Epístola para el buen Miquelón
(El Juanón, para ti).
Domicilio: En algún lugar de la Selva Celestial o Lacandona (donde siempre quiso estar).
“Así es la vida, pequeñita; como una pastilla de chicle;
apenas uno la está saboreando y a luego luego se le acaba el dulce;
más al rato se pone blanda y de un repente se le pierde el chiste…
Así es la vida: de este tamañito.”
Astor Piazzolla
«¡HIERBA MALA NUNCA MI MUERE, MI JUANÓN!, Así que para que te reanimes, cuando nos veamos te invito unas caguamas para que te fortalezcas…»
Esas fueron las últimas frases que escuché decirte, mi gran amigo y compañero de aventuras periodísticas, de activismo ambiental y cómplice en noches de bohemia largas, pero nunca suficientes. Tus palabras de aliento las dijiste al enterarte del patatús que me había dado hace unas semanas. Hoy, subiste a ese último tren para realizar el viaje que se suponía yo debí realizar primero. Así es nuestra Catrina, a veces trágica, a veces mamona y en pocas ocasiones, justa. Mike, ¿Te acuerdas que nos conocimos hace añales? Sí, yo era sólo un estudiante de Comunicación todavía iluso y tú estabas recién llegado a esta tierra hidrocálida, junto con el personal del Instituto Nacional de Estadística Burocrática e Institucionalizada (INEBI) recién descentralizado del entonces Distrito
Federal. También recuerdo que fuiste integrante de un selecto grupo de inegianos que decidió salir pronto del “gueto” del fraccionamiento Ojocaliente para tratar de integrarse a la vida cultural, artística y social de esta amodorrada ciudad.
Creo que en donde ahora estás, debes tener más fresca la memoria que mi etílica neurona pues no recuerdo a ciencia cierta en donde nos conocimos, si fue en una tertulia literaria, exposición artística o en alguna marcha de manifestación a las que siempre asistías con tu inseparable cámara fotográfica o más seguramente fue en una emborrachaduría en donde nos reuníamos los ingenuos beodos que queríamos cambiar al mundo. La simpatía fue inmediata, recíproca pues teníamos muchos gustos afines, pero sobre todo la ilusión por hacer algo en pro de este desvencijado país. ¿Si te acuerdas, Miguel? Estoy seguro que sí. También sabias que yo fui de los primeros “hidro rancheros” que ingresó a laborar en ese monstruo institucional y estabas enterado que
antes de llegar a trabajar al departamento que comandabas, ya había recorrido algunas otras áreas. De cada una de esas etapas guardo muchos recuerdos, algunos muy gratos otros no tanto, pero no te voy a hacer larga la charla… aunque creo que el tiempo ya no cuenta mucho para ti, je, je, je. Lo importante es tratar de rememorar los momentos en que coincidimos en esta vida.
¡Acosador!..Laboral
Aunque siempre platicamos mucho, no sé si en alguna ocasión te llegué a comentar que la etapa en que laboré en tu departamento fue de las mejores de mi vida inegiana.
Como buen jefe –que no abundaban- sabías transmitir un voto de confianza para que uno desarrollara su trabajo con plena libertad creativa. El ambiente que se vivía con todos los demás compañeros era de franca camaradería. Para sazonar la remembranza, cómo olvidar el sabor de las empanadas de piña que a diario vendía –a crédito- el sindicalista Luis Antonio Vázquez, quien el día de quincena obtenía más dinero por el cobro de sus empanadas fiadas que del mismo salario. Resultan inolvidables las también muy ilustrativas charlas con el sociólogo y escritor Antonio Guerrero. Eran pláticas variadas, lo mismo de Literatura, Arte en general, deportes e invariablemente, de la política del momento que se vivía; todos los temas salpicados por tus comentarios de humor ácido. Las reuniones sociales en los que predominaba la música, el baile, las bebidas y el convivio con Mary, Aurea, Paty y demás compañeros son inolvidables.
