LA DEBILIDAD DE LA OPOSICIÓN

Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador, vivimos un fenómeno que refleja cada vez más un proceso de concentración de poder. Si tratamos de vislumbrar la fuente de poder de este incuestionable liderazgo, destacaríamos de manera más visible dos elementos:
El primero tiene que ver con razones ideológicas; por primera vez las generaciones del nuevo milenio identifican lo que es una ideología basada en la clase social, que además reivindica y empodera a aquellos sectores que se asumen como pobres, desposeídos o vulnerados.
Una buena parte de la población se ha identificado en esta condición, no sin indignación y reclamo. Cuando este sector, que es el más numeroso del país, se compara con aquellos que viven en la opulencia, genera un proceso de rechazo y rencor social.
Cuando alguien encabeza este reclamo y plantea como agenda principal cambiar las condiciones de vida de esa población, se dan las condiciones objetivas y subjetivas para sumarse con los ojos cerrados a ese proyecto. Con una sola frase que sintetiza asumir una posición: “primero los pobres”, se da el momento donde la gente se vuelca a seguir a alguien que le dio voz al desposeído y encabeza con mucha determinación ese sentimiento.
Si junto a la parte discursiva se implementan una serie de programas que reparten dinero a los pobres, una buena parte de la población llega a la conclusión que el discurso es verdadero, aunque no sea una medida de fondo de abatimiento de la pobreza.
El segundo elemento está muy ligado al primero, y tiene que ver cómo en los liderazgos de los partidos políticos se observa el poco interés en resolver de fondo el insoportable problema de una distribución más justa de la riqueza generada por todos.
Sabemos del nivel de complejidad del problema y lo difícil que resulta resolverlo, pero si en lugar de construir una agenda y una ruta que le trasmita a la población que alguno de ellos está interesado en abordar con seriedad este tema, lo que se escucha de ellos son temas de corrupción y disponer del erario público grandes cantidades de recursos que solo han servido para enriquecer a una élite política conformada principalmente por el PRI y el PAN, pero que incluye al resto de los partidos.
En el imaginario colectivo está casi tatuada esta percepción que se convierte en un fuerte sentimiento de reproche. La animadversión y poca credibilidad al sistema de partidos está ampliamente documentada por diversas casas encuestadoras.
Las consecuencias que se van a derivar de este contexto no serán algo positivo para el fortalecimiento de la democracia, lo comentaré en mi siguiente colaboración. Twitter: @normaglzz