Una ciudad silenciosa, translúcida, merecedora de volverla a imaginar

Una ciudad silenciosa, translúcida, merecedora de volverla a imaginar

«Óyeme a mí decir que no me iré.  / La ciudad se morirá conmigo, / yo estaré en su fundamento».  Alejandro Aura. Hacer ciudades

La crisis del coronavirus ha transformado las condiciones de vida de las grandes ciudades, ojalá no volvieran a ser las mismas. De pronto, nos encontramos con que desde nuestras ventanas entra un aire limpo y si nos buscamos un buen sitio para mirar al exterior hasta podremos vislumbrar esa ciudad amable donde nos gustaría vivir, silenciosa, translúcida, merecedora de volverla a imaginar como surcando, lenta en el tiempo, por esos caminos, por entre esas avenidas y casas con su impronta de pájaros y de árboles, de ferrocarriles y silbatos. Ahora que es posible reconstruir desde el recuerdo citas y sitios, días de guardar y horas jubilares,y otras vez, memoria y deseo.

[bctt tweet=»Una ciudad que huela a tierra y a hojas por entre este mundanal de concreto que nos ahoga en los mediodías» username=»crisolhoy»]

En medio del dolor causado por la pandemia y las pérdidas inherentes al confinamiento, muchos ciudadanos  vislumbramos otra ciudad tras el ánimo lleno de nubarrones que han traído estos días. La ciudad en que nos gustaría vivir y que tantas veces entre la transfiguración de las edades ha venido con nosotros y nosotros con ella. No la ciudad de la memoria borrada, de los pasos en falso, sino la de José Emilio Pacheco; “Es un milagro que tus ojos se posen / en un papel de la calle . / Haz con él lo que quieras”.

Y si, hay que entender también que detrás de esas ventanas están los días excepcionales, las situación de urgencia y precariedades, la parálisis de la vida económica, social y cultural que debemos superar lo antes posible. Sin embargo no quise desaprovechar la oportunidad de replantearme un modelo urbano nuevo. La ciudad de la memoria resurgiendo de sus cenizas, la ciudad que no es tan solo la de ayer con la de hoy, sino la que habtaran nuestros hijos y nietos cuando no estemos, luz y sombra; “Y a pesar de todo esto aún creo en ti, /
enigma de lo que existe: / horrible, absurda, gloriosa vida / que no cambiamos (ni en el anzuelo) por nada).” (JEP). 

Confieso que prefiero las ciudades compactas, salvo alguna que otra gran urbe llena de Tilos, Sicomoros y Pinos que surgen de la piedra y los milenios, puentes y rios que en las mañanas parecen de cristal sobre la corriente gris y verdosa, y se que alguna vez este páramo denso y complicado  -salvo que continúe su obsecada ruta hacia una muerte de lentas agonías-, tendrá que ser así sustentable, más amable y generosa y menos dispersa, más repartida pero no en pedazos, sino algo así como que toda la ciudad pueda volver a ser de todos. Quede constancia de que me levanté bien puesto de optimismo práctico, hay días.

¿Quién no pefiere una ciudad con pulmones fuertes? Una ciudad que huela a tierra y a hojas por entre este mundanal de concreto que nos ahoga en los mediodías y hace que los pájaros nos miren con pupilas desorbitadas, huérfanos de ciudad arrejuntados en los atardeceres de los aparcamientos y condenados a perecer en el sopor de esos camellones mullidos.Muerte entre las flores. ¿Y que seremos entonces sin pájaros?. Ciudadanos de una ciudad agobiante, cercenada, dividida por muros y murallas donde deambulan ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y hasta de cuarta, así de obscenso y vergonzoso. 

Ojalá no volvieran a ser las mismas. Soy de los que no quieren ese regreso a la normalidad, ese seguir camino hacia la sequía irreversible, ese volver a las calles entre los días insolados que se transitan por una ciudad poblada de infamantes desolaciones, de pobreza y abandono, de confusion y ruído, de desgobiernos y sociedades mutiladas, disasociadas, siempre antitéticas. Luz y sombra, pero más sombra.

Ojalá cuando venga la desescalada nuestras vidas sufran  una metamorfosis obligatoria en la que no pocas cosas se queden por el camino. Nos dirigimos hacia otra realidad y de la incertidumbre y los temores ya sembrados podemos, si es que queremos, recoger algo que haga de nuestros venideros encuentros una reunión en donde la capacidad de nuestros asombros llegue con solidaridad, con  mejores, más fuertes e irrenunciables propósitos. Que seamos capaces de darle en verdad un nuevo significado a nuestra convivencia. 

Tomo nota además de que entre la vislumbración de un nuevo camino, soy también uno entre los muchos que dudamos que el coronavirus podrá hacernos aprender la dura lección que estoy seguro otros si aprenderán. Tal vez sea definitivo eso de que vienen con nosotros cosas que seguirán inamovibles porque viven en lo más profundo de nuestra idiosincrasia. Qué pena si así ocurre.

 Apelo además a la construcción de una crítica imprescindible. Lo que los ciudadanos reclamamos son propuestas para abreviar el túnel que apenas hemos empezado a transitar.  Camus en su carta a los médicos y escrita en los llamados, Archivos de La peste, en 1941, cerca de 5 años antes de la publcación de la novela, les dice:

“El alma sosegada es la más firme. Ustedes se mantendrán firmes ante esa extraña tiranía. No servirán a una religión tan vieja como los cultos más antiguos. Esa mató a Pericles, que no quería más gloria que la de no causar el luto de ningún ciudadano, y no ha cesado de diezmar a los hombres y exigir el sacrificio de los niños desde aquel ilustre asesinato hasta el día en que descendió sobre nuestra ciudad inocente. Aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo es injusto. Si llegan ustedes a ese punto, no verán en ello motivo alguno de orgullo. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias”. Termino por esta vez con los versos de Alejandro Aura: 

“Que parta el hombre común de cara lisa /  que todavía cree en la salvación / y el robusto padre de familia / que busca dominar al sol. /

  

Óyeme a mí decir que no me iré. 

La ciudad se morirá conmigo, 

yo estaré en su fundamento”.  

 

Publicado en «Hidrocálido» el 13 de mayo de 2020

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

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