Un nuevo punto y aparte
«Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes». Papa Franciso I
Es un punto y aparte para el mundo, y poco debe ser lo que merezca volver a ser como antes, así el “antes” las más de las veces parezca un impreciso lugar común. La vida debe cambiar más allá de lo que ahora estamos experimentando en los nuevos hábitos de la distancia, el confinamiento o el trabajo en casa. Tendremos que adoptar transformaciones de fondo desde nosotros y de manera más amplia en una disciplina social donde el recobrar las libertades y las calles comprenda además nuevas formas de solidaridad.
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Seguirán tiempos de crisis y más nos vale que en verdad la gran pademia del siglo deje su huella en la conciencia colectiva. Todo se ha cimbrado sobre la estructura ya resquebrajada de nuestras construcciones sociales. Lo cotidiano deberá ser todos los días lo trascendente. Un nuevo aparte para revisar nuestro modelo de relaciones económicas y recomponer el tambaleante equilibrio de este andamiaje abrupto que no se sostiene más.
Al acelerar la desigualdad y potenciar la crudeza de sus consecuencias, la inmediatez de las respuestas no debe venir sin proponerse también los pasos a seguir. Nunca más por diferentes caminos crecimiento económico y derechos y garantías sociales, acceso digno a la salud y la educación, derecho a una vida digna, integridad personal, igualdad, reconocimiento de personalidad jurídica, a la intimidad, al libre desarrollo de la personalidad, a la libertad personal en todas sus formas, a la libertad de conciencia y de expresión. Nada más pero nada menos, entendiendo que lo anterior de muy poco servirá si no detenemos el deterioro del medio ambiente, la agresión a nuestro entorno de vida, ya venga por cuenta de la ignorancia o ya de la avaricia feroz de los fariseos que han venido devastando nuestra tierra, nuestra agua, nuestro aire.
La pandemia del coronavirus y sus efectos hasta hoy vistos representan ya una herida grave en el cuerpo de la sociedad mundial, cuanto más dolorosa en conjuntos sociales como el nuestro que parecen estar cayendo a pedazos, sin que quienes deben encabezar la recomposición tengan esa tarea en su agenda. La contienda electoral en puerta debería servir para discutir lo que tanto se ha discutido y no encuentra traducción legible en la realidad que vivimos. Hoy más que nunca el dejar hacer y el dejar pasar se vuelven actos criminales contra nuestras posibilidades de vivir el presente y aspirar a un mañana distinto.
Estamos ante un parteaguas auténtico, frente a eso que peligrosamente está lejos de morir y más lejos aún de nacer, pero todo lo que urge a quienes deciden, solo parecer ser normalizar la vuelta al estado de antes, corregido y aumentado: plusvalía, consumo, ganancia máxima, salario mínimo, in-equidad, devastación de los recursos naturales, y a todo lado, la ambición y con ella la impunidad creciente de los círculos del poder y de los sempiternos poderes fácticos, y ahora y aquí, esa amenaza mayor que representan las imparables bandas delincuenciales.
El mundo está herido de diversas cuchilladas y todas podrían ser mortales si atendemos las estimaciones de los científicos médicos, de los biólogos, de los actores sociales que están más allá del interés mercantil. Debe ser un punto y aparte.
Tenemos que adquirir conciencia de que estas consecuencias podrán ser mucho peores si no actuamos, si no hacemos de esta experiencia un punto y aparte en el modo de afrontar el significado ambivalente de la globalización de los mercados y las comunicaciones, a la vez que corregimos estas asimetrías dolorosas y vergonzantes entre personas y cosas, que por lo demás están en el origen de otras muchas disfunciones económicas y sociales.
La necesidad de prevenir futuras pandemias que provoquen un estrés parecido en nuestro sistema de salud y en las relaciones económicas vigentes, nos obliga a realizar reformas profundas en nuestro modelo económico y social, pero solo tendrán la eficacia esperada si tienen alcance global.
Debemos comenzar el cambio desde nuestra propia casa y así por toda la casa común. La agenda social debe cambiar, alineada vitalmente a las demandas colectivas, porque no solo están en juego la salud y la posibilidad de alcanzar un modo de subsistencia digno y equitativo. Está en peligro la convivencia social. Debemos ser capaces además de exigir que se nos garantice lo que hoy está en vilo: La posibilidad de vivir y crecer en paz, con oportunidades para todos. Que sea verdad el que eso que llaman destino da segundas oportunidades, incluso, como dijeran los clásicos, para las especies condenadas a cien años de soledad.
Publicado en “Hidrocálido” 31.03.2021