundo –particularmente en Asia y África [yo añadiría Iberoamérica]— ya que lo entendía como una teoría que simbolizaba sus luchas anticolonialistas, así como por sus “inherentes elementos espirituales de justicia, libertad y universalidad” (p. 6). Desde luego, repudia abiertamente el “capitalismo de Estado” soviético y el totalitarismo de la China de Mao, que se autocalificaban como socialistas acordes, supuestamente a las teorías de Marx. Pese a ello, frente a la “esclavitud” (sic) de la libre empresa, prefirió hacer público su apoyo a Rusia y a China “en la batalla por el espíritu de los hombres”. El socialismo marxista, adujo, es la “suma de la tradición humanista occidental … la tradición de la libertad del hombre, no sólo de sino para desarrollar sus propias potencialidades humanas”. La opción para los países “subdesarrollados” –como se les clasificó en esa época— es “el socialismo marxista humanista” (p. 6).
Fromm crítica y responde analíticamente lo que llamó “la falsificación de las concepciones de Marx”, lo cual, infiero, fue –y sigue siendo— parte sustantiva de la guerra ideológica y propagandística de las potencias capitalistas dominantes.
De ahí, expone que “el fin de Marx era la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza. La filosofía de Marx fue, en términos seculares y no teístas, un paso nuevo y radical en la tradición del mesianismo profético; tendió a la plena realización del individualismo, el mismo fin que ha guiado al pensamiento occidental desde el Renacimiento y la Reforma hasta el siglo XIX”.