“LLAMAN A LA PUERTA” (“KNOCK AT THE CABIN”) Toc, toc…es el fin del mundo
Pareciera como si dos corazones latieran en el pecho del director M. Night Shyamalan: uno que se decanta por un suspenso con aires sofisticados y otro de índole espiritual que guía a sus historias por laberintos simbólicos o preternaturales que les otorguen un significado más profundo. En ambos casos no se le niega un afán autoral que delimitan a sus filmes en los confines narrativos que sólo él pudo crear y que hacen de sus películas una experiencia bañada en melancolía con aderezos del thriller y el suspenso artesanal. Por supuesto no todos sus trabajos aciertan y el director de cásicos modernos como “El Sexto Sentido”, “El Protegido” o “Fragmentado” también desatina con proyectos de extraña envergadura que logran su extravío por exceso de ambiciones mal concretadas o historias que son un genuino galimatías (“La Dama en el Agua”, “El Último Maestro del Aire” y “Glass”, por nombrar algunas). Con “Llaman a la Puerta”, su más reciente cinta que adapta la novela de Richard Tremblay titulada “La Cabaña En El Fin del Mundo”, alcanza a conjuntar las dos posturas realizando un ejercicio cuasi teatral confinando la historia y a sus personajes en el limitado espacio de una cabaña en medio de un fulgurante bosque que sirve de contrastante marco para una trama con sobre el fin del mundo en términos bíblicos y si funciona es gracias al empeñoso reparto que encuentran el ritmo y tono adecuados en sus personajes y a que Shymalan jamás dejará de experimentar con la cámara para brindarnos momentos visualmente extraños pero estilizados que atrapan nuestra capacidad ocular aún si, como también suele ocurrirle a este cineasta de ascendencia hindú, el guion nomás no logra escalar a las alturas temáticas que plantea.
Todo comienza cuando una pareja homosexual integrada por Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridch) junto a su pequeña hija adoptada Wen (Kristen Cui) llegan a una cabaña de su propiedad junto a un hermoso lago con el fin de pasar unas plácidas vacaciones, hasta que un extraño cuarteto de personas con apariencia y personalidades disímbolas llegan para avisarles que el mundo llegará a su fin y que sólo se podrá evitar cuando uno de ellos muera a modo de sacrificio.
El drama ingresa por vía de dicha petición, pues los cuatro forasteros, que argumentan haber sido elegidos para esta misión mediante misteriosas visiones, no pueden elegir por ellos, pues el que muera deberá ofrendarse voluntariamente para así detener el Apocalipsis.
Por supuesto Eric y Andrew se resisten para al final ser sometidos por el grupo conformado por un enorme maestro de escuela llamado Leonard (Dave Bautista), un vendedor agresivo y eternamente molesto de nombre Redmond (Rupert Grint), una mamá desesperada que sólo busca el bienestar de su hijo (Abby Quinn) y una afroamericana compasiva a quien todo esto le resulta frustrante (Nikki Amuka-Bird).
El choque de voluntades entre éstos dos grupos y las graduales revelaciones tanto de sus caracteres como de sus respectivos pasados ya sea narrados por ellos mismos o a través de analepsias en el caso del matrimonio gay tejerán una intrincada telaraña psicológica y emocional que será el núcleo narrativo de la historia.
La trama se compone de una tensión in crescendo que deberá encontrar su punto de desahogo en la resolución de aquello que los extraños piden mientras que los eventos apocalípticos parecen confirmarse a través de las noticias en televisión, y aquí la película logra funcionar porque Shyamalan administra correctamente los recursos dramáticos que le brindan pathos a los personajes y apremio a los eventos, pero todo sometido en una estructura tan lineal sin capacidad expansiva en cuanto a sus capacidades discursivas, o sea que el conjunto argumental avanza a un ritmo robótico hacia su inevitable conclusión, y eso despoja de interés y asombro al espectador dejándonos desamparados en el tercer acto donde las cosas se resuelven cual deben sin sorpresas o siquiera un necesario giro de tuerca como ya nos había acostumbrado el director en otras cintas.
“Llaman a la Puerta” cumple su función utilitaria de evadirnos hora y media de nuestro cotidiano, pero siempre no dará un revés que todo su potencial –y vaya que la cinta lo posee- chisporrotee y se extinga en el último momento, así que como en toda relación tóxica permaneceremos fieles a Shyamalan para que siga castigándonos con sus notables pero inacabados intentos de hacer cine hasta que al fin nos premie con esa obra maestra que indudablemente cocina en su despeinada testa.
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