Sangre en el estadio II

Sangre en el estadio II

…los catalizadores

Pasemos a los catalizadores, suponiendo que todavía siguen leyendo, claro. Aquí estamos hablando de lo que moviliza a los grupos que se encontraban separados por las líneas de las que hablamos, y como comentamos, puede tratarse tanto de algún individuo o grupo de individuos, como de factores externos específicos, una guerra, por ejemplo.

El catalizador hace que los grupos vayan más allá de las líneas y consideren al de enfrente no solo como un otro, sino como un adversario, en el mejor de los casos, y como un enemigo en el peor. Esto es bastante claro para la política y el mismo futbol, hay que ir ganarle a los de enfrente, ganemos el partido, ganemos la elección, etc.., para esto hay discursos, hay acciones, hay ideologías, incluso hay acusaciones, con mayor o menor grado de credibilidad, el conflicto de Ucrania y Rusia es un gran ejemplo de cómo se construyen estos discursos independientemente de si tienen algo de verdad en el fondo o no.

Ahora bien, como en el caso de las líneas, el que los catalizadores muevan a los grupos sociales no basta tampoco para la violencia (no la estoy haciendo cansada, pero créanme que es importante juntar todas las piezas antes de armar el rompecabezas). De hecho, tanto la política, como el deporte de competencia, en este caso, el futbol, sirven precisamente para conducir esas confrontaciones a través de medios pacíficos, o, por lo menos no tan violentos.

Siguiendo a Elias y Dunning, el deporte espectáculo se inscribe dentro de lo que ellos llaman el proceso de civilización, que no es otra cosa que un nombre rimbombante para decir que es un intento para dejar de resolver las cosas a golpes y tratar de guardar la violencia en otro lado. Porque la agresividad humana tiene que tener un lado, pero ese es otro tema, tal vez para otro día, aquí lo importante es que, idealmente, los deportes de competencia, sobre todo los que aglutinan grupos que se identifican con los equipos, no buscan la violencia, por el contrario, buscan contener, resolver, sublimar la violencia para que ocurra sin dañar a nadie en el proceso.

El problema ocurre cuando los catalizadores van más allá, ya sean personas o cuestiones externas, e impulsan a bajar la guardia frente a la prohibición que, por regla general, los seres humanos actuales tenemos frente al uso de la violencia. Esto es importante, contrario a lo que he leído en más de un comentario, la violencia no está «normalizada» en el deporte, menos en el futbol, el solo hecho de que tengamos una reacción social tan unánime de condena a los hechos de Querétaro nos está diciendo que esto no es normal, esto no es lo que debería haber pasado, así no debería haberse resuelto el conflicto entre las porras. ¿entonces qué pasó?

A falta de dos elementos más por revisar, podemos aquí ubicar un facilitador de este tipo de conductas, y una disculpa si sueno mojigato, pero no podemos dejar fuera del problema al consumo de alcohol, y no por el alcohol en sí mismo, sino por el abuso que se suele hacer y la función social que le hemos otorgado al alcohol como un «permiso» para llevar a cabo conductas que no realizaríamos «en nuestro juicio». El abuso del consumo de alcohol funciona en estos casos como un catalizador, predispone a ignorar los límites sociales que regularmente nos dicen que no es correcto golpear a alguien con un picahielo. Quiero dejarlo claro, el alcohol en sí no es lo que hace que la violencia estalle, pero ciertamente ayuda.

Las líneas son el fuego, los catalizadores, la estopa, el incidente oportunista es el diablo que viene y sopla. Sobre el pretexto, la chispa que encendió la violencia en la Corregidora simplemente no hay información suficiente como para aventurar nada aún y me temo que sería solo abonar a la especulación, dado que ahora están rondando incluso versiones de peleas entre crimen organizado, así que hasta no tener (suponiendo que algún día la tengamos) información suficiente al respecto, no se puede decir qué fue lo que disparó la violencia ayer.

Pero sí sabemos lo que ha ocurrido en casos similares, en México y en otras partes del mundo. Sabemos que la confrontación entre barras es parte importante de la conformación de las mismas y que la violencia entre las mismas no es un hecho aislado, en realidad, es parte de la puesta en escena de la barra.

