El principio esperanza
En fechas recientes, entre diferentes personas y grupos, he tratado de explicar que existe una tendencia acentuada en los últimos años a considerarnos todos y de diferentes maneras víctimas de la historia. Sin embargo, he recibido cuestionamientos diversos, desde que esa postura es conservadora o por lo menos hispanista, por lo que trataré de explicarme con mayor claridad sobre uno de los fenómenos culturales o en las representaciones colectivas que predominan en la actualidad. Reflexionarlo me parece central, ya que una de las principales consecuencias de sentirnos víctimas o agraviados es el evadir o trasladar nuestras responsabilidades, muchas veces a un líder que venga y resuelva nuestros problemas.
Como se dan cuenta, hay varias implicaciones en esta idea que habría que profundizar. Habría que aclarar que no pretendo ocultar ni mucho menos ignorar o menospreciar a las víctimas por ejemplo de la violencia ya sea machista, del narco, de los aparatos de represión del estado o de cualquier otro agente que ha propiciado la violencia en México en los últimos años. Por el contrario, es importante reconocer que la percepción de inseguridad es ya un tema central en prácticamente todo el territorio del país, no obstante algunas cifras de delitos comiencen a disminuir.
De acuerdo con la Encuesta de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2023, la cual estima estadísticamente a la victimización directa de personas y hogares en los delitos de robo a vehículo (parcial o total), robo en casa habitación, robo o asalto en calle o transporte público, fraude, extorsión, amenazas verbales, lesiones, etc., existen al menos tres diferentes indicadores que habría que considerar: la tasa de victimización, la tasa de delitos y la tasa de percepción sobre inseguridad. En términos nacionales, el número de víctimas de delitos de 18 años y más fue de 21.1 millones, lo que equivale a una tasa de 22,587 víctimas por cada 100 mil habitantes en México. Como se puede apreciar en la siguiente gráfica, esta “tasa de victimización” ha disminuido desde los inicios de la pandemia, si bien el porcentaje de delitos no denunciados “la cifra negra” es de más del 90%, lo cual tiene que ver sobre todo con la desconfianza a la autoridad.
A diferencia de la “tasa de victimización”, en 2022 el número de delitos fue de 26.8 millones lo que representa una “tasa de delitos” de 28,701 delitos por cada cien mil habitantes (superior a la tasa de victimización), y las ciudades con una mayor tasa de delitos son la Ciudad de México, el estado de México y Querétaro. Y sobre la percepción de la inseguridad, para marzo del 2023 el 74.6% de la población de 18 años y más consideró que su entidad era insegura debido a la delincuencia. Es decir, independientemente de las diferentes tasas, lo cierto es que siguen siendo datos muy altos para un país con la relevancia de México.
El caso de Aguascalientes puede ilustrar bien esta situación. Por ejemplo, la “tasa de víctimas de delito” por cada cien mil habitantes ha sido superior a las tasas nacionales en los últimos diez años, si bien es importante señalar que estas tasas disminuyeron a partir de la pandemia. Las tasas de delitos por el contrario, salvo el año de 2019 en que se disparó esta tasa, afortunadamente han permanecido por debajo de la media nacional, si bien el fraude y la extorsión han crecido en los dos últimos años. A nivel de percepción de la inseguridad, en Aguascalientes el 57.9% de la población de 18 años y más considera la inseguridad como el problema más importante, mientras que a nivel nacional es de más del sesenta por ciento [envipe2023_ags.pdf (inegi.org.mx)]. La “cifra negra” sigue siendo que más del 90% no denuncia los delitos, al igual que a nivel nacional. Lo cual muestra una contradicción que es necesario reflexionar: somos víctimas pero poco o nada denunciamos.
Como reflexión final de esta información que muchas veces se ha presentado tendenciosamente, es que no obstante algunos indicios de que efectivamente tanto la “tasa de víctimas” como la tasa de delitos y la percepción de seguridad han disminuido, lo cierto es que hay razones concretas por las cuales existe no sólo una percepción sino también que una buena parte de la población (por lo menos una cuarta parte) ha sufrido algún delito en carne propia o en algún miembro cercano de la familia, delitos que en su mayoría (79%) han hecho algún daño. Es decir, hay razones para no sólo sentirse víctimas sino también, dadas las percepciones de seguridad, tener el temor de que en algún momento podemos ser también víctimas. Peor aún, que en caso de serlo no tener la confianza suficiente en las autoridades para denunciar el delito y esperar algún castigo a los victimarios. Un tema que no sólo podrá reducirse con la baja de los delitos sino también con un mejor funcionamiento de los ministerios públicos y de la administración de justicia. Esto se ha dicho miles de veces, y sin embargo predominan los discursos y cada vez mayor desconfianza de los ciudadanos en las autoridades, lo cual es antes que nada un gran riesgo frente a las tentaciones autoritarias de izquierda y de derecha que prometen sin tener un buen plan de acción.
Ahora bien, lo que preocupa en términos sociales e históricos, es que ante la ola de delitos la situación nos paralice en buena medida por la falla de las autoridades. Por ello es muy importante que recuperemos nuestra “voz” y denunciemos, pero también nos comprometamos a mantener el “principio esperanza” como una manera de afirmar la vida ante la muerte. Cuando Ernst Bloch escribió precisamente el “principio esperanza”, frente a Heidegger que resaltaba la idea de que el hombre angustiado era un ser para la muerte y de ahí su justificación al nazismo, no fue por ingenuidad o simple optimismo, sino por encontrar la dignidad perdida por la desesperanza o el miedo, por encontrar nuevas utopías más cercanas a mujeres y hombres hoy perdidos en el cinismo o en el desencanto.