La bilis negra (μελαγχολια)
[bctt tweet=»La bilis negra estaba en todas mis letras y conceptos que nunca podían dejar de ser ordinarios, coloquiales y gastados» username=»crisolhoy»]
“La bilis negra”, la que se instala en tu cuerpo sin que la observes
La bilis negra estaba en mi cerebro, en mis vísceras; en la sístole y diástole de un corazón que ya solo era un músculo más. “La felicidad es compartida”; solo se experimenta junto a alguien decía McCandless al final de su solitario viaje hacía rutas salvajes; pero en las ciudades, los bípedos solo nos dedicábamos a consumir para quizás compartir, era imposible convivir sin consumir. La falta de billetes representaba el mejor criterio para juzgar falta de virtud.
La bilis negra estaba en cada colilla de cigarrillo fumado, en cada vaso sin licor delante de un humano vacío; mientras mis contados amigos sufrían una epidemia similar de: soledad, abandono y consumo. Las personas libres solían ser solitarias, las personas tistes solían ser sinceras; parecía que el mundo hacía frívolas e insoportables a las personas sin problemas, a los contados que no se queman en este infierno llamado tierra, aquellos que solo hablan de viajes, felicidad y tarjetas; las personas que no tenían bilis negra parecían no tener alma, ni nada que decir; ellos a diferencia de los otros estaban bien, era el fin de su historia, su triunfo consumado, el fin de la vida lo habían conseguido. Los que parecían nunca enloquecer por perderlo todo día con día irremediablemente, el dinero no los salvaba de morir; pero pocos entendían que no saldrían vivos con ningún lujo de este mundo.
Mi rutina se había divorciado de mi emoción; mi pasión se declaró en quiebra, mi destino y la finalidad de mi vida se redujeron a perseguir dinero para no perder más dignidad, la lascivia se había convertido en una vergüenza incómoda, nadie permite a los vejestorios humanos desear.
La bilis negra estaba en todas mis letras y conceptos que nunca podían dejar de ser ordinarios, coloquiales y gastados. Palabras que no representaban más que el intento desesperado de dar cuenta que estuve aquí; que un día respiré, que otro día sonreí, que alguna vez amé; palabras ordinarias que buscaba dijeran algo diferente, pero no había nada distinto que decir.
Mis días cada vez eran más lentos en su ritmo cotidiano; la sensación de rapidez que propicia el miedo a perder lo que amo se había escapado; cada día era más difícil: despertar, sonreír, permanecer en estado de gratitud, intentarlo otra vez. La vida se iba de mí para nunca regresar, era ese huracán que te arroja muy lejos del lugar donde imaginas llegar.
Mi piel tenía manchas obscuras, estaba teñida de recuerdos del placer; mi alma se había inundado de la bilis negra, esa bilis que no se observa nunca pero que imagino es como la materia obscura del universo; la tristeza que no brilla por si misma; todo cuerpo que pueda emanar luz necesita de esa obscuridad.
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Los científicos decían que mis neurotransmisores estaban averiados aunque no tuvieran otra cura distinta que enviarme a dormir más horas; declaraban mal funcionamiento de mi sinapsis aunque no existiera substancia capaz de producir que deje de sentir e interpretar; yo prefería decirle como los antiguos griegos a la tristeza abismal: “la bilis negra”, la que se instala en tu cuerpo sin que la observes, el nombre que hace honor a la etimología de la palabra.