Un largo momento de abandono

Un largo momento de abandono

El coronavirus ha agravado los niveles de incertidumbre con los que la sociedad ya estaba aprendiendo a convivir, dicen los filósofos, los sociólogos y además los poetas.

El encierro ha sido una pausa y en su camino venimos dejando pérdidas y esperanzas, cifras del horror y una montaña de expectativas connstruídas piedra a piedra entre anhelos y posibilidades de conseguir escapar de la pandemia y recuperar la vida, esa que adentro y afuera inicia con la seguridad de que nuestra salud no se quebrantará de la noche a la mañana a causa de las pestes de nuestro tiempo. Las pestes, así en plural, porque la amenaza del coronavirus ha traído a cuenta sobre nuestras existencias el que los peligros se han acumulado también, como otra inmensa montaña, al igual piedra a piedra levantada por nosotros.

[bctt tweet=»un largo momento de abandono – como nardos pudriéndose”-, y ya entrado en el recuerdo de esos versos:» username=»crisolhoy»]

Al inicio de la primavera creíamos, o quisimos creer que todo sería provisional y que el curso de la pandemia nos pasaría de largo en el medio de una cuarentena que podría ser a la vez un descanso en el vértigo de esos días  tumultuosos, propios de una ciudad que como la nuestra entre sus pocas alegrías y sus desgracias verdosas -decía el poeta Efraín Huerta- ya es casi más rumor de voces descompuestas que corazón solidario.

Y ahora aquí estamos, pasados por un desabrido abril y un mayo seco, a la mitad de una temporada de lluvias con la unica certeza de que la provisionalidad, lo pasajero de la amenaza se ha convertido en un camino muy largo y difícil, mucho más severo de lo que parecía en principio, allá afuera y también acá adentro.

No creo exgerar si digo que conicido con las opiniones más documetadas y sabias que nos advierten de que además de todos los sinsabores llevaderos, estamos entrando en una cierta sensación de derrota. El confinamiento creó desconcierto, dolor, miedo, pero siempre tuvo un aire de temporalidad, de pausa forzada, con un gran peso de desconcierto pero aún con una suficiente dosis de razonada esperanza.

Y así, abril y mayo y junio y ahora bajo estas lluvias matutinas, el día después, en que andamos por algunas horas en la calles, ya obligadas o imprescindibles, pero necesariamente de otra manera. La distancia, decía una vieja canción, es como el viento, a veces trae algún reencuentro pero las más de las ocasiones va borrando las pisadas, el deseo de abrazar, de tocar, de decir las cosas muy de cerca. 

Ayer cierta ingenuidad o llana ignorancia de buena aparte de la población parecía un eficaz escudo para el miedo, hoy si uno se descuida un poco los fantasmas le alcanzan. 

Sin dar tregua a los cuidados, habrá que dedicar además todo lo que esté a nuestro alcance para recuperar la confianza, porque ya se sabe que sin confianza en uno mismo es imposible lograr lo que uno se propone. Y en conjunto una sociedad sin confianza -lo digo con palabras más palabras menos como escuchando a Efraín Huerta-; “un largo momento de abandono – como nardos pudriéndose”-, y ya entrado en el recuerdo de esos versos:

«Pero si el viento norte una mañana,

una mañana larga, una selva,

nos entregara el corazón deshecho

del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,

el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,

de una tierra sin vida?

Porque yo creo que el corazón del alba

en un millón de flores,

el correr de la sangre

o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria».

Nos esperan sin embargo las conversaciones de mesa en las tertulias de los amigos, en las caminatas solitarias por la ciudad en donde la respiración que cunde por estos tiempos, desazón y fracaso, se refresca en los viejas y nuevas solidaridades, así sea.

Bagatelas para un linchamiento

Concluyo con un comentario de Antonio Ortuño en la edición de hoy en el diario El país, titulado “Bagatelas para un linchamiento”, y que se refire a los sucesos del frustrado asalto a la Combi;

Los comentaristas de ocasión, pero también ciertos periodistas y políticos, se han erigido en súbitos psicólogos sociales para justificar el linchamiento por el hartazgo nacional ante los crímenes. Porque sí, la gente en México es víctima habitual de todo tipo de atropellos contra su patrimonio y su integridad. Es verdad: en demasiadas familias se llora a muertos y desaparecidos, a víctimas de extorsiones, abusos y violaciones, de estafas y de hurtos. Por eso el perpetuo e hipócrita optimismo oficial, que, gobierno tras gobierno, asegura que la situación ha mejorado aunque las estadísticas demuestren lo contrario, solo fortalece el escepticismo y la desesperanza.

Pero el desinhibido festejo por un linchamiento es otro paso más al envilecimiento general”.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

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