Los tiempos de la peste, Borges y la lluvia
Apenas parecía que amainaba la tormenta de males cuando de nuevo las predicciones nos traen señales de zozobra, a pesar de que muchos anden ya por estas calles como por su casa y por la vida como si nada tan serio hubiese pasado, imbuidos en el ánimo lluvioso de estas semanas, menos aún preocupados razonadamente por esas señales oscuras que nos hablan de que los tiempos de la peste no se han ido.
Segunda ola, tercer ola, ola al fin, llámenle como quieran llamarle, la enfermedad va para arriba de nueva cuenta, y aunque algunos suponen que con el avance de la vacunación se frena la posibilidad de un repunte serio, la realidad es que mientras no se tomen medidas como mayores restricciones a la movilidad o una aceleración del proceso de vacunación, vamos a tener un crecimiento de los contagios y gradualmente, de los ingresos a hospitales y de los fallecimientos.
Ojalá en realidad hayamos aprendido algo de valía de toda esta larga temporada, seca, alevosa, mortífera, de duras lecciones, porque será prueba de que hemos dejado en parte atrás esa grave enfermedad social que es la desmemoria histórica, ese lastre que por siglos ha desabarrancado una y otra vez nuestros mejores proyectos.
Siempre, en las duras y en las maduras, como ya más de alguno ha atinado en decir, no somos otra cosa más que el cómo nos recordamos ser, y es entonces al narrarnos como nos podemos reconfigurar creativamente. Así, la memoria construida de y entre nosotros, a partir del parteaguas de la pandemia. implicaría rehacernos, por medio de una introspección profunda y orientada por la memoria del resucitado,.
Vivimos un paréntesis en estos días frescos que hicieron alejarse los sofocos por los calores del páramo, pero en adelante será de primera necesidad el asumir la importancia de un no olvido que sea capaz de no dejarnos perder otra vez en el aquí y ahora. Lo importante entonces será tener perspectiva y vivir con las posibilidades que se nos dan. Echar mano, en medio del peligro, de lo que nos ofrece esta situación, para salir adelante como reinventados. O eso, o seguir así, brincando ola tras ola, hasta naufragar por completo.
En tanto, el paréntesis de estas tardes, de estas noches eléctricas y tronantes, de estas mañanas de plata y de humo, es como un breve bálsamo para vivir aún en esta temporada de siembras, de riego refrescante desde la altura para contrarrestar el clima de aires pétreos de nuestra ciudad. Este páramo nuestro y de nadie, gris, desabrigado, olvidadizo, imprescindible. Pero al fin, un “edén modesto”, como ese lugar cotidiano al que parecía aludir Borges cuando aseguraba que cada uno de los días de nuestra existencia logramos pasar unos instantes en el paraíso.
Para vivir el paréntesis, los instantes, dejo estas últimas líneas a Borges y a la lluvia.
LLUVIA
Bruscamente la tarde se ha aclarado / Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa / Que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado / El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa / Y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto
Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto
Jorge Luis Borges.
* Publicado en “Hidrocálido”. 30/06/2021