Representación autónoma, sustantiva y simbólica
Las opciones de la representación radican en la disparidad de criterios: 1) meramente formal (la elección democrática bajo ciertas reglas) con cierto grado de autonomía; 2) plenamente libre como insiste Burke (Discurso a los electores de Bristol, 1774); 3) la sustantiva, que efectivamente consulte al representado y actúe por él. [Pero la cuestión práctica es que “el representado” no es uno sino una multiplicidad y pluralidad extensa de individuos y clases].
El punto esencial consiste en el consentimiento ciudadano y la controversia acerca de la actuación del representante, quien, según su “sabiduría y buen juicio, supone lo que es bueno para los individuos”. Por tanto, si no procede estrictamente bajo mandato imperativo de sus electores, la alternativa es: 1) debido a la elección por circunscripciones, puede optar por la prioridad local o la nacional; 2) ante el electorado local y nacional fragmentado, escindido y hasta contrapuesto en deseos, aspiraciones e intereses económicos de clase y de corporaciones, religiosos o étnicos, se ve obligado a decidir, acorde a su personal criterio, por el beneficio “superior” de la nación.
La representación “fiduciaria” es una “posición de autonomía” que da por supuesto que el representante sigue “el interés de los representados como es percibido por él”. El modelo “representación-espejo” “se centra más sobre el efecto de conjunto que sobre el papel de los representantes individuales” (Cotta, Diccionario de Ciencia Política, p. 147). En cualesquiera de los modelos de representación, lo significativo es cuáles rasgos distintivos de la sociedad social merecen reflejarse en el órgano representativo: si políticas o ideológicas; si socioeconómicas, religiosas, culturales, étnicas …
El modelo de “representación simbólica”, proviene principalmente del fascismo o del populismo (Friederich Glum, Hans Wolff, De Grazia). “Representar al pueblo no parecerá ser diferente de simbolizar una abstracción como la nación… [por lo cual, hacen] que la gente crea en, acepte, [o] responda apropiadamente a un símbolo no convencional … [estimulan] ciertas respuestas … forman ciertos hábitos, invitan a ciertas actitudes… la representación política no será una actividad, sino un estado de cosas; no será actuar por otros sino ‘suplir’ a otros… el líder político representa al pueblo en cuanto el pueblo lo acepte o crea en él… hacer que el pueblo crea en el símbolo, que acepte al líder político como su representante simbólico” (Pitkin, pp. 111-112)
Todo depende de la eficacia del aparato propagandístico que, a nivel de conciencia individual, “está en la mente del gobernado”, ya que el liderazgo no posee justificación racional alguna, sino que se basa en el carisma que construye mitos que se identifican con el líder, lo cual en el imaginario popular forja creencia, lealtad y satisfacción. El Estado no se moldea a la imagen de los representados, “más bien, el Estado moldea a los individuos en un cuerpo cohesionado” (De Grazia, citado por Pitkin, p. 118). Es decir, el consentimiento es creado por “la personalidad dominante, la inteligencia y la energía del líder” bajo el supuesto de que el pueblo es “amorfo e incapaz de actuar o tener voluntad”. Se trata, entonces, de representación invertida de arriba hacia abajo provocada por combinación de mercadotecnia y coerción ideológica.
Así, un problema “crucial de la vida política” democrática, es el de las distorsiones y riesgos que ocurren en la representación autónoma, fenómeno del gobierno iluminado que remite a “jefes carismáticos” que “se autoproclaman representantes de los ‘verdaderos’ intereses de los pueblos”. (Cotta p. 1429) “Se encarna en el pueblo como conciencia o voluntad de un pequeño número o uno solo, como un ideal que tiende a realizarse en la conciencia y en la voluntad de todos”. (Salazar Mallén, T. II, p. 238 y ss.) Esto es, alimentar la ficción de que pueblo y líder son uno y lo mismo. Incluso “más allá de cierto límite podría ser puesto en crisis todo el edificio representativo, golpeado en su legitimidad y credibilidad”. (Cotta)
Por ello, uno de los desafíos críticos de la democracia representativa proviene de la emergencia de populismo y neofascismo, los cuales juegan un papel decisivo en fomentar, disfrazándolos, autoritarismo, autocracia política, depredación ambiental y militarismo. En no pocos países han prosperado como formas de adaptación del capitalismo por sus recurrentes crisis y el fracaso de la globalización “neoliberal”.
Habermas y Bauman explican “el auge de la extrema derecha en vez apuntar vagamente a la ‘irracional reaparición del fascismo’ … A las promesas incumplidas del neoliberalismo ‘que abrieron puertas a los falsos senderos del aislamiento nacionalista’. Y al establishment político que en vez de combatir a la extrema derecha se empeña [en] ‘rebasarla desde la derecha’, volviéndose indistinguible de ella” (Maciek Wisniewski/La Jornada/18-2-2023).