Aurelio de los Reyes y las posibilidades de una nueva narrativa histórica
Aurelio de los Reyes García-Rojas,
Crónica literaria de la Revolución mexicana (algo de poesía, algo de novela), México, Instituto de Investigaciones Estéticas/UNAM, 2021, 566 pp.
Aurelio de los Reyes García-Rojas (Aguascalientes, 1942) es uno de los historiadores aguascalentenses de mayor trayectoria nacional e internacional. Baste señalar que ha publicado más de quince libros, numerosos artículos en revistas de prestigio, ha curado varias exposiciones en Museos destacados a partir de sus investigaciones, y ha recibido múltiples distinciones en la que sobresale el Premio Nacional de Artes y Literatura en México, en el rubro de Historia. Toda su incansable labor nos ha permitido adentrarnos en la historia del cine en México, pero también nos enseña las posibilidades de una nueva narrativa histórica que desde lo nacional ha sabido trascender las fronteras. Hay un dato que muestra su idea de la historia y que refleja la pasión con la que lleva a cabo su trabajo: aprendió ruso con el fin de poder consultar los archivos de Sergei Eisenstein y así escribir cómo este director realizó ¡Que Viva México! Pero también aprendió alemán para trabajar una de sus últimas investigaciones sobre Maximiliano de Austria antes y durante el segundo imperio, una obra que sin duda cambiará la manera de ver este personaje.
A través de sus primeros textos sobre el cine mudo, Aurelio de los Reyes logró ser uno de los historiadores y el único mexicano más reconocido por el Festival que cada año se lleva a cabo en Pordenone, Italia, en donde recibió (2013) uno de los reconocimientos internacionales más prestigiados el Jean Mitry sobre la historia del cine mudo. Recuerdo también su libro sobre la historia de la familia García-Rojas, ¿No queda huella ni memoria? Semblanza iconográfica de una familia (2002) una obra que reconstruye su propia historia familiar con una destacada investigación iconográfica y etnográfica, la cual pudo transformar museográficamente en una excelente exposición y en un sobresaliente libro sobre historia de la familia en la región.
Porque si algo ha caracterizado a Aurelio de los Reyes ha sido su pasión por una historia muy bien documentada, pero sobre todo una historia vital en el sentido que permite reconstruir amplios temas que han sido insuficientemente tratados y que son fundamentales para la comprensión histórica. Pienso desde luego en las primeras etapas del cine en México, una historia que sigue constantemente actualizando y ampliando (Los orígenes del cine en México va en su cuarta edición), en su historia sobre la revolución a partir de los textos sobre Villa y el cinematógrafo, o Mariana Azuela y el cine como veremos, y sobre todo por su recuperación de la mayor parte de las grabaciones fílmicas sobre la revolución, para lo cual logró uno de los más impresionantes largometrajes que se hayan visto sobre el ascenso y caída de Madero y la guerra entre los propios revolucionarios.
No entenderíamos la obra de Aurelio sin explorar esa palabra que ahora he utilizado frecuentemente que es la “pasión” por la historia. Por el conocimiento de nuevas fuentes, por el cuidadoso entramado de sus obras, por su dedicación y respeto a sus alumnos, en fin, por su gran trabajo de divulgación que ha realizado con cientos de conferencias y presentaciones que ha realizado al menos desde los años sesenta del siglo pasado.
El libro que presentamos hoy es producto de su segundo doctorado en la UNAM, en este caso en literatura mexicana, para replantear la manera en que tradicionalmente se ha visto la literatura sobre el movimiento armado y sus consecuencias. Una primera novedad que vemos en este libro de Aurelio es el estudio de la poesía y los poetas porque, además de ser una gran tradición narrativa en México, existía al menos hasta las primeras décadas del siglo pasado una mayor cantidad y fama de los poetas en la vida intelectual mexicana. Y a partir de este reconocimiento, una buena cantidad de poemas que refieren al proceso armado son vistos por primera vez o adquieren nuevos significados, como el de Alfonso Reyes escrito un par de días antes de la muerte de su padre al iniciar la “decena de trágicos días” y publicado en la Revista Moderna en febrero de 1913, muestra de lo cotidiano de la violencia y de su vida apegada a los libros frente a la irrupción revolucionaria:
“Me voy habituando a la incomodidad. Hay escándalo -me digo. Así el mundo: así está hoy la naturaleza (…) ¿Caen tiros? Pues imagino que éste es, por ahora, el escenario natural de la vida. / Hace más de un mes que estamos así. Aun las mujeres de casa tienen rifle a la cabecera. El mío está ahí, junto a mis libros. Y éstos -claro está- junto a mi cama. Los libros ahuyentan la visita de toda esa gente estorbosa. Hasta aquí sólo llegan los que deben llegar.”
