LOS INFRARREALISTAS
A principios del mes mi hijo Carlos visitó México después de varios años de ausencia. Me comentó que durante el viaje había leído una larga novela del chileno Roberto Bolaño: Los detectives salvajes. Me platicó la trama que envolvía los avatares de un colectivo de poetas iconoclastas autodenominado visceralistas, dedicados a defender una postura de realismo visceral e ir en contra de todo lo que representaba en su tiempo el statu quo y particularmente de Octavio Paz. También señaló mi hijo que la novela me iba a transportar a tiempos y lugares que seguramente viví en mi juventud, en tanto el libro arrancaba en la década de los setenta.
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Le dije que tal como me comentaba sobre el libro, recordaba un grupo que por entonces existió y del cual me habló mi amigo Armando Alonso, quien había conocido a uno de sus miembros. Me refiero a Cuauhtémoc Méndez. Le mencioné que tenía fresco el tema, pues meses atrás había hurgado en la web para localizar información sobre el bate señalado, al igual que su hermano, ambos muertos ya en su estado natal, Michoacán y que pretendía incluir sus fichas en el volumen onomástico que está coordinando Arturo Martínez Nateras. Le comenté que cuando fuéramos a Aguascalientes lo llevaría con mi amigo para que le platicase del tema.
Mi hijo me prestó el libro el cual empecé a leer de inmediato. Efectivamente me transportó a mi juventud, a algunas calles de la ciudad de México donde me moví e hice vida bohemia y francachelosa, particularmente el café La Habana (que en el libro identifica el autor como Quito), entre otros tugurios el Bucabar (hoy ya inexistente) , también ubicado en Bucareli o el tendajón frente al cine que todavía funciona por ahí, donde vendían exquisitos tacos de machito, sólo por anotar tres lugares de esa parte de la ciudad, citada por el autor.
Compartimos tiempos y a lo mejor lugares, pero nunca me crucé con este grupo de escritores marginales y apóstatas de la institucionalidad. Conforme avanzaba en la lectura iba imaginándome las vivencias de jóvenes dedicados a la creación poética, el amor libre y el desmadre. Por mi parte recordé mis andanzas nocturnas por esa zona con mis amigas Las pervertidas (Maru, Lourdes y Cristina), ellas también ligadas a la creación artística pues pertenecían al grupo de teatro El Gesto, al igual que otro viejo amigo Luis Daniel Casillas (Alejandro Rábago en el ambiente).
Como le había mencionado, cuando fuimos a Aguascalientes mi hijo y yo, lo llevé a visitar a mi amigo Armando Alonso, que no sólo había leído el libro, sino sabía quién era quién. Le señaló que Arturo Belano era el propio Roberto Bolaño; que Ulises Lima era Mario Santiago Papasquiaro (por cierto este también es un sobre nombre pues el real es José Alfredo Zendejas Pineda,); Ernesto San Epifanio es Darío Galicia, los hermanos Pancho y Moctezuma Rodríguez son Ramón y Cuauhtémoc Méndez y María y Angélica Font son Mara y Vera Larrosa, sólo por anotar los principales personajes.
Rápido devoré el libro y como me ha pasado en algunos otros temas o autores, busqué todo lo que pude encontrar de este núcleo de jóvenes latinoamericanos, básicamente mexicanos, que según lo deja intuir el propio Bolaño, tuvieron influencia o inquietud por conocer a otros dos grupos de creadores: Los estridentistas y los surrealistas. Encontré los tres Manifiestos infrarrealistas , todos ellos escritos en los setenta (creo que en 1975). También el libro de Mario Santiago Papasquiaro “Aullidos de cisne” y la colección de textos “Nada utópico nos es ajeno”, más allá de algunos ensayos sobre el tema, dándome cuenta que mucho se ha escrito sobre el mismo, pero curiosamente poco ha trascendido a la mayoría de la población.
Intentaba con ello y estas lecturas alternas, comprender mejor el libro y lo que Bolaño quiso plasmar en él, no fue fácil, pues más allá de la descripción vivencial de algunos de los miembros del grupo, planteaba cuestiones más complejas, como la expresada en la afirmación que podemos encontrar en el texto: “La realidad está debajo de lo que podemos aprehender a simple vista”.
Como bien dice Ainhoa Vásquez Mejías en un ensayo sobre esta expresión literaria, “corresponde a una corriente literaria generada a sexo, sudor, lágrimas y poesía”. También nos hace recordar a otros blasfemos literarios de la época, que desde mi punto de vista pudieron de tener algunos elementos de similitud con los infrarrealistas, me refiero a Jesús Luis Benítez, El Búker y Parménides García Saldaña (éste más ligado a la Literatura de la onda).
Hasta el final de la lectura comprendí porqué el título del libro, durante toda la obra se transcurrió en busca de quien se consideró como la progenitora del real visceralismo, Cesárea Tinajero, quien décadas antes se había ligado a los estridentistas de Arqueles Vela, Germán Lizt Arzubide, Manuel Maples Arce y Salvador Gallardo (el padre, para distinguirlo de su hijo Salvador Gallardo Topete). De ahí la conclusión del primer capítulo donde Arturo Belano y Ulises Lima salen un amanecer del año rumbo a Sonora en busca de la escritora, que para el primero implicaría un “viaje iniciático que pronto los llevará aún más lejos, en busca de su propio destino”. La tercera y última parte del libro transcurre precisamente en los avatares sonorenses, que terminan precisamente con la violenta muerte de la buscada.
Desde siempre he pensado que este grupo postulaba planteamientos más nihilistas y anarquistas, aunque en el libro no sea muy explícito al respecto, no obstante que el propio autor manifieste en su texto “Déjenlo todo” que, “nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una sola cosa”. También sabemos que Ernesto San Epifanio (en la novela, realmente Darío Galicia), fue promotor frustrado de un partido comunista homosexual y la primera comuna proletaria homosexual.
También es un libro en mucho autocrítico, sin alcanzar con ello el arrepentimiento de lo hecho en lo que podemos considerar como un “corto verano de la anarquía” por el reducido tiempo de existencia del grupo y los distintos caminos seguidos por sus miembros, los que, en su mayoría o los principales, se encontraban muertos ya a principios del siglo, con previos y distintos caminos seguidos cada uno de ellos.