Representación política. Algunos apuntes/9 : Utilitarismo y Representación 1
Las ideas del liberalismo filosófico, político y económico, así como la democracia representativa, impactaron en numerosos países, principalmente Europa y América, pero no en todo el planeta. Empero se supuso (¿optimismo, ingenuidad, malicia?) que serían vigentes en todo el mundo “libertades civiles, seguridad de la propiedad y control de las instituciones políticas mediante una opinión pública informada”, así como formas de gobierno constitucional, según estas reglas: 1) gobierno sujeto a los límites de la ley; 2) el centro de la actividad política corresponde al poder legislativo representativo; 3) todas las ramas del gobierno son responsables ante el electorado. (George Sabine, Historia de la teoría política, p. 505)
El fundamento teórico es la dignidad, la libertad y los derechos del ser humano. Sin embargo, lo que inicialmente fue una filosofía revolucionaria devino en una ideología utilitaria y práctica, ante la necesidad evidente de concretar en leyes, acciones de gobierno y actos administrativos la construcción institucional que amacizara el poder de las clases dominantes, lo cual empezó a materializarse, siglos 18 y 19, con medidas sanitarias, reorganización de tribunales e inspección en las fábricas. (Op. Cit. P. 506) Ello en modo alguno fue motivado por piedad religiosa o humanitarismo o reconocimiento de derechos sociales y laborales, sino por “el inflexible egoísmo de la ética utilitaria”. (Idem)
Por razones pragmáticas el liberalismo político dejó a un lado la rigidez teórica y poco a poco la “conciliación de diversos intereses se convirtió en una parte esencial de su filosofía” (Op. Cit. P. 507). Este empeño no tenía otro afán que la “adaptación a los cambios progresivos del industrialismo y el nacionalismo que procrearon filosofías [sindicalismo, socialismo, et altra] que amenazaban” con nulificar las libertades civiles y políticas propias del individualismo. Ello obligó a reformas legales y políticas. James Mill y Jeremy Bentham coincidieron en que “la reforma legal en Inglaterra dependía de la liberalización de la representación parlamentaria”, con “la esperanza de que pudiera resultar un factor más practicable de reforma legal que la aristocracia o el despotismo ilustrado … [esto es] romper el monopolio político de la clase terrateniente” (Op. Cit. P. 509). Sin duda, lucha de clase en la cúpula en el marco de lucha de clases burguesía-trabajadores.
La representación política fue la respuesta de la burguesía inglesa para consolidar su poder como primera fuerza del Estado, que debía luchar en dos frentes: 1) asegurar que la “Cámara de los comunes” contrarrestase el poder combinado de la “Cámara de los Lores” (aristocracia) con el de la corona, ya que se confabulan “monarquía y aristocracia contra la democracia”. Existían diferencias y hasta controversias entrambos (burguesía y aristocracia), pero “ninguno desea ser ahogado por el poder democrático”. 2) Impedir la sublevación popular. “Tutelar” [controlar] a individuos sin propiedad ni instrucción (obreros y campesinos), bajo el prejuicio de que son “incapaces de gobernar” y, por tanto, no merecedores de derechos políticos. (Timothy Fuller, Historia de la filosofía política, p. 685)
Al concebir la forma idónea de gobierno para tales propósitos, Mill festina “el hallazgo de nuestros días” (siglos 18-19): el sistema representativo. Si la colectividad es incapaz de ejercer directamente el poder, “debe confiarlos a un individuo o conjunto de individuos”, sujetos al control de la comunidad, a fin de evitar que los representantes sigan su propio interés y den lugar a “un mal gobierno”.
Para James Mill (1773-1836) el problema consistía en cómo crear un cuerpo representativo que no sea numeroso [o séase propietarios y aristócratas], ni ostente mucho poder, “con pocos incentivos para explotar a las minorías”. Discurrió, entonces, varias posibles medidas: 1) reducir la duración del cargo de los representantes populares; 2) no hereditario ni vitalicio, pero permitir la reelección como sistema de premios y castigos (pago por lealtades y sanción “por actos censurables”); 3) elegibles únicamente adultos de 40 años o más, con el requisito de que posean “unas modestas propiedades”; 4) excluye a las mujeres por “la identidad de intereses con sus maridos y padres”. (Ensayo sobre el gobierno. P. 56. Citado por Fuller, p. 684).
Leyes y gobierno tienen como finalidad la consecución de la felicidad del individuo. (Salazar Mallén, Desarrollo histórico del pensamiento político, T. II, p. 42). De esta búsqueda de la felicidad –que no es sino de riqueza y poder–, emana la contienda entre los hombres fuertes y los débiles. La solución, propone Mill, es “la unión de un cierto número de personas [los fuertes, la minoría] para protegerse mutuamente” [de los débiles, la mayoría]. Y el encargado de ello es el gobierno, al cual se delega el poder de proteger a los fuertes. En su opinión ese es el origen de la sociedad civil. Conjuga así leyes, gobierno y seguridad en torno a la propiedad (Op. Cit. P. 43).
No obstante, para Bentham (1748-1832) sólo existen los individuos, siendo la sociedad “un cuerpo ficticio”. Aquí resalta un obvio cuestionamiento: si la sociedad es un artificio ¿cómo reconocerle poder legítimo para nombrar representantes, dictarles la responsabilidad del “buen gobierno” y, además, controlarlos?