Conferencia de Yolanda Padilla Rangel: El tumulto en el templo de San Marcos, 1925
Nota introductoria
La Suprema Corte de Justicia de la Nación cuenta con Casas de la Cultura Jurídica en los estados de la república mexicana, cuyo objetivo es: “Promover en la sociedad una cultura jurídica y jurisdiccional, así como el acceso a la justicia federal a través del conocimiento del trabajo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para fortalecer el respeto a los derechos humanos y el estado constitucional de derecho”.
Atendiendo a este gran objetivo, el director de la Casa de la Cultura Jurídica de Aguascalientes, el Mtro. Benjamín Orozco Gutiérrez, ha venido coordinando diversas acciones, siendo una de ellas la realización de una conferencia, el 25 de abril, a cargo de Yolanda Padilla Rangel, quien presentó el expediente 9/1925 y recurrió a su investigación sobre el catolicismo social y la guerra cristera en Aguascalientes, cuyos resultados fueron publicados en un libro que recientemente la Universidad Autónoma de Aguascalientes volvió a imprimir.
A manera de síntesis de la conferencia, aquí se exponen con autorización de la autora, algunas características de lo ocurrido hace 99 años en el templo de San Marcos, lugar emblemático en la Feria que los aguascalentenses tenemos cada año y que, el 28 de marzo de 1925, fue blanco de una batalla religiosa y política, en donde un grupo de personas, con el apoyo del entonces presidente Plutarco Elías Calles, quiso apropiarse del recinto para continuar con la expansión de una nueva Iglesia en todo el país.
La vieja disputa entre el Estado y la Iglesia católica
El enfrentamiento se dio porque miembros de la recién creada Iglesia Católica Apostólica Mexicana intentaron tomar el templo de San Marcos en la ciudad de Aguascalientes, pero un grupo organizado de católicos (apostólicos romanos) lo defendió. Hubo una balacera en la que resultaron dos muertos, por lo menos seis heridos y aproximadamente 70 personas aprehendidas. Al final, el grupo cismático no pudo apropiarse del templo.
Para comprender mejor este acontecimiento, hay que señalar que, durante la revolución mexicana, entre 1910 y 1940, se avivó el conflicto entre la Iglesia y el Estado mexicano, que había tenido lugar a mediados del siglo XIX. Si bien un sector de la Iglesia católica simpatizaba con las proclamas de los grupos revolucionarios, otro apoyó al general Victoriano Huerta y favoreció el golpe de Estado en contra del gobierno legítimo de Francisco I. Madero (1913). Con la llegada de Venustiano Carranza al poder, se acentuaron los ataques a la jerarquía eclesiástica. Era una lucha política, pero también el gobierno creía que la Iglesia católica representaba una institución atrasada y reacia al progreso.
Los carrancistas, por ejemplo, veían a la Iglesia como responsable del atraso económico de la sociedad mexicana: la ignorancia, el analfabetismo, la indolencia, la superstición, la embriaguez, la prostitución, los juegos de azar y otros males sociales. Además, la consideraban sujeta a un “gobierno extranjero” (el Vaticano) y rival del nuevo Estado revolucionario. Creían, por tanto, que el clero era reaccionario y que promovía un catolicismo retrógrado. Además, pensaban que el clero poseía riqueza y, en esos momentos, los gobiernos revolucionarios la necesitaban.
En Aguascalientes, el gobernador Alberto Fuentes Dávila expulsó al obispo Ignacio Valdespino y a otros sacerdotes, cerro templos, permitió la quema de confesionarios e imágenes, impidió que religiosas vivieran en comunidad, prohibió el toque de campanas, amenazó con pena de muerte a sacerdotes que no se apegaran a las nuevas normas y atacó a través de la prensa al clero.
Al tiempo que esto ocurría, se difundió la Encíclica Rerum Novarum, que planteó una tercera vía para mejor el país y el mundo, que no fuera ni socialismo ni capitalismo. La encíclica estaba a favor del derecho a la propiedad privada, pero no a la gran acumulación de la riqueza ni a la explotación de los trabajadores. Apoyaba la organización sindical, pero no a los sindicatos oficiales, ni anarquistas, que también hubo en Aguascalientes.
En 1920 llegó a la gubernatura el hacendado Rafael Arellano Valle, que era muy católico, apoyó a la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), fundó los Caballeros de Colón en la entidad y, acorde a su origen e intereses, regresó las tierras expropiadas a los hacendados y permitió la apertura de escuelas católicas.
