Diálogo con la violencia interior y exterior.
Escribe Ricardo Soca en su fascinante historia de las palabras:
<< La violencia fue asociada desde tiempos muy remotos a la idea de la fuerza física. Los romanos llamaban vis, vires a esa fuerza, al vigor que permite que la voluntad de uno se imponga sobre la de otro. Vis dio lugar al adjetivo violentus, que aplicado a cosas, se puede traducir como ‘violento’, ‘impetuoso’, ‘furioso’, ‘incontenible’, y cuando se refiere a personas, como ‘fuerte’, ‘violento’, ‘irascible’. De violentus se derivaron violare –con el sentido de ‘agredir con violencia’, ‘maltratar’, ‘arruinar’, ‘dañar’– y violentia, que significó ‘impetuosidad’, ‘ardor’ (del sol), ‘rigor’ (del invierno), así como ‘ferocidad’, ‘rudeza’ y ‘saña’. >> [1]
Ricardo Soca
Una forma de satisfacción humana se reduce al vigor de imponer la voluntad sobre la del otro.
La historia del significado pareciera adquiere tintes proféticos en cuanto menciona la derivación de violentus a violare. En México millones de varones producimos violencia hacia el exterior desde una ideología interior; desde una agresión heredada por el aparato ideológico familiar, una agresión heredada por el mercado que reduce todo a objetos, por el Estado y sus instituciones militares, sus escuelas, por el poder que ejercen en los pensamientos de los sujetos.
El Coliseo antiguo, el circo más violento de la historia, ahora es un estadio con un cuadrilátero al centro para los pugilistas, una plaza de toros en la que el humano es sustituido por un animal magnífico que es sacrificado para la diversión del violento público, miles de espectadores celebran la violencia sin aceptar que ellos potencialmente pueden ser violentos; lo más probable es que les encantaría pagar miles de dólares por asistir a una pelea a muerte al estilo romano, haciendo una vuelta extraña a un paganismo que los alejaría de su cristiandad a modo.
La violencia está en todas partes: en las calles y sus asaltos , en la cotidiana supervivencia de las oficinas y sus pasividades, en la sexualidad que ofertan los medios como si la masividad de sujetos de ciudad pudiéramos satisfacer fantasías de cualquier tipo, en los ideales vacíos, en las esperanzas rotas, en la tristeza crónica de los melancólicos que suelen ejercer la violencia contra ellos mismos. La violencia grotesca debe ser considerada como inherente a la humanidad, rodea e impulsa diferentes deseos.
Es tiempo de intentar un esfuerzo sobrehumano por entender la violencia: categorizarla, describirla; hacer hasta lo imposible por dialogar con los violentos mientras no agredan. La violencia está en los otros y está en mí, solo que en diferentes intensidades.
¿Los humanos estamos condenados a ser los animales más violentos? Es cierto que como especie somos la más depredadora, nociva, agresiva, y como género masculino también somos el mejor ejemplo del bípedo violento. Todo parece indicar que ningún animal es capaz de actuar alimentado por un odio inagotable, por una necesidad de repetir actos que causan dolor ajeno y disfrutar con eso, solo el ser humano es capaz de la mayor belleza o la peor bajeza, solo el ser humano supera al animal por medio del arte o se hunde por debajo de los animales convirtiéndose en una máquina violenta de destrucción.
¿La violencia es el lenguaje de la frustración, de la ira, de la vergüenza? Puede ser, y también es para algunos la única forma de sobrevivir en un mundo agresivo y hostil, ¿sobrevivir es un acto violento en sí? Lo es, y lo saben nuestros padres y sus padres. El mundo y la vida como se representan al sujeto son un acto violento en sí.
Si el objetivo de la vida para la inmensa masividad del siglo XXI con su tecnología y entretenimiento sólo es durar o existir más en este mundo de la manera más cómoda y placentera posible es evidente que la humanidad mató a sus creencias metafísicas y las intercambio por creencias en : servicios, productos, comodidades.
Y entender al mundo entero como un conjunto de objetos dispuestos para el entretenimiento y disfrute personal es el principio de la historia de cualquier infante que termina maltratando a sus juguetes porque se aburrió de ellos. Una categoría inicial que propongo para clasificar la violencia tardó moderna es la reducción de la dignidad humana a la condición de objeto, este trato que dan los humanos a sus semejantes como si éstos fueran cosas entre los objetos del mundo, deriva del endiosamiento de las mercancías. Es violento para cualquier ser humano ser tratado como objeto pero de algún modo es un imperativo de la época reducir todo a la condición de: objeto de cambio.
