OJOS CERRADOS; ETERNIDAD ABIERTA
Viernes 18 de noviembre de 2022. En la catedral y en el Palacio de Gobierno se llevan a cabo las exequias y el homenaje, respectivamente, a los hombres de la Policía Estatal fallecidos en la caída del helicóptero Águila 1, ocurrida en día anterior.
Por la calle Victoria viene el contingente, compuesto por las cinco carrozas y varias patrullas de la Policía Estatal. Giran hacia el oriente, hasta el borde de la Plaza de la Patria. Otros vehículos están estacionados en la explanada, patrullas, motocicletas… En el borde de la plancha espera una valla de hombres y mujeres policía que culmina en la entrada principal de catedral, y que saludan de una forma militar.
Los féretros con bajados, colocados sobre ruedas y conducidos al templo. Son de madera y tienen labrada en la tapa la imagen de la Virgen de Guadalupe de tamaño natural. El silencio es el suficiente como para permitir escuchar las órdenes terminantes de paso redoblado que imparte un oficial, el llanto de algunas mujeres y en el fondo, saliendo por las puertas catedralicias, abiertas de par en par, y ascendiendo hacia el cielo, las notas del introito del Réquiem de Mozart, a cargo del órgano Ruffatti y un pequeño coro.
A un lado de la entrada, montadas en soportes de madera, están las fotografías de los desaparecidos: Porfirio Sánchez Mendoza, Olegario Andrade Zamorano, Víctor Manuel Valdés Sánchez, Juan Humberto Rincón Martínez y Alejandro Serafín Guerrero, que inmediatamente serán llevadas al altar. Hay también algunas coronas. En el listón de una de ellas, manos bondadosas escribieron lo siguiente: “Se han cerrado sus ojos, pero Dios les abrió las puertas eternas del cielo”.
Los policías entran con las gorras y cachuchas puestas, hasta que seguramente alguien les indica que las retiren. Llevan los féretros hasta el pie del altar, en donde permanecerán durante la celebración, franqueados por seis policías cada uno. En las primeras bancas del lado izquierdo se ubican los familiares, y en el derecho las autoridades.
“En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”…
Preside el custodio de la sede episcopal, el canónigo Raúl Sosa Palos. Lo acompaña el párroco de Rincón de Romos, el padre Jaime Silva Castañeda.
En el aire flota el suave y perfumado aroma de las flores. No es para menos: hay arreglos por todas partes, en los costados de las bancas, recargados hacia el pasillo central, y al frente, cinco coronas obsequiadas por la Presidencia Municipal de Aguascalientes, otra de los subdirectores de seguridad pública del CERESO de Aguascalientes, y un gran arreglo de los oficiales de custodia penitenciaria del CERESO.
Las lecturas son apocalípticas: la primera proviene del profeta Isaías (25, 7-9), y se refiere al día en que Dios preparará un festín para todos los pueblos; ese día ansiado, en que el Señor “destruirá la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos los rostros”, etc. La segunda es un fragmento de la epístola que san Pablo les escribió a los cristianos de Tesalónica, en Grecia, en la que los llama a no permanecer ignorantes en torno a lo que ocurre con los muertos cuando adquieren esta condición, “pues los que creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo Dios nos resucitará en el último día”. Finalmente viene el evangelio, que no es el de la resurrección de Lázaro, típico para este trance, sino aquel en que Jesús se proclama “el pan vivo bajado del cielo”, y remata: “el que coma de este pan vivirá para siempre”.
Las lecturas son impecables, hechas por voces cultivadas, con las inflexiones pertinentes; voces que comprenden lo que dicen, las primeras una mujer y el evangelio el padre Silva. Viene luego la homilía, en la que el celebrante toma los textos para construir una idea: los creyentes no morirán de manera definitiva; tendrán otra vida después de la vida, siempre bajo el cobijo de Dios, y que por eso mismo será mejor que esta. ¿Qué más puede decirse ante semejante realidad? ¿Cómo conciliar el carácter efímero, frágil, de la vida, contra la naturaleza definitiva de la muerte?
En fin. El hecho es que ya van dos los helicópteros que caen… Como se recordará, el anterior Águila 1, igualito a este, también se precipitó, a un lado de la cortina de la Presa Calles, el 9 de agosto de 2006. La nave había despegado segundos antes de la isla del Cristo, rumbo a Aguascalientes, y se estrelló a unos metros del barranco por el que corre el cauce acuático, de tal manera que los pasajeros sólo sufrieron heridas leves.
Esta vez fue diferente; esta vez… El video de una cámara de seguridad muestra el tráfico en la avenida, y más allá un campo que un día fue de cultivo y seguramente en el futuro próximo será casas y más casas, pero que ahora no tiene nada… De pronto, como si se tratara de una piedra, el helicóptero se precipita en diagonal, de una manera tal que presagia la catástrofe. Así es como viene, en un giro de vértigo, pero nunca alcanza a recuperar una posición, digamos, normal; horizontal: cuando toca tierra lo hace de manera casi perpendicular. El golpe es brutal, a un grado tal que la nave se rompe, explota y se incendia, todo en un parpadeo…
En este mundo mediático, la tragedia ocurre ante nuestros azorados ojos. Azorados, claro, hasta que la reiteración, el intercambio de información, cierta o ficticia, el seguimiento de los locutores más populares de la aldea, que son los de los programas policiacos, propician que nos acostumbremos: en un mundo violento cuyos hechos generan la sensación de estar ante una batalla perdida, la indiferencia se convierte en el antídoto contra la angustia. Si te sientes inseguro, cuéntaselo a quien más confianza le tengas; llama al informativo de tu preferencia y desahógate. Igual seguirás sintiéndote inseguro, pero acompañado…
¿Qué ocurrió con este helicóptero? ¿Fue accidente o atentado; una falla o un balazo certero? En el aire queda la incógnita; o más bien en tierra… (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).