¿Por donde queda la riqueza?

¿Por donde queda la riqueza?
La persecución de la máxima ganancia a costa de todo es completamente insostenible, ya no en el largo plazo, sino también en el corto.

Platicábamos en la entrega anterior sobre lo extendido que se encuentra entre nosotros la idea, casi la ideología, de que el progreso forzosamente implica sacrificios, de que si queremos tener algo bueno, debemos estar dispuestos a perder algo, debemos resignarnos a dejar ir la naturaleza, la soberanía, la dignidad laboral, la solidaridad para con los que tienen menos, si queremos el progreso, nos dicen los apóstoles de la modernidad, con el recién resucitado Carlos Salinas a la cabeza, tenemos que despedirnos de todo lo que obstaculice el arribo del progreso. Porque todos queremos progreso ¿no?

Dicen los que saben que una de las formas de identificar una idea hegemónica, esto es, una idea que se impone sobre las demás y domina la forma de pensar de la gente, es que nadie la cuestione. La idea de progreso es claramente una de las ideas hegemónicas más fuertes de las últimas décadas, cuando no del último siglo. Por el progreso se han talado los bosques, arrasado ciudades, esclavizado gente, robado tierras, inundado pueblos, y, obviamente, construido pasos a desnivel, y todo sin cuestionarlo. El progreso es la excusa perfecta para cualquier cosa que afrente a los individuos o a la naturaleza, ¿fracking? hay que hacerlo por el progreso, ¿outsourcing? sin la flexibilización laboral no puede haber progreso, que importa que se pierdan derechos laborales y seguridad social.

¿Pero realmente qué es el progreso? ¿cómo sabemos cuando llegamos ahí? ¿dónde está la línea de llegada en esta carrera contra la razón? Ningún burro se va a mover con una zanahoria tan abstracta, hay que ofrecer algo, hay que dar una visión del futuro al que se quiere llegar, de lo contrario, la promesa de la modernidad y el progreso se revela vacía y habremos sacrificado a seres humanos, plantas y animales, tal vez a todo el planeta, por nada. La venta inicial del progreso venía acompañada de la ciencia, el progreso nos haría ir más rápido, vivir más años, conocer mejor el mundo que nos rodea. Y esa promesa durante un buen tiempo se cumplió, al menos para unos cuantos, los mismos de siempre.

Pero en los últimos años, la misma gente que agita la zanahoria del progreso se ha venido peleando con la ciencia, pregúntenle a Trump nada más, y han erigido como el nuevo punto de llegada del progreso la riqueza. El producto interno bruto (PIB) se ha convertido en la obsesión de los gobiernos y ejércitos de analistas, que desde sus cátedras privadas (y a veces incluso públicas) pregonan que de lo que se trata el juego es de aumentar, lo más que se pueda y como se pueda, la riqueza, medida en dinero. ¿Porque qué otra cosa es la riqueza, sino dinero? Y ahora sacrificamos a esta nueva hoguera todo lo que tenemos, hay que traer inversiones de otros países, no importa que vengan por mano de obra semiesclava y sin derechos, van a invertir, y con eso aumentará el PIB del estado o del país, y eso es lo que cuenta.

La obsesión por la riqueza monetaria hace de la competitividad la llave mágica a la que todos debemos aspirar y por la cual todo se vale. Si la bolsa va bien, se supone, el país va bien, si hay mucha inversión extranjera, se supone, todo marcha sobre ruedas, si los mercados están contentos, también tendríamos que estarlo nosotros, pobres mortales, y si no lo estamos, bueno, es que ningún chile nos embona, dijo el sabio de Los Pinos.

Afortunadamente, en varios lugares del mundo se ha visto que este sistema, esta carrera no lleva a ningún lado. La persecución de la máxima ganancia a costa de todo es completamente insostenible, ya no en el largo plazo, sino también en el corto. Seguir haciendo negocios de esta manera, ya se ha vuelto malo hasta para los negocios. Y por lo tanto, han surgido varias iniciativas para mirar y medir la riqueza desde otra perspectiva.

Uno de los principales pioneros de esta nueva visión del mundo salió del insospechado reino de Bután, una minúscula monarquía arriba de los himalayas, en donde el rey, aburrido con las presiones de sus asesores por el PIB, decidió que era una medida que no servía para medir lo que él quería saber de su país, ¿qué tan feliz es la gente? así que construyeron el índice de felicidad bruta. En lugar de medir cuanto dinero tiene un país y pensar que entre más dinero, mejor estamos, en Bután decidieron medir entre otras cosas lo siguiente: Bienestar psicológico, Uso del tiempo, Vitalidad de la comunidad, Cultura, Salud, Educación, Diversidad medioambiental, Nivel de vida, Gobierno. Nada tiene que ver con la zanahoria prometida, es una medición desde los seres humanos, no desde los números de la bolsa de valores, se está cambiando la cara de la riqueza, de un montón de billetes o de títulos, a un bienestar real.

De manera similar, la empresa Deloitte lanzó hace poco el índice de progreso social, que también amplía el marco de medición e incluye tres grandes rubros: necesidades humanas básicas (salud y bienestar, entre otros), oportunidades (Derechos Personales Libertad Personal y de Elección Tolerancia e Inclusión Acceso a Educación Superior) y fundamentos del bienestar (Acceso a Conocimientos Básicos Acceso a Información y Comunicaciones Salud y Bienestar Calidad Medioambiental).

Como se puede esperar, ni México, ni el modelo a seguir de nuestras élites, Estados Unidso, salen muy bien parados en el conteo del IPS, lejos ambos países de los primeros diez, ocupados de manera rutinaria por los países escandinavos y Nueva Zelanda. La inseguridad, la falta de oportunidades, la desigualdad, la mala educación nos pega de manera directa y demuestra que independientemente del alto o bajo crecimiento económico (a China tampoco le va muy bien en el índice), estamos rezagados en lo que de verdad cuenta. La vida de los seres humanos que habitamos un país, un estado, una ciudad.

Aqui es donde está la riqueza, aquí es donde se debe medir el auténtico progreso, no en cuantos dólares entraron al estado, ni en cuantas obras elefantíasicas se construyeron, un estado que no pone primero a sus habitantes, que no les procura el mejor espacio para vivir, está lejos de ser un estado rico, lejos de ser un estado progresista, muy, muy lejos de ser un estado moderno.

Entonces, ¿en donde queremos estar?

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

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