La Tercera raíz en Aguascalientes (1/3)
Vivimos hoy momentos en donde todo se traduce en términos partidistas, producto del predominio de la discusión electoral anticipada en donde pareciera que sólo importa el arribo de nuestros preferidos (as). Sin embargo, me parece que es necesario salir por un momento de lo inmediato y tratar de conocer y reflexionar sobre nuestra historia, a partir como hemos comentado en estos artículos de una visión más amplia y plural acerca de nuestro pasado. Quizá ello nos ayude a entender también nuestro presente.
Existen varios lugares comunes acerca de la sociedad aguascalentense generados y fomentados incluso por historiadores. Uno de ellos tiene que ver con la visión claramente elitista a favor de las raíces hispanistas y la negación de las raíces indígenas y más aún las de afrodescendientes. El gusto por ejemplo por las corridas de toros, Aguascalientes es una de las principales plazas en el país, por el baile y el canto flamenco, que acompañan a la constante reiteración de nuestros orígenes españoles o los supuestos franceses, identifican a buena parte de la élite aguascalentense. A ello ha contribuido desde luego la Feria de San Marcos que si bien se originó en el pueblo indígena de San Marcos, ha terminado por enfatizar las raíces hispanófilas a través de diferentes símbolos que se refuerzan.
Uno de los principales hallazgos en mis estudios del Aguascalientes de la época novohispana ha sido la fuerte y significativa presencia de población indígena y afrodescendiente en las crónicas y los registros parroquiales del periodo. Llama de hecho la atención que los historiadores no hallan reparado en ello, salvo una tesina sobre los negros esclavos, y que no se reconozca suficientemente la conformación plural y diversa de la sociedad aguascalentense.
Debo reconocer que no fue sino hasta mis estudios en Tulane University que comencé a estudiar el tema, gracias a la recomendación de uno de mis compañeros mexicanos Juan Manuel de la Serna, quien se ha convertido en uno de los principales investigadores precisamente de la población afrodescendiente en la Nueva España y en el Caribe. Coincidimos en una ciudad considerada la cuna del jazz, en Nuevo Orleans, donde se vivía una clara presencia afroamericana pero que lamentablemente era subsumida o claramente reprimida por autoridades como la policía generalmente integradas por blancos. De ahí pues surgió mi interés por conocer la “tercera raíz” en nuestro país, sobre todo para constrastar la gran diferencia existente entre el racismo anglosajón y el hispanoamericano.
Los estudios sobre la presencia afrodescendiente en México los inició Gonzalo Aguirre Beltrán a mediados del siglo pasado con varios ensayos todavía indispensables, como La población negra de México y Medicina y Magia…, como parte de una obra central en el estudio del proceso de aculturación en el periodo colonial. Tuvieron que pasar varias décadas para que su labor se retomara sobre todo con proyectos que impulsarían los estudios sobre esta presencia, como “Afroamérica. La Tercera raíz” de la UNAM, el INAH y diferentes investigadores (as) de múltiples universidades nacionales e internacionales, entre los cuales destacan Luz María Martínez Montiel, María Elisa Velásquez, Antonio García de León, el ya mencionado Juan Manuel de la Serna, María Guevara, etc. En la región de Nueva Galicia los primeros estudios sobre afrodescendientes fueron los de Celina Becerra para Jalostotitlán y los del Mtro. Mario Gómez Mata sobre Lagos, de tal manera que los realizados por un servidor se inscriben en esta renovación de los estudios históricos.
Generalmente se ha comentado que la presencia afrodescendiente sólo se encontraba en las costas como en Guerrero, Oaxaca, Veracruz o Tabasco, sin embargo, la ampliación de estos estudios a más partes del territorio nacional ha mostrado una población relevante que va más allá de los esclavos, y que tempranamente comenzó a poblar la Nueva España ante la gran mortandad de la población indígena por la conquista pero sobre todo por las grandes epidemias del siglo XVI, en lo que un autor llamó el “Imperialismo ecológico”. Debido a este colapso de la población indígena, el tráfico esclavista dentro de la “diáspora africana” comenzaría tempranamente en este siglo XVI en el momento en que la corona española le otorgara el monopolio de la trata a los portugueses, como una manera de integrarlos como parte de la Monarquía compuesta entre 1580 y 1650.
Estudios recientes sobre esta diáspora consideran que el total de la trata de personas esclavas en América del siglo XVI al XIX rebasó los doce millones y medio de personas, sin considerar cerca del 30% que morían en la travesía. De este total, cerca de 250 mil esclavos entraron de manera legal en la Nueva España más otro tanto de los introducidos por el contrabando. Si bien el número se considera reducido, el impacto mayor fue a través de la gran descendencia que tendrían rápidamente al mezclarse rápidamente sobre todo con la población indígena, de tal manera que no sólo afrodescendientes esclavos poblarían el territorio novohispano sino también los primeros descendientes de este otro mestizaje poco analizado.
Ello nos advierte de la importancia que tendría esta población afrodescendiente en el poblamiento sobre todo de las nuevas tierras a través del mestizaje, particularmente en el momento de la expansión colonial hacia las tierras del septentrión. Como lo veremos en el siguiente artículo, la población afrodescendiente en Aguascalientes, por ejemplo, serían el catalizador para propiciar la mezcla de diferentes grupos étnicos o “calidades”, ya que la relación entre españoles e indígenas después de los primeros contactos sería menos relevante de lo que la historia tradicional del mestizaje ha contado. Porque más que la unión entre españoles e indígenas, a partir de fines del siglo XVI y claramente en los siglos XVII y XVIII el principal proceso de interacción entre diferentes grupos étnicos lo definirían los afrodescendientes como veremos.