Posteriormente, ya sin el apoyo gubernamental, la ACJM siguió trabajando con el objetivo de “restaurar todo en Cristo”, por tres medios: piedad, estudio y acción. Fue esta agrupación la que ayudó a impedir que los representantes de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana tomaran el templo de San Marcos. Uno de los principales asesores fue Carlos Salas López, quien había sido miembro activo del Partido Católico Nacional y fundador de los Obreros Guadalupanos y otros sindicatos católicos, además del periódico “La Cruz”.
Católicos romanos Vs católicos mexicanos
Por iniciativa de la Confederación Regional Obrera Mexicana surgió la Iglesia Católica Mexicana en la Ciudad de México. Un grupo de ellos, encabezados por el Patriarca Pérez, se apoderó del templo de la Soledad, aunque fueron rechazados por fieles católicos. Su plan de expansión era tomar templos en todos los estados de la República y, por orden alfabético, comenzaron con Aguascalientes, y escogieron el de San Marcos.
En esta entidad, los miembros y simpatizantes de esta Iglesia, llamados también “cismáticos”, conformaron la Orden de los Caballeros de Guadalupe (para oponerse a la Orden de los Caballeros de Colón), integrada, entre otros, por empleados municipales. Para evitar confusión, los Caballeros de Colón y la ACJM publicaron en el periódico El Heraldo un artículo que señalaba que sus integrantes eran “lobos con piel de oveja”, para que los católicos no se dejaran engañar, y los exhortaba a impedir la expansión de la Iglesia católica mexicana.
Días antes de la toma del templo, hubo rumores de que los cismáticos tomarían el de San Marcos y, el 25 de marzo, se publicó en “El diario nuevo” una noticia de que lo intentarían. El obispo Ignacio Valdespino, a su vez, recomendó que ese día en la noche realizaran una hora santa. Entonces, los católicos, sobre todo las asociaciones piadosas, se organizaron para no dejar solo el templo.
¿Pero qué fue lo que sucedió realmente? Sobre la confrontación, hay dos versiones:
La versión de las autoridades. La noche del 28 de marzo, empleados del gobierno se encontraron en las afueras de la Catedral y, a las 8 de la noche, escucharon, provenientes del interior de ese templo, gritos de “Vivas a Cristo Rey” y “Mueras al gobierno”. Al salir del templo, los gritantes se callaron. Los empleados se fueron a San Marcos y se instalaron en la balaustrada del jardín. Al verlos, algunos fieles se inquietaron y comenzaron a formar corrillos. Alguien subió al techo del templo y lanzó una piedra, y el grupo respondió a balazos y se fue rumbo a la plaza principal. Al llegar al Teatro Morelos, los que corrían se encontraron a una escolta del Ejército federal, misma que se dirigió al templo de San Marcos para intentar imponer el orden, pero fue recibida con piedras y balazos, por lo que retrocedió y se dirigió al Cuartel Z. Mena. Allí, el Jefe de Operaciones Militares, general Rodrigo Talamantes, ordenó que partieran rumbo al templo 17 jinetes y 50 soldados de infantería.
Mientras tanto, en el templo repicaron las campanas y en una azotea de la casa contigua a dicho templo una persona azuzaba a la multitud con una bandera blanca. Cuando llegaron los militares, por la avenida Carrillo Puerto (hoy calle Venustiano Carranza), se dividieron en dos columnas, una entró por la izquierda y otra por la derecha del Jardín de San Marcos para reunirse al otro lado del Jardín, frente al templo.
Cuando estuvieron frente a frente, el teniente coronel Ramón Cortés, quien iba al mando de la tropa, hablaba con la gente cuando una persona golpeó con un mazo al caballo y lo derribó. El caballo murió. En ese momento estalló la agresión y el teniente escapó en ancas de un soldado. Reinó la confusión, pues en ese momento se fue la luz eléctrica y se escucharon balazos por todos lados. Mucha gente corrió, otra se metió al templo. La tropa se replegó y aproximadamente dos horas después un grupo de militares penetró al templo y aprehendió a las personas que se encontraban adentro y en las afueras del recinto. Por la mañana, las autoridades municipales realizaron otras aprehensiones y clausuraron el edificio.
Al amanecer, el gobernador José María Elizalde, telegrafió al presidente Calles para informarle sobre los hechos. Comunicó la versión anterior. El saldo oficial, se dijo, fue de un muerto, tres heridos y 200 prisioneros. También le comunicó que estaban localizando a “los autores intelectuales de la asonada”, que, según sospechaban, eran los firmantes de una circular difundida poco antes de los acontecimientos. El presidente le respondió que consignara a los aprehendidos y a los firmantes de esos volantes y que los pusiera presos e incomunicados.
