La historia del presente
Visto desde una historia tradicional, hablar de la historia del presente parece una tarea imposible y una contradicción en sí misma. Imposible, porque para la historia empirista escribir historia implica tener la perspectiva suficiente (al menos cincuenta años), y los archivos necesarios para adentrarse en el tema de estudio; contradictoria la historia del presente, según la visión decimonónica, porque la historia se ocupa sólo del pasado dado que involucrarse con el presente se puede caer en el anacronismo y en la falta de no alcanzar la verdad. Se olvida esta perspectiva, sin embargo, que no podemos negar que somos producto de nuestro tiempo y que en ese sentido nuestras visiones del pasado están marcadas querámoslo o no desde el presente. Ciertamente no existen verdades absolutas, buena parte de la epistemología del siglo XX ha cuestionado la idea de verdades para todo tiempo y lugar, introduciendo teorías y métodos que reconocen este relativismo pero sin desconocer la posibilidad de alcanzar conocimientos con un mayor grado de objetividad. Toda historia es literatura porque se trata de una narración, sin embargo se puede distinguir la historia de la ficción sobre todo por el interés de alcanzar una mayor objetividad, tema que valdría la pena reflexionar en otro artículo.
Para evitar tanto la contradicción y el anacronismo la nueva historia a partir sobre todo de la llamada “Escuela de los Annales”, ese gran movimiento intelectual que provocaría una de las grandes revoluciones historiográficas, propuso una historia analítica, el diálogo entre los tiempos y una perspectiva interdisciplinaria con el fin de hacer más comprensible nuestro pasado al igual que nuestro presente. A partir de esta revolución historiográfica, la historia del presente resulta cada vez más necesaria ya que permite contextualizar los acontecimientos actuales en una perspectiva de mediano y largo plazo, de tal manera que con ello se evita uno de los vicios de los análisis actuales: el presentismo, es decir reducir las explicaciones a los mismos hechos y actores del presente sin la perspectiva necesaria para encontrar alternativas. De ahí quizá, desde este presentismo, que predomine entre las nuevas generaciones una visión desencantada de la vida y, en algunos casos, claramente apocalíptica como si la crisis actual (no sólo económica, sino sobre todo política y social) no tuviera remedio alguno.
Así pues, la historia del presente puede ser un antídoto ante el desencanto y pesimismo que predomina sobre todo entre los jóvenes, pero también entre los principales analistas del mundo contemporáneo. A la historia bien entendida, es decir a la que nos ayuda a comprender el mundo moderno, se le suele considerar como “maestra de la vida” si bien depende del tipo de historia que busquemos. Una historia que sólo se ocupa en describir difícilmente puede ofrecernos enseñanzas, peor aún, lo que pareciera concluirse desde el empirismo es que la historia no puede enseñarnos nada dado que cada caso de estudio es único e irrepetible. A este historicismo es necesario cuestionarlo, toda vez que forma parte de un pesimismo que observa el pasado como si todo fuera igual, sin las necesarias comparaciones que nos permitan preguntarnos sobre las similitudes y diferencias de algunos procesos, y sobre todo un pesimismo que no permite observar los cambios que es a final de cuentas el objetivo de anaálisis histórico.
Pensemos por ejemplo en el caso mexicano, difícilmente podemos entender el actual régimen si sólo personalizamos el análisis, por más defectos o virtudes que pueda tener por ejemplo el presidente de la República. En los últimos años, la biografía ha ganado terreno dentro de las propuestas historiográficas realizadas en México, si bien es una vieja tradición particularmente en los países anglosajones en donde los archivos personales se han conservado más. Incluso dentro de la Sociología y la Antropología se ha desarrollado una tendencia llamada “autoetnografía”, en el sentido de partir de la propia biografía para el análisis de un momento dado. Sin embargo, la relación entre lo individual y lo social, como entre lo micro y lo global, requiere una mayor reflexión ya que los contextos y una perspectiva histórica son centrales para la comprensión, incluso de nuestra propia biografía.
En otras palabras, regresando al caso mexicano, para entender el actual régimen habría que reflexionar nuevamente sobre la forma en que se dio la transición democrática, particularmente sobre los cambios y continuidades del viejo régimen autoritario. Incluso me parece central, como lo advirtiera Jesús Silva-Herzog Márquez en su libro La casa de la contradicción, repensar conceptualmente la democracia al mismo tiempo de cómo la hemos construido y en qué fallamos. Un tema por cierto que no forma parte de las actuales contiendas electorales, centradas más en temas que sin duda resultan fundamentales como la seguridad, pero que no podrán ser resueltos sin aclarar qué tipo de democracia queremos.
En ese sentido, la historia del presente nos lleva a repensar nuestra propia democracia y particularmente los intentos por regresar al régimen del partido hegemónico que durante muchos años prevaleció en el país. Me resulta verdaderamente desconcertante que historiadores brillantes así como compañeros con los que trabajamos desde nuestro propio nicho por ampliar nuestra democracia, en aras de lo que Paz llamaría “las trampas de la fe”, terminen por justificar el retroceso que significaría para nuestra vida democrática la sujeción a la Suprema Corte de Justicia por parte del poder ejecutivo, o el debilitamiento de las capacidades del órgano electoral que ha garantizado nuestra débil democracia.
Como es claro reconocer, es difícil pensar que los poderes o las instituciones electorales no requieran reforma alguna, por el contrario, es fundamental que analicemos por ejemplo de manera integral las fallas en la administración de justicia y hacer o recuperar propuestas que se han integrado por diferentes especialistas. Recuerdo por ejemplo en este sentido el esfuerzo que realizara el CIDE por integrar las propuestas sobre Justicia Cotidiana en 2015; o el más reciente llevado a cabo a iniciativa de organizaciones ciudadanas guiadas por comunidades jesuitas, para encontrar alternativas a la ola de violencia que se ha apoderado del país. En el mismo sentido, es fundamental pensar en una nueva reforma electoral pero no bajo el criterio de regresar a la institución electoral a la dependencia de la Secretaría de Gobernación, sino para consolidar las actividades de la defensa del voto y la participación ciudadana.
Son muchas pues las propuestas que se requieren en estos momentos para consolidar nuestra frágil democracia, pero sobre todo es importante partir de análisis que estén más allá de preferencias partidistas, que recuperen el valor de la política para llegar a acuerdos legítimos, y sobre todo que no pierdan la perspectiva que nos ofrece la historia del presente sobre una democracia que necesita ser adjetivada.