Mikelón, siempre me sorprendió gratamente la relación laboral que llevabas con Roxy Nieves, tu secretaria. Era una mezcla extraña entre tu bonachón estilo de mandar y la chabacana conchudez de tu secre. Más parecía una relación de un matrimonio de muchos años, de esos cuando ya ninguno de los dos hace caso al otro. Recuerdo el primer día que me integré al grupo: Pregunté por ti y me dijeron que siempre llegabas como a las diez de la mañana. Pasó un buen rato antes de tu llegada. Después de saludar a los presentes, te dirigiste a Roxy y le preguntaste si ya había terminado el documento que un día antes le habías encargado. La secretaria, quien tranquilamente se maquillaba, con fondo musical de la película “Vaselina”, volteó pausadamente y sin dejar el pincel del rímel, abriendo desmesuradamente sus ojos y con un mohín de disgusto, te increpó de manera airada:
–“¡Ay, Miguel, apenas llegas y ya me estás molestando con trabajo, siéntate y tómate un café, ¡relájate”! Roxy, buscando apoyo ante tamaña injusticia, voltea y me explica: –“¿Cómo ves, XuanMa? Así verás a mi tirano jefe tooodos los días”.
—Y yo de manera maliciosa aconsejo a la víctima de tu opresión y le digo en voz alta: “Deberías de ponerle una demanda por acoso laboral”. Roxy vuelve a abrir nuevamente sus ojazos y pregunta de manera ingenua:
—-¿De veras se puede, XuanMa?… ¿Ya vez, Miguel?, ¡Cuídate porque puedo hacer que te corran!
Las carcajadas de todos los presentes, empezando por la tuya, coronaron este singular diálogo de bienvenida. Sentí que había llegado al centro laboral correcto.
Un Maestro Sin Aula
Miguelón, probablemente esto nunca te lo dije: Tú fuiste un auténtico maestro para mí. Y no me refiero a lecciones académicas, sino a muchos aspectos de la vida. Lo reconozco, antes de conocerte, yo no tenía conciencia acerca de la importancia de amar y respetar a la ecología. Contigo aprendí –como dice la canción de Manzanero- que el gran Eduardo Galeano tenía razón cuando afirmó que Dios se había equivocado al entregarle a Moisés sólo diez mandamientos y omitió uno muy importante, el que debió dictarle al hombre: “Amarás a la naturaleza por sobre todas las cosas”. Fueron muchas tardes-noches en las que en la sala de tu casa atiborrada de libros, revistas y sentados en pilas de periódicos me contagiabas de la importancia de difundir la información en torno a este tema. ¿Te acuerdas cuando te acompañaba a las comunidades a tratar de convencer a los campesinos de crear composta para aprovechar los desperdicios de alimentos y cultivar mejor sus siembras? Y cómo olvidar cuando te dedicaste a enseñar a construir de manera sustentable con muros hechos a base de pacas de paja. La gente se sorprendía al comprobar la resistencia de éstos. O cuando tú y Talli, tu compañera de mil batallas, tejían palmas para techos de palapas, sin cobrar un solo peso. Fueron muchas lecciones, por las cuales te doy las gracias, Mike.
Un Hombre Anacrónico
A pesar de que en el Instituto eras una persona muy popular, pues gran parte de tu vida se la dedicaste a esa mole burocrática, alguna de esa gente que no te conocía de manera real se mofaba de tu aspecto un tanto desaliñado y hasta motes despectivos te endilgaban. Algún día te pregunté que si conocías los apodos que te ponían o que se burlaban de tu aspecto y me contestaste con un lacónico, pero contundente: –“¿Tú crees que me importa la opinión de esos güeyes?”. Algunos te cuestionaban porque el frente de tu casa estaba lleno de hierba y zacate silvestre y sólo contestabas: –“Es la flora que se da por este rumbo”, acompañado de un remate irónico: –“¿Por qué todo mundo se aferra en tener pasto inglés en sus casas?, ¿Se quieren sentir de la realeza europea”?
