Cambiar el mundo, cambiar la vida
«Un niño me preguntó: ¿qué es la hierba?, trayéndola a manos llenas,
¿Cómo podría contestarle? Yo tampoco lo sé.
Sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con esperanzada tela verde.
O el pañuelo de Dios, / Una prenda fragante dejada caer a propósito»…
Whitman. Hojas de hierba
[bctt tweet=»Cambiar la vida, cambiar el mundo, que no vuelva a ser como hasta hoy lo hemos conocido» username=»crisolhoy»]
Lo he leído con detenimiento y lo más a fondo posible, lo reflexiono desde los más posibles escenarios. Lo leo, lo imagino, trato de entenderlo, y es inevitable repetirlo; es una de las últimas oportunidades que tiene el ser humano de sobrevivir, la humanidad entera, de seguir haciendo camino.
Cambiar la vida, cambiar el mundo, que no vuelva a ser como hasta hoy lo hemos conocido, y rescatar todo lo que hay que rescatar en los valores más nobles y dignos que hasta hoy han dando sentido a la marcha, generación a generación, una por una y todas entrelazadas. Sobrevivir para vivir, para verdaderamente vivir. No volver a la normalidad salvo en esas luchas, la solidaridad, la compasión, el amor por la paz y la igualdad, el amor.
Ambicionar que luego de este desastre sepamos llevar todavía con nosotros la fuerza necesaria para imaginar que estos jovenes y niños de hoy, junto con las nuevas generaciones, sabrán recomenzar a vivir socialmente por entre menos injusticias, peligros y calamidades, así el esfuerzo sea enorme. Y lo será, tan grande como esa potencia humana que nos ha traído hasta aquí paso a paso y evolutivamente mediante avances vertigionsos, pasando por catástrofes, guerras y pestes, hasta este escenario de abismo; catástrofe climática, pandemias cada vez más terribles -no serían muchas-, desigualdad y hambre, ya no tan solo lacerantes, sino también fatales, ,as guerra o guerras definitivas. El triunfo de la muerte sobre el los colores luminosos de El jardín de las delicias.
Iba a hablar sobre sistemas de salud, mecanismos de transmisión, cuarentenas que no se sabe si serán para volver en mejores escenarios, pero resulta que me quedo de nuevo en un montón de dudas y pocas respuestas.
Estamos ante el shock perfecto, bajo el viento del “hachazo invisible y homicida”, citando al poeta Miguel Hernández. Dependerá de todos nosotros lo que venga y cómo venga después de esta experiencia todavía incalculable pero que ya ha dejado una de las más grandes cicatrices en la accidentada historia humana. Dependerá del que de una vez por todas conservemos esa memoria histórica que hemos perdido, extravío que en gran parte nos ha puesto en este desfiladero.
Ojalá las cicatrices permitan que no olvidemos, que seamos capaces de reordenar este mundo, de cambiar esta vida.
Iba a hablar, tenía intención de hablar y hablar del frente común necesario, de aristas y gestos del deafío que se nos lanza, o mejor aún, al que hemos alcanzado, pero ya hay muchos expresando todos esos asuntos. Me queda insistir en que lo peor a pasarnos sería justamente volver a la normalidad, a esa que es el gran componente del problema; la ceguera ante la desgracia de los demás, una sociedad alienada por el consumo, por el éxito personal y las ganacias, así se llegue pasando sobre las desolladuras de los otros.
Luego de la expresión desbordada de generosidad e integración vista en otros eventos, la pandemia que se cierne sobre México y el mundo solo será derrotada por la comunidad y no por los hospitales. Las más grandes batallas estarán en los hogares y en las calles. El coronavirus Covid-19 sucumbirá por la respuesta social y no por la cantidad de unidades médicas, el número de camas ni el equipo médico disponible. Es la coincidencia de expertos, tanto del ámbito de la seguridad nacional como de la epidemiología y la salud pública.
Coincido: En esta cruel pandemia, intelectuales, políticos y medios deberíamos construir un discurso sanador, solidario con el esfuerzo titánico de científicos y sanitarios. Un discurso que no hiera más, sino que ayude a cicatrizar heridas que algunos partidos políticos se obstinan en infectar. Es un tiempo para recuperar la salud, física, psicológica y económica, no para buscar la muerte política del rival ni para dinamitar la cohesión social, tan esencial.
Una catástrofe natural como esta saca a la luz la parte más loable de las personas, pero también la más miserable. La incertidumbre, el desconocimiento y nuestro estado emocional nos ponen en el filo de la navaja y es comprensible, pues somos humanos y así nos manifestamos. De entre las iluminaciones y los desvaríos de la modernidad, quedan aún por rescatar tres grandes sueños; Libertad, Igualdad, Fraternidad. Y Dejo aquí esos versos:
« Un niño me preguntó: ¿qué es la hierba?, trayéndola a manos llenas,
¿Cómo podría contestarle? Yo tampoco lo sé.
Sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con esperanzada tela verde.
O el pañuelo de Dios,
Una prenda fragante dejada caer a propósito,
Con el nombre del dueño en alguna punta, para que lo veamos y lo notemos y nos ……preguntemos, ¿de quién?
O sospecho que la hierba misma es un niño, el recién nacido de la tierra.
O un jeroglífico uniforme,
Que significa: crezco por igual en las regiones vastas y en las estrechas,
Crezco por igual entre los negros y los blancos,
Canadiense, piel roja, senador, inmigrante, a todos me entrego y a todos recibo.
Y ahora se me figura que es la cabellera suelta y hermosa de las tumbas»
Walt Whitman. / Hojas de Hierba
*Publicado en “Hidrocálido”. / 15.04.2020