La visión del mundo intelectual en esos momentos revolucionarios se turnó lúgubre y pesadillesca, como lo muestran las poesías, entre otros, de Rafael López, Enrique González Martínez, y Núñez y Domínguez; por ello el autor se pregunta si la caótica situación del país llevó a los poetas a la zozobra o si la zozobra al misticismo, elemento que permitiría con López Velarde la renovación de la poesía misma. De ahí que la reconstrucción de la gran tradición poética en el país que lleva a cabo Aurelio, desde la época colonial a través de la educación jesuita, de alguna manera culmina en los textos del gran poeta jerezano. Como dijera Rafael López en el poema introductorio al poemario de Zozobra (1919) de López Velarde:
“Ramón López Velarde: está franca la puerta/para tu audacia lírica. Pasa y siéntate. Un/bello sitial de púrpura deseara. En liza abierta/has burlado al solemne dios, el lugar común.”
Porque a diferencia de Salvador Cordero más instalado en la reivindicación de las tradiciones pueblerinas, López Velarde puede identificarse con la renovación de la poesía por lo que por momentos su lenguaje era más hermético, como lo describiera Pedro de Alba. Aurelio de los Reyes además, encontrará paralelismos entre López Velarde y Mariano Azuela a través por ejemplo de su desencanto sobre los revolucionarios que rápidamente perdían todo proyecto social para beneficiarse ellos mismos o su familia, convirtiéndose como el gobernador Cepeda de San Luis Potosí en más porfiristas que don Porfirio. A pesar de todo, López Velarde defendió la utopía maderista por haber dado la posibilidad a los mexicanos de “vivir como hombres”.
Escrito en un año especialmente crítico (1915), en donde entre otras cosas se vivieron los inicios de la pandemia de tifo junto con apagones frecuentes, el poema “En las tinieblas húmedas” recogido luego en Sangre devota, la voz del poeta López Velarde deja ver la “gran tristeza” que advirtiera Pellicer en el ambiente de esos días:
“Me embozo en la tupida oscuridad, y pienso/para ti estos renglones, cuya rima recóndita/has de advertir en una pronta adivinación/porque son como pétalos nocturnos, que te llevan/un mensaje de un singular calosfrío;/y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando/estas sílabas frágiles en tropel, como ráfaga/del misterio, al umbral de tu espíritu en vela.”
O utilizando una referencia al movimiento de Reforma, López Velarde escribe sobre la relación con la política en un poema recordando su casa jerezana. De Zozobra (1919), una parte del “Viejo pozo”:
“En una mala noche de saqueo y de política/que los beligerantes tuvieron como norma/equivocar la fe con la rapiña, al grito/ de ‘¡Religión y Fueros!’ y ‘¡Viva la Reforma!’,/una de mis geniales tías/ que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas/intempestivas griterías/y que en aquella lucha no siguió otro partido/ que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,/tomó cuatro talegas y con un decidido/brazo, las arrojó en el pozo, perturbando/la expectación de la hora ingrata/con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once/y que cumpliendo su destino/de tesorera fiel, arroja sus talegas/con un ahogado estrépito argentino.”
Después de un amplio recorrido por la tradición poética mexicana, Aurelio de los Reyes se adentra en la narrativa particularmente a partir de la revisión de la obra de Mariano Azuela y de un autor hoy poco conocido pero quizá más famoso que el autor laguense en su momento, Julio Sesto. Este autor de origen español pero avecindado en México desde muy joven le servirá de punto de comparación con Azuela, ya que paradójicamente en el autor de Los de abajo predominará una visión desilusionada no tanto de la revolución y sus ideales, ya había cuestionado la cerrada situación del país con Porfirio Díaz, sino de las corruptelas de políticos y militares que aprovecharon para saquear literalmente al país. En cambio, en la voz de Sesto si bien originalmente porfirista, encontramos una perspectiva menos desencantada no obstante que cuenta los momentos más críticos de la revolución como el llamado “año del hambre” (1915-16), desde su origen con la Convención revolucionaria en Aguascalientes en octubre de 1914 cuando el villismo en su camino hacia la ciudad de México va dejando una estela de hambre y mortandad por el tifo. Enfermedad que llegaría a la ciudad de México y de allí se regaría por el país, en una mortandad superior a la pandemia de la influenza en 1918.
