La fatiga del gran Sísifo.
Hay un anciano caminando con su figura cansada y deforme, en un dispositivo con ruedas llamado diablito; lleva una carga muy pesada, pareciera un milagro ese acto de fuerza.
Parece un Quijote empolvado caminando en la 11 Sur; la escena acontece en un desierto de pavimento, calor, cables, y olvido. El tránsito se hace lento pero ningún auto suena su bocina, como si los ciudadanos entendieran la asombrosa procesión ante sus ojos.
¿Cargaba esas pesadas mercancías para obtener unos pesos a cambio? Seguramente, los autos no sonaron la bocina porque ese es el destino de cualquier humano, -pensé-. Lo que nadie parecía darse cuenta, era del obsequio surrealista que estaba sucediendo ante nosotros: el mismo Sísifo, cargaba su pesada roca existencial; y nadie estaba allí para pintarlo, era el único que quería pintarle, pero sólo tengo mis palabras turbulentas y sosas, mis adjetivos desgastados, mis metáforas inservibles.
El arte debería surgir de lo más roto y cotidiano, yo me sentí un inútil por no poder expresar la sensación de absurdo en un óleo. Vivir es trabajar sin cansancio, pendiente arriba, mientras; los demás que manejan su automóvil, van detrás de ti sin hacer sonido alguno.
La humanidad demostrando que para los que no tienen oro y billetes, sólo existe el trabajo incansable; sin descanso hasta la muerte. La fatiga del gran Sísifo, habría llamado a este cuadro imaginario que nunca pude pintar, pero aconteció delante de mis ojos.
Le ofrecí aliviar su carga al anciano desde mi auto, Sísifo me contestó:
- Yo cargo para ganarme unos pesos para mi cerveza, no quiero que nadie me ayude.
El hombre solo trabajaba y existía por su necesidad de beber y desaparecer. Me dio una lección de orgullo y dignidad, un lección sobre los motivos de los desposeídos para continuar.