Y aquí hay que hacer un alto para comentar someramente qué es en sí una barra, cómo funciona y cuáles son sus reglas, bueno, sus lineamientos generales, dirían en piratas del caribe. Sobre todo porque, como siempre ocurre, medio mundo ya brincó para echarle la culpa al Sr. Andrés Fassi y al Pachuca por haber traído la primera barra al futbol mexicano y haber «argentinizado» nuestro otrora impoluto futbol, dicen, mientras las cenizas del parque Asturias, quemado por los aficionados del Necaxa de los once hermanos en 1939 se ríen. Si el Pachuca no las hubiera traído, igual hubieran llegado por otro lado, la barra es demasiado atractiva como para mantenerla lejos del estadio.

Y no me refiero solo atractiva en lo comercial, porque ciertamente a los directivos les gusta que le dan «color» a los estadios, es atractiva para los que la integran que, en promedio son hombres jóvenes de zonas urbanas vulnerables. (dije en promedio, ya sé que también hay mujeres y que también se cuela alguien de zonas medias).

¿Por qué entra un joven a una barra? la respuesta obvia es para apoyar un equipo, pero la respuesta profunda casi siempre va en dirección a la necesidad de pertenecer. Recordemos que, a pesar de lo que la señora Tatcher contaba, los seres humanos somos antes que nada, seres sociales y tenemos siempre una fuerte necesidad de sentir que pertenecemos a algún lugar, a algún grupo, a un colectivo. Lo peor que le puede pasar a un ser humano, obviamente más allá de la muerte (y eso varía según las culturas) es quedarse sin lazos, sin relación alguna. Y ese es el estado en que muchos de estos jóvenes suelen encontrarse. Para no hacer el cuento largo, las barras ofrecen muchos de los atractivos que también les dan las pandillas a los jóvenes, ¿la diferencia? la barra, en la inmensa mayoría de las ocasiones, no recurre a la violencia explícita y, cuando lo hace, busca que sea una violencia ritualizada, esto es, dentro de límites establecidos y contra «objetivos» previamente acordados.

La barra es un juego y un deporte por sí misma

La barra es un juego y un deporte por sí misma, de ahí que no sea extraño que, en medio de juego horrendo, la barra parezca que está en carnaval, porque ellos siguen su propio guión y lo que pasa en la cancha muchas veces es secundario a la puesta en escena que debe hacer la barra, cantar, brincar, no dejar de moverse nunca y, cuando llegue el caso, pelear.

Ayuda a entenderlo mejor si lo enfocamos como una especie de justa medieval, cada barra tiene sus escudos, sus banderas (les llaman trapos) que funcionan como estandartes de honor y las peleas suelen ser (y de nuevo, no siempre es así) combates previamente pactados para ver quién se puede quedar con algo del otro lado, playeras, trapos, algo. Vaya, un atrape la bandera pero muy a lo bruto. Estos combates se suelen llevar a cabo en lugares cercanos al estadio, pero, regularmente, ligeramente alejados a donde los «civiles» van pasando. La máxima observada en la mayoría de las barras sería, pégale, pero solo a los de la otra barra y solo durante un tiempo determinado.

No creo que sea necesario volver a enfatizar que esto no lo hace correcto de ninguna manera y que es muy posible que, a pesar incluso de lo pactado, las cosas se salgan de control. Otra vez, entender no es justificar, la idea es comprender por qué las barras resultan tan atractivas para sus integrantes.

Ok, entonces, las barras son ese grupo de cavernícolas sedientos de sangre que siempre nos pinta la prensa cada que pasa algo? no, son personas con una inmensa necesidad de pertenencia, que, como suele pasar en este tipo de grupos, bandas de camaradas las llamó Marvin Harris, están continuamente teniendo que justificar ante los demás que merecen pertenecer a ese grupo, por eso tienen que estar dispuestos a mostrar que tienen más «awante» que los demás, que brincan más, que cantan más, que apoyan más y, junto con eso, que en su momento, pelean más y pueden darle honor a su barra conquistando algún trapo o al menos noqueando a un rival.

Y aquí hay algo muy importante, que una acción choque con nuestra racionalidad cotidiana, no significa que sea irracional. Significa, en la mayoría de los casos, que funciona en una racionalidad diferente a la que utilizamos cotidianamente, si quieren una muestra, vean cómo se justifica, de ambos lados del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, el bloqueo y persecución de medios de comunicación, incluso en países que se precian de ser adalides de la libertad de expresión. Están funcionando en una racionalidad de guerra, que tiene características diferentes a la que usamos cotidianamente.

Así y todo, evidentemente el límite de la violencia ritualizada se rompió en Querétaro, la violencia se volvió indiscriminada y con un claro afán de destrucción, no era conquistar un premio, era lastimar y, probablemente, matar. Eso implica un escalamiento que supera por mucho el accionar típico de cualquier barra, y no, no estoy diciendo que las barras son puros angelitos, sé que hay, de manera más o menos extendida bastante narcomenudeo en ese ambiente, entre otras cosas más. Pero hay una distancia entre agarrarte a golpes contra alguien y buscar matarlo con tubos y picahielos cinco contra uno.

