Querido lector

La vida de un adulto lector es un viaje constante de descubrimiento, donde cada libro es un portal a nuevas ideas, emociones y perspectivas. Sin embargo, hay algo particularmente mágico en el reencuentro con libros que una vez creímos perdidos, como si el destino nos ofreciera una segunda oportunidad para desentrañar sus secretos y, al hacerlo, desenterrar nuevas verdades sobre nosotros mismos.
Una tarde de primavera, hace no mucho, mientras organizaba mis viejos recovecos de libros, entr humedades, polvo y nostalgia y objetos olvidados encontré joyas únicas que había leído hace muchisímo tiempo atras No eran los grandes clásicos que uno esperaría de un lector ávido, sino más bien una colección ecléctica de novelas, algunos poemas y un par de libros de autoayuda que, en su momento, me habían parecido profundos.
Al desenterrarlos, sentí una mezcla de nostalgia y curiosidad. ¿Qué me dirían ahora estos libros que ya no soy el joven que los leyó por primera vez? Tomé uno en particular, una novela respecto a la Masonería que había devorado en una sola noche cuando tenía 25 años. Recuerdo la emoción, la intriga, y la satisfacción de haber resuelto el enigma antes que el detective. Al abrirlo, me encontré con mis propias anotaciones en los márgenes, subrayados que destacaban pistas y teorías que, en aquel entonces, me parecían brillantes.
Comencé a leer. Y para mi asombro, la historia, que en mi memoria era un torbellino de acción y suspenso, se presentaba ahora con una nueva profundidad. Los personajes que recordaba como meros arquetipos, cobraban vida con matices que mi yo adolescente no había percibido. Las motivaciones, los miedos, las pequeñas traiciones: todo se revelaba con una complejidad que antes me era invisible. Lo que una vez fue una simple búsqueda de un culpable, se transformó en un estudio fascinante de la psicología humana y las complejidades de las relaciones interpersonales.
De repente, una frase que había subrayado con fervor en mi juventud, y que entonces me había parecido una pista crucial, se reveló ahora como un comentario sagaz sobre la condición humana. Las palabras que antes leía con la impaciencia de un detective, ahora resonaban con la sabiduría que solo la experiencia puede otorgar. Fue como si el libro, al igual que yo, hubiera madurado con el tiempo o quizá la nueva mirada me da nuevas impresiones de lo que fue en algún momento de la vida.
Este reencuentro con mis «libros perdidos» fue un recordatorio poderoso de cómo la vida nos moldea, y cómo nuestra comprensión del mundo evoluciona. Aquel joven lector buscaba respuestas y emociones superficiales; el adulto lector buscaba comprensión, significado y la verdad detrás de las palabras. Descubrí que los libros, al igual que las personas, guardan secretos que solo se revelan a medida que crecemos y estamos listos para escucharlos.
Desde aquel día, hago ejercicios de repetir de forma aletoria algunos libros, algunos pasajes, algunas buenas historias que ahora recobran nuevos significados.
Sé que muchos de mis libros actuales me reservan sorpresas y aprendizajes aún por descubrir cuando los relea en el futuro. Porque, en el camino de un adulto lector, los libros no son solo historias que leemos, sino espejos que reflejan nuestro propio crecimiento y las infinitas posibilidades de aprendizaje que nos ofrece la vida. Andando el camino otra vez.
Atentamente,
Ignacio González Cervantes