El invierno mental

El invierno mental

[bctt tweet=»Dicen los científicos que es ya un milagro el acto de abrir un ojo, que nuestro pensamiento es incapaz de darse cuenta de nuestra interioridad,» username=»crisolhoy»]

 

El cosmos es monstruoso como el alma de Nietzsche

 

 

Estaba escuchando a Beethoven en televisión nacional. Este bendito canal gratuito de la Universidad Nacional salvaba la atroz falta de cultura en la nación. Ya escasas estaciones de radio reproducían esta hermosa música de todos los siglos, y la bendita orquesta de la Universidad aún sabía tocar al viejo Beethoven con todo su poder.

Fue cuando escuchaba el segundo movimiento de la séptima y miraba las cortinas  que filtran la luz por mi ventana, mientras el humo adormecía mis podridas neuronas, fue en ese reflexivo instante que  supongo entendí algo sobre el arte, le da sentido al hombre, a este desgastado bípedo, a este insignificante sujeto. Sólo el arte es presente sublime, te hace  eterno por un diminuto instante, es la única posibilidad que tiene el alma humana de expresarse por los siglos que dure quien lo interpreté.

Dicen los científicos que es ya un milagro el acto de abrir un ojo, que nuestro pensamiento es incapaz de darse cuenta de nuestra interioridad, que la consciencia es un milagro neuroquímico, que nunca nos dejaremos de asombrar de lo que es nuestro cuerpo.

También dicen los astrónomos que están casi seguros que no existe vida en todo el sistema solar, que el universo es infinito, que los humanos parecen ser una anomalía, que nadie sabe con certeza si existen otro tipo de consciencias  en esta inmensidad que llamamos cosmos. Mientras la sonda Voyager lleva el sonido de Beethoven no sabemos en qué parte del monstruoso espacio exterior.

El cosmos es monstruoso como el alma de Nietzsche, o de cualquier ser así de inmenso y profundo. Es vértigo y poder.

Dijo un pretencioso  que nosotros somos la conciencia de esas estrellas que miramos, cree que podemos ser capaces de pensar el universo, cree que podemos entender a las estrellas, que pensamos por esas luces aparentemente inertes.

Pero el inmenso, imponente y bello espacio exterior, con sus rutilantes galaxias, con sus  imágenes incomprensibles, no tiene forma de hombre, el cosmos jamás ha confesado amar a la humanidad, los religiosos  piensan que ese espacio exterior lo inventó un ser todo poderoso del cual estamos hechos a su imagen y semejanza. Acusaban de Panteísta a media humanidad .

¿Cuánta es la vanidad de la consciencia religiosa?  Asume que la creación la hizo un Dios con forma humana, asume que de toda la creación, sólo el alma humana es inmortal, asume que Dios nos ama más que a los perros, y que ellos no tienen paraíso ni alma  aunque sean infinitamente más bondadosos que un inquisidor sediento de denunciar pecados ajenos.

¡Vanitas vanitatum omnia vanitas! Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

¿ De donde proviene está angustia que no  me engaña? Este vértigo ante la finitud, está cercanía  con el polvo, este pánico que le causa mi cuerpo a mi consciencia, está deseante necesidad de hablar. Dios es principalmente deseo decía el sabio Unamuno, tenemos Dios por que deseamos fervientemente salvarnos. Dios quizás es eso que llamamos deseo.

Cuanto terror impronunciable me  causa la quietud del mármol de las tumbas , la yerba verde sobre el concreto, el polvo sobre las bibliotecas. Todo este olvido que acompaña a los instantes seduciéndolos, tocándolos, engalanándolos, como mirar el color del otoño, como cuando la mente llega al invierno.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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