Repito que sin conocer a fondo, solo es posible especular en el caso de Querétaro, pero, los estudios de casos similares, no solo en el futbol, nos dicen que, cuando vemos violencia con este nivel de saña, casi siempre se trata de mandar un mensaje. ¿a quién? ¿sobre qué? esto le toca resolverlo a la autoridad, aunque, tengo mis dudas sobre que lo hagan, sobre todo tomando en cuenta que fue precisamente la ausencia de autoridad lo que permitió que el incidente creciera y se saliera por completo de control. Esa es la última parte de los cuatro ingredientes, la ausencia del elemento disuasorio. En este caso, a partir de los videos, no solo la seguridad privada (y la inexcusable ausencia de seguridad pública) estuvo ausente, sino que incluso facilitó que el incidente creciera. Creo que no hay mucha necesidad de teoría para entender que el comportamiento de quien debe contener la violencia influye mucho en que esta se desborde o no. Solo por eso, la empresa de seguridad privada tendría que ser la primer responsable de todo esto, no estaríamos hablando tal vez ni de heridos (y posiblemente muertos, por más que se esfuerzan en negar que los haya habido) si los elementos de seguridad hubieran hecho el trabajo para el que los pusieron ahí.

Recopilemos:

Ayer, en el estadio Corregidora, un grupo de personas, en su mayoría jóvenes, de zonas urbanas vulnerables, que se asocian en un grupo de pares en el cual están socialmente obligados a demostrar continuamente acciones de valor, resistencia y agresividad, aprovecharon la ausencia y/o complicidad de la seguridad del estadio para agredir físicamente a los aficionados del equipo rival, con el que ya tenían una confrontación de años atrás. Estos jóvenes venían con el impulso no solo de esta rivalidad, sino con el agravante de la alcoholización y, posiblemente, con alguna consigna de dejar un mensaje de parte de intereses externos al estadio (y vuelvo a aclarar que esta última parte es una hipótesis, con fundamento en situaciones similares acontecidas con anterioridad). La conjunción de los cuatro ingredientes crea la «tormenta perfecta» para que la violencia rebase la confrontación ritualizada que se esperaría de estos grupos y se convierta en destrucción generalizada y violencia con dolo.

¿Fue entonces un «acto irracional»?

¿Fue entonces un «acto irracional»? no, sabían lo que estaban haciendo y por qué lo estaban haciendo, incluso si más de alguno se dejó llevar al integrarse en la masa, no fue una cuestión de «pasión», fue aplicar violencia de manera instrumental, para conseguir algo, el qué es lo que permanece de momento como misterio.

¿Fue «un reflejo de lo que somos como sociedad»?, si, pero no como a la mayoría de los que están soltando esa frase en redes les gustaría verlo. Las barras tienen tanto éxito en México porque hay mucha gente que necesita lo que le ofrecen. El apoyo mutuo, la sensación de pertenencia, la camaradería, la posibilidad de externar y compartir emociones, incluso la posibilidad de sentirse parte de una ciudad, de identificarse con el lugar donde vives y si, incluso la necesidad de, de vez en cuando soltar y recibir golpes, pero sobre todo, la posibilidad de sentir que importas, que lo que haces tiene algún tipo de efecto, todo eso son elementos básicos para la salud mental y emocional de cualquier ser humano, y son elementos que la sociedad que se construyó durante al menos la última generación ha venido negando consistentemente a los jóvenes, en especial a los de zonas urbanas vulnerables. A la vista de esas carencias emocionales y simbólicas, añadidas las carencias económicas, no debe sorprender a nadie que estos jóvenes estén enojados, que carguen de manera continua un enorme resentimiento con una sociedad que los trata con la punta del zapato, cuando no con la suela. Las barras les permiten enfocar ese enojo, esa fuerza acumulada y esa impotencia cotidiana, pero, a veces, e insisto que lo de ayer es la excepción y no la norma, se juntan los ingredientes para que la furia encuentre una salida mucho más destructiva y terrible. Lo de ayer es lo que hemos hecho con los jóvenes del país, es lo que pasa cuando olvidas, humillas, cancelas, denigras y lastimas a toda una generación, porque no caben en los grandes planes macroeconómicos. Nosotros, como sociedad, creamos al «monstruo» y ahora nos asustamos de él.

 

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

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