¿Por qué Grecia?

¿Por qué Grecia?

Tradicionalmente en nuestra formación académica se nos ha dicho que la civilización tal y como la conocemos surgió en Grecia, dado que el origen de la idea de la libertad política, de la literatura, del arte, de la filosofía y de la historia, pero también de la idea del Estado guiado por la ley y no sólo por los caprichos del soberano, son creaciones y prácticas que podemos observar en la cultura griega clásica, particularmente en el llamado “siglo de Pericles” (siglo V antes de Cristo).

Quizá una de las razones por las que sabemos de estas aportaciones griegas a la cultura occidental ha sido por el legado de sus pensadores, particularmente de sus filósofos e historiadores que impulsaron la idea de que frente al caos existe la posibilidad de que el mundo sea inteligible, es decir comprensible, y de que hombres y mujeres tienen la capacidad y la inteligencia para conocer la realidad, no obstante que ésta pareciera ocultarse, además de que este conocimiento puede transmitirse gracias a una cualidad humana, el logos o la razón.

Ahora bien, que fuera en la Grecia de la antigüedad el que esta idea fructificara tiene también razones de fondo. Una de ellas fue el tipo de religión que comenzó a desarrollarse, más allá de los mitos y rituales que contaban las historias de los dioses, del surgimiento de la tierra y de los cambios estacionales: el que los dioses eran de la misma naturaleza humana, tenían un principio común, si bien los primeros eran inmortales y tenían poderes sobrenaturales. Pero los dioses se relacionaban con los seres humanos y de algunas uniones surgían los héroes, materia en buena medida del arte incluso del contemporáneo.

Gracias al cine, y en el mejor de los casos a adaptaciones creativas, la mitología griega o mejor aún una suerte de neo mitologismo ha llegado a públicos amplios, de tal manera que conocemos por ejemplo la guerra entre troyanos y griegos, así como la suerte final de Aquiles en Troya (Petersen, 2004) en donde los dioses no pueden intervenir, en una suerte de destino fatal del gran guerrero. Estas historias de dioses y héroes han sido aprovechadas para el resurgimiento de algunas noveles gráficas llevadas al cine, en la tradición estadounidense, de tal manera que se mantiene el interés por una mitología cada vez más abigarrada y ficticia.

Como parte precisamente del rechazo a ese tipo de narraciones de mitos y leyendas, no obstante la visión del mundo e incluso la diversión en el tipo de representaciones por ejemplo teatrales, la práctica de la historia va a ser excepcional en el sentido de ofrecer alternativas a las narraciones literarias. Ciertamente, la literatura muchas veces ha suplido el trabajo del historiador al contar, de manera ficticia pero también más personal, los acontecimientos de manera más detallada e incluso atractiva. Incluso podríamos decir que la historia es una suerte de literatura aunque con otras condiciones, por ejemplo la de investigar a través de diversas fuentes (orales, escritas, pictóricas, etc.) para hacer más comprensible el mundo.

De ahí la importancia que tendrían Heródoto y Tucídides al contar no necesariamente lo que “verdaderamente” sucedió, sino el ofrecer relatos más confiables y comprensibles sobre las causas por ejemplo de una guerra. Y ello tuvo que ver con la idea, como comentamos, de que la inteligencia humana es capaz de ofrecer este tipo de relatos “para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido”, como diría Heródoto al principio de su Historia, pero sobre todo para conocer entre griegos y bárbaros (es decir, los persas) “el motivo de su mutuo enfrentamiento”.

Si bien Heródoto llama “bárbaros” a los persas, por lo cual las versiones posmodernas de la historia lo acusarían de “eurocentrista”, en realidad gracias a este autor conocemos muchas de las creencias, costumbres y prácticas culturales de estos grupos opositores a las polis griegas. Por ejemplo, sobre las causas originales de la guerra, plantea que los persas tenían el rapto de mujeres de los adversarios primero por fenicios y luego por ellos mismos como el origen de su vieja enemistad. De hecho, los persas cuentan que “en la toma de Troya encuentran el origen de su vigente enemistad con los griegos”, es decir en el mismo motivo por el que pelearon troyanos y griegos. Los fenicios sin embargo, comenta también Heródoto, contaron que Ío la hija del rey persa no fue secuestrada, sino que al saberse embarazada por el capitán del navío fenicio decidió embarcarse en éste para no ser descubierta por su familia. Y señala finalmente Heródoto: “Yo, por mi parte, no voy a decir al respecto que fuese de una u otra manera, simplemente voy a indicar quién fue el primero, que yo sepa, en iniciar actos injustos contra los griegos…”

Precisamente el contar las diferentes perspectivas y la búsqueda de las causas propiciadas por los hombres, no por los dioses ni por los héroes, sería el gran cambio diríamos epistemológico, que representarían la Historia de Heródoto y las Historias de Tucídides. Ello en buena medida basado en la idea de que es la propia humanidad la que es responsable de los actos más atroces, pero también de las empresas “más notables y singulares”. Con este sencillo planteamiento la historia inició un largo proceso de “secularización”, es decir de que fuera contada a partir de las acciones humanas, de sus prácticas y representaciones.

En la actualidad esta propuesta resulta fundamental si la ubicamos en el contexto de la Infocracia, como lo ha llamado Byung-Chul Hang, es decir el predominio sobre todo en redes, pero también en el mundo de la política, de narraciones claramente ficticias o deformadas conscientemente en aras de establecer nuevos controles entre la población. De ahí que la propuesta simple y sencilla de Heródoto, en un momento especial de la Grecia clásica, de evitar que los “hechos humanos” queden en el olvido sea también una “revolución” epistemológica o en la manera en que conocemos, frente al predominio de la mentira.

Víctor González
Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

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