La guerra no ha hecho más que empezar
«Largo y penoso es el camino que desde el infierno conduce a la luz».
John Milton. El Paraíso Perdido.
Si algo positivo nos ha dejado la pandemia del coronavirus eso debe estar en la respuesta de la ciencia mundial, que en el origen y evolución del bicho maldito ha podido confirmar que la principal causa de nuestros males presentes se debe a la negativa huella ecológica que venimos dejando en el planeta -espacio y casa común- por lo menos desde la revolución industrial, ese fenómeno global, sincrónico y acelerado en todo el mundo (la denominada “gran aceleración”).
[bctt tweet=»si algo es cierto es que la próxima pandemia es inevitable y, posiblemente, inminente. La guerra no ha hecho más que empezar. » username=»crisolhoy»]
Desde entonces, un rápido crecimiento de la población humana, un desarrollo tecnológico vertiginoso y un imparable consumo de recursos se han convertido en los factores que provocan nuestro impacto sobre el medio ambiente y que generan las distintas señales antropogénicas registradas, de arriba a abajo, desde el deterioro de la capa de ozono hasta la impronta en los sedimentos del planeta. No queda duda entonces de que es y será la huella humana que vayamos dejando, lo que permitirá aspirar a una nueva conviencia con la naturaleza o morir sin el intento.
Para hablar entonces esta vez de lo positivo que puede dejar esta pandemia, debemos considerar el creciente número de artículos escritos por filósofos, economistas, sociólogos y muchos otros intelectuales analizando las herramientas sociales, no menos necesarias e importantes que las tecnológicas que vamos a necesitar para combatir esta y las próximas pandemias. Las armas sociales de las que por infortunio carecemos en México, en buena parte de Latinoamerica y en general en los países llamados en desarrollo.
Los informes de los organismos que estudian a fondo la huella humana en el deterioro de las condiciones de vida actuales y por venir, han revolucionado las conciencias ciudadanas y políticas. Sus conclusiones confirman una disminución de la biodivlersidad sin precedentes en todo el planeta, lo que está acelerando la extinción de especies hasta límites inimaginables. Este deterioro del medio ambiente conlleva un impacto negativo para las personas, disminuye la calidad de vida, afecta a la economía mundial y pone en peligro la propia superviencia humana.
Aquí como en gran parte del mundo estamos erosionando los cimientos de nuestras economías, medios de vida, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida, y ahora más que nuca ante las dolorosas lecciones, habrá que ponerse del lado de quienes nos dicen que pese a todo, aún estamos a tiempo de frenar un desastre ambiental y salvar el planeta. El mayor desafío, será convertir esta esperanza en una razonada esperanza, lo que solo puede llegar a ser siempre y cuando los esfuerzos y las actitudes comunitarias impliquen de verdad a toda la sociedad y todos los países, hoy más que nunca estamos enlazados, interconectados, para bien y para mal; una misma tierra, un mismo mar, un mismo aire para todos, distintos barcos pero un mismo horizonte de venturosos viajes y regresos a buen puerto, o el naufragio, hoy más que nunca.
Para insistir en lo que se debe insistir, es hora de librar la batalla desde el lado científico pero este no puede prescindir del concuro de esas “armas sociales” que exigen la crreación de nuevos y dignos ambiente de vida, que incluyen además y de manera fumndamental la creación de un nuevo orden mundial, así de facil, así de vital.
La tentación de olvidar lo que estamos aprendiendo a sangre y fuego es grande. El riesgo de reaccionar a la catástrofe rechazando la globalización y escondiendo la cabeza debajo del ala es enorme. No es el camino, el mundo ya es uno solo para cada individuo, para cada región o páis y la solución, o se da en conjunto o no es solución.
Toma nota para este optimismo otoñal del consenso de prestigiados científicos que señalan que no es demasiado tarde, poniendo énfasis en la necesidad de generar políticas públicas que privilegien inversiones decisivas en una iniciativa de salud lo suficientemente grande como para enfrentar el desafío.
Nos lo dicen una y otra vez, con fundados argumentos, el siguiente virus volverá a saltar a los humanos, desde un murciélago, un cerdo, una rata o cualquier otro animal, o incuso podrá ser liberado en el fuuturo cercano por bioterroristas. Puede que se trate del producto de una sofisticada manipulación genética, pero bastaría con el viejo virus de la viruela para provocar una catástrofe de dimensiones inconmensurables. Los escenarios son numerosos y algunos muy aterrorizantes, pero si algo es cierto es que la próxima pandemia es inevitable y, posiblemente, inminente. La guerra no ha hecho más que empezar.
Publicado en “Hidrocálido”. 30.09.2020