Por una visión de Estado democrático
Sobre mi artículo anterior, un amigo me comentaba que no estaba claro cómo Hidalgo y Morelos, con una visión teocrática del poder en donde la religión católica era la única y verdadera, se habían transformado en héroes de la visión liberal de la historia mexicana, Hidalgo como padre de la patria y Morelos como iniciador del constitucionalismo mexicano. Mi respuesta fue en un primer momento que se debía a la construcción del nacionalismo mexicano, como parte de lo que Hobsbawm estudió como “la invención de las tradiciones”. En este artículo trataré de desarrollar la idea.
En términos generales, el nacionalismo forma parte de la construcción de los Estados modernos, aunque en algunos las naciones son anteriores al Estado, como me parece que ocurrió en el caso mexicano. Ello significa que más que una sola nación, en la Nueva España se fueron conformando varias naciones en buena medida determinadas por el “amor a la patria”, a la “patria chica” conformada por las provincias que se habían forjado desde los inicios de la colonización por razones militares y fiscales. El único que pudo dibujar esta división antigua en provincias, como bien lo señaló O’Gorman, fue Alexander von Humboldt en un mapa que se conoció apenas hace algunos años y que se encuentra en los archivos de la Real Academia de Historia en España (v. Mapa de Humboldt, “Carta geográfica general…”, 1804).
Estas provincias algunas de Intendencia se manifestarían al momento de la independencia, gracias a las Cortes de Cádiz que permitieron la representación con base en provincias. Así, las llamadas “diputaciones provinciales” serían el origen de la mayoría de los estados de la república en la Constitución de 1824. En esta Constitución de hecho se reconocieron dos soberanías, la de la de las provincias reconocidas como estados, y la del naciente Estado mexicano. Ello significó por un lado que la fuerza misma de las regiones tuviera una clara representación, y por otro que el Estado central mexicano se debilitara. De ahí los cientos de rebeliones que se dieron sobre todo en los primeros cincuenta años de la independencia, además de las invasiones y pérdida de la mitad del territorio mexicano, que impidieron la consolidación del Estado central mexicano. No sería sino hasta Juárez y principalmente Díaz, por medio de procedimientos dictatoriales, que se lograría un orden político a nivel nacional.
Fuente: Real Academia de la Historia, «Carta geográfica general del reino de Nueva España, sacada de la original hecha en 1803 por el Sor. Barón de Humboldt y dedicada al señor conde de la Valenciana. Es una de las copias manuscritas coetáneas que se hicieron del original de Humboldt en la Ciudad de México en 1804”, Consultado en: https://bibliotecadigital.rah.es, el 10 de noviembre de 2020;
El periodo que los historiadores porfiristas llamaron de la “anarquía”, esos primeros cincuenta años independientes, en realidad es el momento del surgimiento de caciques y caudillos que aprovecharon la situación ante la ausencia de un poder centralizado. Hay que recordar que Max Weber caracterizó a los Estados nacionales a partir del monopolio de la fuerza y de la existencia de un proyecto nacional. Monopolio de la fuerza que implica fundamentalmente el establecimiento de un orden político, basado en los derechos civiles y no en la militarización, por medio de un ejército profesional, cosa que no se lograría hasta bien entrado el siglo veinte.
Sobre la existencia de un proyecto nacional es donde entra la manera en que se fueron “inventando las tradiciones” nacionales, más allá de la patria chica, en un proceso de identificación que se fue construyendo a partir sobre todo de las invasiones estadounidense y francesa. Los historiadores y cronistas del periodo, desde diferentes perspectivas, como Lucas Alamán o Guillermo Prieto escribieron sobre el impacto que les provocó el ver al país invadido por el ejército estadounidense, de ahí nuestro nacionalismo que desde luego tenía antecedente en el “proto nacionalismo criollo, como lo analizara David Brading.
Pero el sentimiento nacionalista no surgió de un día para otro, es un proceso que se fue integrando y consolidando, pese a la rebelión de caudillos y caciques regionalistas, en buena medida frente a España, Estados Unidos y las potencias europeas. De ahí la necesidad de crear una historia que homogenizara a la población, en donde se reproducirían muchos de los “mitos” de nuestra historia. Sin embargo, no obstante la gran fractura entre liberales y conservadores, se lograría una visión integrada por las luchas de independencia, de reforma y de la revolución, que sintetizarían un proyecto de nación no basado en caciques ni caudillos sino más bien en instituciones y, después del sacrificio de Madero, un proyecto de Estado democrático.
En los últimos años este proyecto de nación ha terminado por diluirse, en buena medida por la globalización, por el cuestionamiento a las instituciones democráticas y por una población cada vez más escéptica sobre los beneficios de un régimen democrático. Además, los símbolos patrios han terminado por ser “partidizados” por el presidente, es decir ya no funcionan para toda la población y sus instituciones sino para una sola visión de país, lo cual ha intensificado la crisis misma del nacionalismo mexicano.
Desde esta perspectiva histórica, el Estado de derecho mexicano pensado más allá de los gobiernos ha sido un Estado débil, primero por lo que hemos referido como un periodo de caudillos y caciques, luego de un orden dictatorial y finalmente autoritario. Las luchas democráticas de los últimos años para que el voto cuente, para tener una clara división de poderes, para una mayor ampliación de derechos ciudadanos, parecieran haber retrocedido frente a un proceso nuevamente centralizador que ha debilitado las instituciones, incluido el propio ejército, que ha desaparecido los equilibrios federalistas, e incluso ha reducido el proyecto de nación al reproducir viejas pugnas que habían desaparecido a través precisamente de una historia más matizada, pero también con el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas. Por ello es necesario reconstruir el proyecto de nación que se ha forjado históricamente a partir de una visión de Estado moderno, inclusivo y democrático, en donde el Estado es un proyecto “civilizatorio” como lo consideró Norbert Elias, en donde lo más importante es consolidar un orden democrático y de derechos ciudadanos. Un proyecto que es importante recuperar.