Luego comprendí que los dardos que te lanzaban tus detractores sólo iban cargados de envidia. Les molestaba que un jefe de departamento del insigne centro tuviera su escritorio en aparente desorden, repleto de libros, revistas y documentos y que sin embargo tu eficiencia laboral era indudable, tanto que tus superiores, aunque te detestaban, tenían que soportar tu presencia porque hacías el trabajo que ellos eran incapaces de realizar, pues la mayoría llegaban a esos cargos, gracias a sus contactos –vulgo, palancas- o, encantos, más que por su propia capacidad. Te criticaban por la falta de pulcritud en tu casa y, sin embargo, en ese desorden se pulía una mente brillante repleta de acciones desinteresadas en pro de la sociedad. Dabas asilo a perros callejeros, mientras que los demás presumían sus mascotas de pedigrí o razas exóticas. Un día, cuando llegaste acompañado de una mujer muy bella -situación muy común en ti- un compañero me preguntó/comentó: –“¿Cómo le hace el pinche Miguel que con su aspecto de jipi trasnochado siempre anda con mujeres muy guapas?”. Cuando volteé, creí ver que la envidia casi le hacía sangrar la lengua, entonces aplasté al insidioso y le dije: “Mejor vomita porque la bilis te va a pudrir por dentro”. Obvio, ese viperino me retiró la palabra. Desde entonces, no puedo dormir. A través de mi ya longeva vida he comprobado que el padecimiento más recurrente y que más lacera el alma de los hombres es la envidia. Por tu forma de ver y vivir tu vida, Mike, siempre fuiste blanco de los envidiosos, pero como bien decías, te valió madre.
Epílogo con Fondo Musical
Mi querido, Maicol, quisiera seguir cotorreando contigo, pero, como decía mi abuelita Sabina que era muy sabia: “Hay que salir a chingarle pa´l máiz”. Se me ocurre una última cosa: Si te encuentras por esos rumbos al gran cantautor, Marcial Alejandro, con quien también compartimos magníficas noches de bohemia cuando estuvo exiliado en Aguascalientes, pues el cacique de ese
entonces de Radio Educación le quería dar chicharrón al buen Marcial por andar defendiendo los derechos laborales de sus compañeros ¿te acuerdas, Maic? Pídele por favor, que te cante esa rola que tanto nos gustaba que interpretara llamada “De tripas corazón” y cuyos versos cuadran a la perfección en estos momentos:
Aquí estoy
enfrentado a mis demonios
aquí estoy
frente al mar de testimonios
que no dejan que me vaya
que me mantendrán
muriéndome en la raya.
Y como diría el filósofo Arnold Termineitor:
“Hasta la vista, beiby”.
P.D. El dibujo que enmarca esta misiva lo realizó tu amada hija La Yeya (QEPD) en una ocasión que la llevaste a la oficina; aún portaba uniforme escolar, le dije que dibujaba muy bonito. Como era muy seria, no contestó y cuando ya se iban, lo dejó en mi escritorio. Hurgando en el baúl de los recuerdos, recién me lo encontré. Ahora tu retrato luce en mi cantina particular “El Templo del Morbo”, fiel testigo de tantas noches músico-literario-etílicas que pasamos. Mike, dale las gracias a La Yeya por mí y que sean muy felices ahora que ya se reunieron.
P.D. 2. Como me prometiste unas caguamas para cuando nos volviéramos a ver, yo ya giré instrucciones que, para cuando me “petatié”, me cremen y la mitad de las cenizas las esparzan en el jardín de San Marcos, en donde viví algunos de los mejores momentos de mi vida. La otra mitad en mi casa y encima de ellas siembren un agave azul. Así, cuando nos reunamos, tú invitas las caguamas y yo un tequila, cosecha individual, jejeje. Un abrazo, Miguelón.