Las elecciones y la revolución 2/4

Las elecciones y la revolución 2/4

La crítica de Emilio Rabasa, intelectual porfirista y notable abogado, al reconocimiento de la Constitución de 1857 de una república democrática, cuya base de legitimidad eran las elecciones todavía indirectas y masculinas, fue en el sentido de que Juárez había impulsado una reforma que no correspondía a las condiciones sociales del país ya que para efectuar la ley de ampliar y cumplir con las elecciones, decía Rabasa, se tenía que violarla al llevar “acarreados”, como se les comenzó a llamar, para que fueran a votar. Esta misma idea llevó a un brillante ensayista contemporáneo nuestro, Fernando Escalante, a considerar la idea de “ciudadanos imaginarios” para entender la contradicción de tener elecciones y al mismo tiempo no tener ciudadanos.

Cuando Cosío Villegas escribió sobre La Constitución de 1857 y sus críticos (publicado originalmente en 1957 y reeditado en 2014 por la Cámara de diputados federal) comentó que la Iglesia católica y el partido Conservador, a dicha Constitución “le atribuyeron todos los males del país: su atraso, su pobreza y su ignorancia; el relajamiento de los vínculos familiares, la desmoralización pública y la inversión de todos los valores morales.” Y algunos intelectuales destacados como Justo Sierra y Emilio Rabasa, liberales originalmente ambos, terminaron por guiar e incluso justificar el régimen de Díaz a partir de la idea de que el progreso necesitaba orden y un gobierno fuerte, lo cual los llevaría a cuestionar los principios de libertad y democracia. La declaración de Díaz ante el periodista Creelman en 1908 de que el pueblo de México no estaba preparado para la democracia, fue parte de toda una ideología que enarbolaba una “libertad práctica” que consistía en fortalecer lo económico frente a lo político, la fuerza de las armas frente a los derechos constitucionales. De ahí el cuestionamiento a la Constitución del 57 por considerar que enarbolaba una “libertad dogmática”, obra de un “grupo de lectores de libros europeos” que proclamaron según Sierra “una generosa utopía liberal…” pero que no correspondía a un pueblo que requería un hombre fuerte.

De hecho el libro de Madero La sucesión presidencial en 1910 (1908-09), que fue una respuesta a la idea de que el pueblo mexicano no estaba apto para la democracia, se lo había dedicado “A los héroes de nuestra patria; a los periodistas independientes; a los buenos mexicanos”, precisamente ante la intervención del régimen que impedía el desarrollo de una clara oposición, a través de una crítica histórica al militarismo, a la política centralizadora y al poder absoluto, proponiendo la organización de elecciones libres convocadas por instituciones políticas. En julio de 1910 Díaz se reeligió con el 98.93 por ciento de los votos a su favor, muestra que las elecciones eran una fachada, para ejercer su octavo mandato en la Presidencia. Madero fue hecho prisionero meses antes acusado de un conflicto agrario, lo que mostró la práctica autoritaria de acabar con la crítica y la oposición en elecciones que se veían competidas. Liberado en septiembre de 1910, Madero salió hacia San Antonio, Texas, desde donde planeó la revolución, la cual convocó como sabemos a través del Plan de San Luis para el 20 de noviembre a las 6:00 de la tarde, además de declarar nulas las elecciones del pasado mes de julio. En realidad, su propuesta revolucionaria fue que se respetara el voto, “sufragio efectivo”, y que se frenara a la dictadura al proclamar la “no reelección”. Un plan ciertamente sencillo, pero lo suficientemente claro que conmocionó al país en un momento en que las votaciones estaban claramente controladas desde la Presidencia.

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Fuente: Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático, San Pedro, Coahuila, 1908, Colección Museo de Historia Mexicana; se trata de la primera edición de diciembre de 1908, la cual se volvería a imprimir ampliada y corregida sin el subtítulo en enero de 1909.

El triunfo electoral de Madero (en elecciones ciertamente indirectas) mostraron que la participación rebasó con mucho las ideas conservadoras que habían justificado el autoritarismo de Díaz. Las imágenes que podemos conocer en el presente de la jornada electoral, conservadas por el detenido y cuidadoso trabajo de Aurelio de los Reyes (junto con la Filmoteca de la UNAM, en donde por más de cinco horas se muestra toda una suerte de historia fílmica de la Revolución), muestran por ejemplo “El viaje triunfal de Madero” de Ciudad Juárez a la Ciudad de México, pasando desde luego por Aguascalientes, en donde la población se volcaba para festejar el triunfo en cada estación del ferrocarril, mostrando sin miedo que el pueblo estaba preparado para un gobierno democrático. Como lo dijera un periódico de la época (v. Imagen), las elecciones se celebraron en orden y con entusiasmo, en donde la fórmula Francisco Madero-Pino Suárez obtuvo 3,533 votos, en una elección de poco más de 5 mil electores, de ahí que fueran “secundarias”.

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Fuente: Archivo General de la Nación, “El C. Francisco I. Madero, electo por unanimidad Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”, Nueva ERA, lunes 11 de octubre de 1911; consultado en: https://www.gob.mx/agn/articulos/agnrecuerda-el-triunfo-de-madero-en-las-elecciones-de-1911

La permanente desconfianza en el pueblo al que se decía corresponder, hizo que Díaz terminara diciendo que se “había desatado el tigre”. Sin embargo, no fue el tigre que se desató prefigurando las contradicciones de la revolución, sino el tigre fue desatado por el control de las elecciones y por la contrarrevolución llevada a cabo por Huerta la que terminó por fracturar al ejército revolucionario, en una guerra de terror que sólo recuerda a la llevada a cabo por Calleja contra los insurgentes. Algunos trabajos de divulgación han mostrado el “otro lado” de un personaje como Huerta, mostrándolo como un hombre preparado, sin embargo, es imposible olvidar el papel contrarrevolucionario que jugó frente a un gobierno que trató de llevar a cabo el proyecto que viene al menos desde la Constitución de Cádiz, un país con instituciones democráticas para la resolución de los conflictos.

Lorenzo Meyer publicó en el año de 1982 un ensayo sobre las elecciones y la revolución mexicana y señaló que en un sistema poco competitivo electoralmente como el mexicano, las luchas de poder al interior del grupo dominante solían ser más relevantes que las llevadas a cabo por la oposición en las elecciones. Más aún, su idea siguiendo a Robert Michels, era que en la democracia liberal lo que le “permite al ciudadano promedio es simplemente contribuir a decidir a qué elite se le otorgará la responsabilidad y privilegio de gobernar a la sociedad civil.” Y que en todo caso, para que la contiende tenga sentido, era que ésta no fuera sólo entre personalidades sino, “sobre todo en primer lugar, entre proyectos distintos, pues de lo contrario se tendrá la forma pero no la sustancia de la democracia política.” (Lorenzo Meyer, “La Revolución mexicana y sus elecciones presidenciales: una interpretación (1911-1940)”, Historia mexicana, vol. 32, Núm. 2 (126), octubre-diciembre 1982, 143-197, https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/issue/view/231) Señalamientos que seguiremos discutiendo, particularmente por la idea “elitista” de que la democracia a final de cuentas era sólo una disputa entre oligarquías, idea que ha nutrido en buena medida al actual régimen.

Víctor González
Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

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