Vivimos en un mundo en el que lo suprasensible se aparece en lo sensible, la enfermedad metafísica de este tiempo es la angustia, un sentimiento que muchas veces significa la putrefacción violenta de la rutina. Lo invisible que puede ser un sentimiento, una emoción, un pensamiento de agobio, termina convirtiendo la realidad en un lugar: angosto, obscuro, intransitable, sofocante.
La angustia es la evidencia que lo suprasensible, lo metafísico, lo que no se ve pero se piensa, está afectado por el mundo de los objetos, la angustia por no tener dinero es un ejemplo perfecto, uno de los motivos principales causante de depresiones y que produce trabajadores quemados, en casos extremos está angustia te conduce a la calle o al suicidio.
<< La metafísica «supera la naturaleza para alcanzar lo que está oculto en o detrás ella, pero considerándolo siempre como lo que en ella se manifiesta, y no con independencia de todo fenómeno» (Schopenhauer). La metafísica designa así este simple hecho de que el modo de desocultamiento y el objeto revelado son en un sentido original «la misma cosa». Por eso no es, en su conjunto, otra cosa que la experiencia en cuanto experiencia y sólo es posible a partir de una fenomenología de la vida cotidiana. >>[2]
Cuando la angustia invade ocasiona la ruptura del refugio que nos protegía de la violencia mental, que se repite en forma de pensamientos repletos de: ilusiones y expectativas creadas por ilusiones consumistas , rotas todas estas ilusiones ante la caricaturesca realidad material, solo queda un despojo de millones de sujetos, el infierno de vivir sin vacaciones, ni objetos costosos, la renuncia a la vida entretenida.
El sujeto tardo moderno nació arrojado a un mundo en el que las creencias, las esperanzas, los deseos, las fantasías, lo metafísico, se convirtieron en una fe en el prestigio que otorgará el consumo. El creyente trabajador que le pide al dios dinero saber vender bien y otorgar mucha satisfacción a sus clientes solo espera un día poder tener el estilo de vida de sus ídolos futbolistas, actores, comediantes, personajes de las redes sociales, etcétera.
Los ancestros cada vez más viejos anuncian lo que nos espera, profetizan con su ejemplo el sentido de esta vida productiva, otro acto violento en sí, los valores en función de la productividad, juzgarse como exitoso o fracasado conforme la necesidad económica que puedas aliviar en otros, no puedes renunciar a producir o el peso social caerá sobre tus hombros, los hombres nacieron para producir, no para pensar ni contemplar, no para probar un plato de comida que no se ganaron con su sudor.
El problema de esta época es definir la dignidad humana, esta última no puede estar en función del mérito monetario, debería bastar con que un hombre busque sobrevivir y no dañar a otros, pero a veces esto es imposible si el dinero exige que se realice un trabajo que demanda dañar a otros, aunque sea indirectamente, el beneficio de unos a veces representa el hundimiento de otros.
El problema aristocrático es que nadie puede salvarse de la violencia de venir al mundo aunque su cuna esté en un hogar: refinado, burgués, limpio, ostentoso. Pará tener dinero debes soportar las presiones que te impone el nuevo dios de esta época, sufrir la violencia de la jungla de concreto en la que los animales fantasiosos pelean por papeles que para ellos tienen valor, en lugar de combatir por comida, en esta selva la muerte es más lenta y la violencia indirecta, pero sobrevivir no es gratuito nunca.
La exigencia del sistema productivo hacia los sujetos, el imperativo de acumular dinero so pena de ser un miserable fracasado es un motivo por el que millones ejercen violencia contra el sistema o contra sí mismos. No toda violencia se ejerce hacia el exterior, también existe la violencia que el sujeto ejerce contra sí mismo.
Un humano que fue educado solamente para producir no debería causar extrañeza entienda al mundo que le rodea como un conjunto de objetos para su utilidad, sin la menor importancia más que la ganancia que tengan para brindarle; luego el escándalo ante tanto egoísmo, utilitarismo, vanidad, y que los valores estén en una crisis que nos heredó la industrialización de la muerte del siglo XX. No considero exista una causa universal por la que los sujetos sean violentos, cada deseo frustrado puede ser un motivo.
Un choque directo aconteció entre la agonía de carácter ético y religioso que se produjo por los acontecimientos del siglo XX con su industrialización de la muerte y sus dos guerras mundiales, repletas de una violencia ideológica y fáctica nunca antes vista, y el ridículo libertinaje del siglo XXI que no sabe donde acomodar ni explicar la violencia que brota con la fuerza de un virus en cualquier ciudad, inclusive en las del perfecto primer mundo.