Un poco después, el gobernador le informó que ya tenía preso al licenciado Carlos Salas López, presunto autor de los impresos, y que ya había ordenado al presidente municipal que previniera a los ciudadanos de no formar grupos en calles, plazas y otros lugares públicos, en especial afuera de los templos, pues quienes eso hicieran se las verían con las autoridades; además, canceló el permiso de portar armas. La ciudad quedó en estado de sitio y el ejército en control de la ciudad, mientras el juez de distrito definiría el destino de los detenidos.
La versión de los aprehendidos. Ellos declararon que el día 28 de marzo, a las 2 de la mañana, un grupo de soldados entró al templo y detuvo a las personas que allí se encontraban. Algunas estaban dormidas, otras rezando y otras escondidas en los rincones de la casa parroquial. Las mujeres estaban juntas en la cocina. Al registrar a las personas para ver si traían armas, los soldados sólo encontraron rosarios. En total, encontraron a 75 personas, de las cuales 65 eran hombres y 10 mujeres. De los hombres, la mayoría eran casados y tenían menos de 30 años, algunos miembros de la ACJM.
Asesorados presuntamente por el licenciado Salas López, las y los aprehendidos declararon que todo el sábado 28 de marzo el templo estuvo ocupado con misas, rezo del rosario, hora santa, etc. De las 9 de la noche en delante habría la “noche feliz”, o sea, la velación continua del Santísimo por parte de la Adoración Nocturna. La “Noche feliz” se realizaba una vez al mes, el último sábado de mes, y ese sábado tocaba velación.
Unas personas salían y otras entraban al templo cuando se suscitó la primera balacera. Entre la multitud había alrededor de 150 mujeres y niños, que seguramente se dispersaron antes de que llegara el ejército. En la segunda balacera unas personas corrieron y otras se metieron al templo. De los aprehendidos/as, nadie dijo saber el motivo de la trifulca. Ante la insistencia del juez, unos atribuían los hechos a “las diferencias entre la nueva y la vieja”, otras a que “la gente del gobernador Elizalde” o “los cismáticos” o “los contrarios a la religión” iban a tomar ese día el templo de San Marcos.
Unos decían que había sido “un mitote de las viejas”, pero la mayoría declaraba no saber nada, y que su presencia en el templo era por motivos religiosos. Cuando el juez les decía que estaban acusados del delito de rebelión, todos se asustaban y negaban haber cometido tal delito, reiterando su respeto a las autoridades civiles y militares.
Todos los aprehendidos negaron reconocer las armas (palos, piedras, cartuchos vacíos) que las autoridades les mostraban. Negaron saber quién había echado a vuelo las campanas del templo y quién había disparado desde las azoteas. Dijeron haber escuchado que, antes de la primera balacera, les habían gritado “fanáticos”. También se aprendió a presuntos líderes: el profesor Servando Hernández, el abogado Carlos Salas López y el sacerdote español Vicente Guiral.
El desenlace. El juez del distrito, Leopoldo Vicencio, consideró que los aprehendidos no habían cometido el delito de sedición, del cual los acusaba el agente del ministerio público, sino más bien el de tumulto. Bajo este cargo quedaron en prisión la mayoría de los aprehendidos. Días después, representantes de los gobiernos estatal y federal tomaron medidas en contra de estos católicos, como incautar la imprenta de El Heraldo y clausurar su edificio. También tomaron medidas en contra de la Liga de Maestros, pues cuatro integrantes habían participado en los sucesos de San Marcos.
Hubo aprensiones, pero, finalmente, lograron su propósito: impedir que representantes de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana se apropiaran del templo de San Marcos, como sí lo hicieron en otras partes de México (ver libro de Matthew Butler).
Nota final
Este conflicto data de tiempo atrás y remite a la disputa entre dos actores más abstractos: el Estado mexicano y la Iglesia Católica. El débil Estado surgido de la Revolución buscaba reafirmarse políticamente y atraer a sus bases a trabajadores y campesinos. La Iglesia católica, por su parte, también había sido golpeada por los revolucionarios y buscaba recuperar su presencia en la sociedad a través de las asociaciones católicas. Los sucesos de San Marcos en Aguascalientes permiten observar a los actores concretos que expresaban este conflicto de poder entre representantes de ambas instituciones.
Verdaderamente interesante toda la información contenida en artículos y libros.
Que todos deberian conocer.
La historia es fascinante, increíble y transportadora.
Me encanta
Me encantó,
La información histórica es fascinante, que todo mundo debe conocer,
Estimado Jesús. Me da gusto que te haya interesado nuestro texto. Es cierto, aquellos años fueron importantes en nuestra historia, lo ocurrido entonces es una expresión de la cultura católica que la sociedad aguascalentense aún tiene.