Tardes y adelfas: obra de madurez de Armando Alonso de Alba
Este año me he reencontrado con la poesía, que en comparación con las otras disciplinas literarias, es la que he leído menos. Lo reconozco. Primero fueron dos excelentes obras: “Ojos de Agua” de Juan Pablo de Ávila y después, una excelente Antología poética del tabasqueño José Carlos Becerra prologada por Octavio Paz. Ambos autores lamentablemente desaparecidos prematuramente, el primero víctima del cáncer y el segundo, en un accidente automovilístico en Brindisi, Italia.
Ahora leí y disfruté “Tardes y adelfas” de mi amigo Armando Alonso de Alba, obra editada por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, apenas hace algunas semanas. Es un excelente libro que muestra la madurez poética de quien ha incursionado en la Literatura desde hace cuarenta años. Para confirmarlo sólo habría que releer es plaqueta publicada en 1992 por el Instituto Cultural de Aguascalientes, “Cambia el amor”.
Coincido con Eudoro Fonseca Yerena, quien prologó la obra, cuando señala que “Tardes y Adelfas es una sucesión de instantáneas tomadas sobre la fugacidad de la vida, encierra la pretensión de fijar mediante la evocación poética una realidad esquiva; sólo la mirada distante tocada por el hálito de la poesía puede convertir en perdurable lo que no sería de otro modo sino pasto para la muerte y el olvido.”
Armando es un poeta de tierra adentro, no porque ahí haya nacido y vivido prácticamente toda su vida, sino porque con su versos nos transporta al Aguascalientes ciudad de los setenta, pero también de nuestros días actuales, tiempo en el que ha llegado a la madurez plena, la misma de la generación a la que pertenecemos ambos.
De ahí que para mi su trabajo es profundamente evocativo, que me traslada a tiempos idos pero entrañables, trazados y tratados bellamente con la pluma y su mentalidad creativa, divorciada de aquel carente de sensibilidad, que no es su particularidad, al contrario, muestra su enorme capacidad contemplativa y de interpretación de lo que está frente a sus ojos.
Nos muestra también nuestra tierra, la que amamos, la de los extremos que aceptamos, desde el sol intenso y abrazador del semidesierto, hasta los días de lluvia anegante, que sólo nos conduce a la contemplación, al soliloquio y al placer etílico en solitario.
Sus versos también estrujan, me aprieta el cogote cuando leo, lo que considero los claroscuros sentimentales y anímicos de mi amigo Armando. Así reaccionó con sus poemas “Igual en la luz y bajo la sombra” o “Segundo tango de invierno”. No es pues una lectura fácil, que solo te solace y haga pasar el rato con bellos dichos.
Al paso del tiempo Armando se ha vuelto más contemplativo y analítico de los hombres y su circunstancia, menos político y más incisivo de la naturaleza humana, sin que ello diga que se haya desdicho de sus posturas de antaño. Para ello habría que revisar su poema “El misterio real que habita en el hombre” y la cita que él hace de Pier Paolo Pasolini.
Al contrario, encontramos en este libro un botón de sus antiguos trabajos, “El muro”. Es tan corto que vale que lo reproduzca:
“Lo vi apenas llegamos a pasillo por donde comenzaba
a entrar la luz platinada del jueves. Fue la mañana en que
escampó, y no pude sino recordar la canción de Nacha
Guevara donde revive el poema de Elouard”:
“Te escribo en los muros de mi niñez,
en todos los cuadernos de mi escuela.
Y he nacido para nombrarte…Libertad”.
Aquí encontramos al Armando de antaño, el de la etapa iconoclasta, profundamente antiimperialista y libertaria, de tiempos de aquel poema dedicado al anarquista catalán que murió cantando. La fusión de aquel autor y el de ahora, expresa el valor literario de alguien que debiera ser más leído y difundido.
Terminé el libro de una sentada y me apresto a escribir lo que éste me dejó.
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