La cultura de la culpa

La cultura de la culpa

En el artículo pasado comenté acerca de que hay elementos concretos para sentirnos vulnerables e inseguros ante la ola de violencia que sigue en niveles muy altos. La percepción de la inseguridad incluso en Aguascalientes es alta, además de que el índice de víctimas y el de delitos supera ya una cuarta parte de la población del país. Ante ello es justificado sentirnos víctimas de algo o de alguien, dado el temor que propicia la inseguridad en el país y peor aún la creencia en que las denuncias ante la justicia poco ayudan a resolver los casos delictivos. Esta contradicción entre la alta percepción de inseguridad y las bajas tasas de denuncia de los delitos plantea el hecho de cómo enfrentamos los hechos.

Desde 1985 las Naciones Unidas definieron lo que se entendería como víctimas: “personas que individual o colectivamente hayan sufrido daños, incluso lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que prescribe el abuso de poder.” (cit.pos. en Hilda Marchiori, “Los procesos de victimización” en: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2506/10.pdf) El incremento precisamente de víctimas tiene que ver desde luego con el incremento de la violencia y de la vulnerabilidad de la población, además de la gran impunidad en el accionar de los delincuentes. Ello ha implicado un “colapso” institucional en la administración de justicia, carencia de investigaciones sobre criminalidad y carencia de asistencia a las víctimas, entre otras condiciones. Sin embargo, sin la colaboración de las víctimas y sin la denuncia correspondiente, es difícil conocer los delitos y a los delincuentes y por lo tanto establecer las medidas correctivas y preventivas necesarias. Sin embargo, sin las condiciones necesarias para la comprensión y consideración de la víctima, como tener policías preparadas para una recepción adecuada de la denuncia, que facilite información a la víctima de todo el procedimiento, y que lleve a cabo los servicios periciales y testimoniales de acuerdo a derecho, entre otras muchas consideraciones, difícilmente pueden darse las denuncias suficientes.

Una de las primeras conferencias internacionales sobre las víctimas se llevó a cabo en Jerusalén en 1973, por lo que en más de cincuenta años existe un claro avance en términos de la comprensión de los procesos de victimización. Sin embargo, lamentablemente en el país poco se ha avanzado en las políticas públicas debido entre otras cosas a la partidización de las propuestas, cuando se requieren medidas consistentes para un estado de derecho. Pero además de estas políticas públicas, hace falta en el país un estudio sobre la falta de una cultura de la culpa que nos permita reconsiderar lo que está pasando sobre todo en materia de la violencia que se ha recrudecido en el país. Generalmente el sentimiento de culpa se ha asociado con las tradiciones judías y católicas, sin embargo tiene alcances mayores en el sentido de la toma de conciencia a favor de decisiones responsables sobre nuestra experiencia histórica. “Echar la culpa” es precisamente una forma de evadir nuestra responsabilidad, lo cual tiene también raíces culturales que habría que reflexionar.

En medio de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roosevelt solicitó a la antropóloga Ruth Benedict un estudio sobre las diferencias culturales entre Japón y Occidente, y popularizó la idea que los japoneses se basaban en la “cultura de la vergüenza”, mientras que los occidentales se movían a través de la “cultura de la culpa”, en el sentido de que los japoneses tenían una fuerte preocupación por el fracaso al no cumplir lo que otros esperaban de ellos, mientras que para los occidentales la cultura de la culpabilidad era una forma de confiar en la propia conciencia para hacer bien las cosas, más allá de lo que digan los otros. Esta visión culturalista si bien describía algunos rasgos, lo cierto es que partía de grandes prejuicios mutuos que lamentablemente terminaron en una de las grandes tragedias de la humanidad (el lanzamiento de la bomba atómica sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki). De ahí la importancia de cuestionar visiones que más bien recrudecen los prejuicios.

Sin embargo, la culpa ha sido un sentimiento fundamental para juzgar nuestros actos. Cuando Hannah Arendt analizó los juicios de Eichmann a partir de la idea de la “banalidad del mal” cuando el personaje en cuestión no mostró ningún remordimiento o sentimiento de culpa, al referir que sólo cumplía órdenes para llevar a los judíos al exterminio, Arendt definía también una de las peores consecuencias de esa banalidad al no aprender de la experiencia. De ahí que la culpa asumida por el “pueblo alemán” fue una manera de revisar su historia y de asumir su responsabilidad, si bien las consecuencias del nazismo fue responsabilidad de personas concretas.

Lo contrario a esta idea de asumir responsablemente la culpa, es la idea de culpar a los demás de nuestras desgracias o simplemente de nuestros problemas. “Echar la culpa” ha sido uno de nuestros pasatiempos principales, lo cual está relacionado también a la carencia de un sistema de justicia que permite restarle espacio a la impunidad. Ante un a administración de justicia que no castiga a los delincuentes que no castiga a los culpables conforme al derecho, lo que permite es una cultura de echar culpas a diestra y siniestra sin el eje que debe establecer la justicia en México. De acuerdo a la tercera edición del Índice Global de Impunidad México 2022 (Universidad de las Américas Puebla), la impunidad según las Naciones Unidas se entiende como “la inexistencia de hecho o de derecho de una responsabilidad penal por parte de los autores de violaciones, así como de responsabilidad civil, administrativa o disciplinaria, porque escapan a toda investigación con miras a su inculpación, detención y procedimiento…” (https://www.udlap.mx/cesij/files/indices-globales/IGI-MEX-2022-UDLAP.pdf ). Como sabemos, si bien no es México el país con mayor impunidad, sí tiene regiones de la mayor impunidad global como es el caso de Guerrero con 96.10 puntos. Ahora bien, a reserva de analizarlo más detenidamente en la próxima entrega, Aguascalientes es uno de los diez estados con un grado “muy alto” de impunidad. Así pues, para dejar de echar culpas, hay un gran campo de oportunidad para mejorar en la administración de justicia estatal.

Víctor González
Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

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