Sesto, nos comenta Aurelio construiría el testimonio del catastrófico 1915 en la ciudad de México al reconocer la debacle económica a través del desplome de la industria, del desempleo, del cierre de comercios, la falta de oportunidades para universitarios y profesionistas, el desabasto que comenzó a mostrar la cara más dramática del desastre, de los años tristes y del hambre, e incluso del despoblamiento del zoológico por la muerte o fuga de los animales…
Pero el gran innovador en la narrativa sería Mariano Azuela por su cercanía con el cine, argumenta el autor. No sólo incluiría el habla popular, como lo haría Julio Sesto también, sino sobre todo por realizar uno de los frescos más amplios sobre la sociedad mexicana en momentos particularmente críticos. Ciertamente es la gran influencia de Balzac y Zola como el propio Azuela lo reconociera. Ya Aurelio había escrito sobre el paralelismo de la escritura de Mariano Azuela con el “montaje cinematográfico”, recurso conceptualizado por los cineastas soviéticos, y refuerza la “inspiración” de Azuela en el cine y el teatro al presentar cuadros y escenas como si fueran:
“un escenario teatral, en la ruptura espacio-temporal de cada cuadro, en la fragmentación del relato, en la construcción de las frases a partir del dinamismo cinematográfico que lo lleva a yuxtaponer frases y hacer constantes elipses con lo cual obliga al lector a una participación más activa, soluciones antes de ser propuestas en 1921 por los estridentistas, la vanguardia mexicana, de ahí el notable valor de la obra y los elementos que permitirán su valoración en 1925. Se anticipó, concluye Aurelio, diez años a las innovaciones buscadas por la narrativa en México.” (pp. 391-93)
Las soluciones técnicas encontradas por Azuela más por el pragmatismo expresivo que por teorizaciones vanguardistas, nos advierte Aurelio, lo convierten en la cabeza de las vanguardias en aquellos años. Son varios los cuadros y escenas en que prácticamente Azuela sigue el montaje en el cine; para mostrarlo el autor realiza la comparación en cómo se montaron los cuadros y escenas por ejemplo de la filmación de “Asalto y toma de Ciudad Juárez”, en donde los 34 cuadros rompen el tiempo y el espacio (v. pp. 397-398), método que retomaría Azuela a través de breves frases que nos llevan a imágenes yuxtapuestas y diferentes. Así, al tratar de expresar las frustraciones de un grupo de campesinos con la revolución Azuela supo anticiparse a su tiempo, estética y técnicamente. En plena crisis social y estética, nos cuenta el autor, Azuela supo nutrir creativamente a la literatura mexicana con nuevas posibilidades. Hallazgo que sería reconocido tardíamente por cierto por la crítica literaria que, ante la polémica de si existía una literatura mexicana moderna, Azuela desde México trascendía lo estrictamente nacional. Como en otros géneros, las vanguardias mexicanas surgidas de la revolución transformaron el mundo de las nacientes estéticas vanguardistas (pienso en Posada y el expresionismo en un pequeño grabado, o en La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán como origen de la nonfiction novel, o en la influencia del muralismo en Pollock), vanguardias menos estudiadas y menos publicitadas desde esta perspectiva que las contribuciones rusas o alemanas.
Estamos pues ante un libro, este de Aurelio de los Reyes modestamente titulado Crónica literaria de la revolución mexicana…que nos invita a una nueva lectura no sólo de la novela de la revolución, sino de la literatura mexicana en general. Así como en un principio hablé de la pasión por la historia en los trabajos de Aurelio, también encuentro otra gran lección para quienes trabajamos desde la historia: la permanente renovación de la curiosidad como si tratara de recuperar los años de la infancia en que todo sorprende, pero al mismo tiempo la curiosidad alimentada por respuestas abundantemente documentadas que en Aurelio suelen ser francamente contundentes. De ahí que Aurelio de los Reyes si bien ha tenido como eje la historia del cine desde sus orígenes, ha sabido plantear múltiples y diversas preguntas que ha respondido desde una abundante producción que inició desde los años setenta del siglo pasado para enriquecer nuestra historia y que esperamos pueda seguir enriqueciendo durante muchos años más. Espero que esta reseña haya sido una invitación a que se adentren en este libro y otros muchos de Aurelio, a sus artículos publicados en innumerables revistas e incluso a su filmografía (ganó un Ariel en 1992 por el cortometraje documental “Y el cine llegó”), todo lo cual nos permite adentrarnos en una nueva historia para México.