Autobiografía de un hundimiento

Autobiografía de un hundimiento

[bctt tweet=»Mi alma se hizo vieja cuando a mis dieciocho años atestigüé el fin del milenio.» username=»crisolhoy»]

Mi alma se hizo vieja cuando a mis dieciocho años atestigüé el fin del milenio. El obscuro siglo XX resultó una pesadilla de la cual si se conoce un poco de su historia : no dan muchas ilusiones de continuar viviendo. Desde que era un niño lavaba autos pero no sabía lo que me esperaba, no tenía idea lo difícil que resultaría sobrevivir. Con el paso de los años, acontecieron los días trabajando pero a mí nunca me alcanzó para nada; ni para soñar con una casa propia : desconocía la fórmula para existir en un mundo costoso y a la vez ser una persona prudente y ahorrativa, nunca pude con mi propia economía y desde niño no recuerdo poder estar sin trabajar: estaba obligado a vender mi vida por poco dinero y a gastarlo en un suspiro, a mendigar comida, a morir de hambre, las oportunidades no llegaron o no las supe entender. Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido y las devora el olvido, crecí señalado por ser: impotente, despilfarrador, talento desperdiciado; vendí a mi vanidad en un mal rato, me quise convertir en vendedor de humo que no se preocupa por el horrible y hundido mundo, perdí el camino que lleva al éxito, ardí en el infierno del sin sentido, preferí los viajes y las utopías del espíritu y los libros. Intenté convertir mi pobreza en poesía y prosa, soñé que hacía versos tan hermosos y desencantados como los de Rimbaud; creí encontraba el remedio para el sufrimiento pensando pero descubrí que si pienso estoy condenado, le perdí el miedo a la muerte sintiéndome vivo , abandonado y enterrado.

Y ahora ni siquiera puedo ahorrar para mí ataúd, creo que he perdido el ingenio, los trabajos que solicito solo encuentro rechazos; la edad y la ropa vieja son impedimentos para contratar, la vida es un bien que no debería causar tanto dolor, se perdieron: la transparencia , los ideales, la vida es tan fea y dispersa, no había tiempo para disfrutar nada solo hay tiempo para trabajar sin exigir nada a cambio, quizás no invertí suficiente tiempo en mi preparación intelectual, quizás me falta disciplina y sumisión, quizás no deba dormir ocho horas diario, quizás encuentre dos trabajos y salga de esto, quizás el infierno de la miseria deje de apretar. Camino por las calles de mi barrio y me descubro rodeado de gente como yo: vendiendo mercancías que no son suyas, gente desesperada mirando la nada, sobreviviendo de milagro, hundidos en el infierno terrenal. ¿Sufrirían igual en aquella mansión del otro lado de la barda grande? Quizás, la muerte nos llega a todos; y es estúpido preguntarse eso como guardarle rencor al que le va mejor. Es solo que la miseria nadie la siente en una existencia ajena: trabajar, estudiar, volverse exitoso y adinerado pareciera es la regla estadística para el que se la vive juzgando a los mediocres y los parásitos pobres, triunfar en los negocios pareciera es algo al alcance de todos, emprender con éxito lo más sencillo, el pobre es pobre por mediocre, por torcido, no por el lugar ni la circunstancia en la que nació , ese pensamiento dicen es de resentidos. Yo solo se que a ricos y a pobres les asusta por igual morir, y que si nos llevamos algo a la eternidad son los actos, la felicidad solo es verdadera cuando es compartida, la memoria suele buscar las sonrisas y los momentos afables antes de desaparecer; y el recuerdo de la compañía, el buen vino, las sonrisas, los abrazos, la penas que confesamos, el arte que miramos, el sol que sale para todos, el mar que no pide pagar por verlo, si nos llevamos algo será quizás la satisfacción de hacer algo por un sufriente en cualquier semáforo, en cualquier calle, quizás el último recuerdo pueda ser como dijo Rimbaud en su definición del concepto de eternidad: << el sol hundiéndose en el mar>>.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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