Trabajo, ingreso y placer en la nueva normalidad
En medio de la ola pandemia me encuentro con un revelador trabajo sobre ese fantasma que recorre los países de norte a sur y al que se ha llamado ya la epidemia de la “gran renuncia”. Lo estamos viendo cada día y más temprano que tarde lo viviremos. En Estados Unidos, cuatro millones de trabajadores –oficinistas, empleados de comercio, gastronomía y supermercados, trabajadores de transporte y cargas y «esenciales» (médicos, enfermeros, docentes, cuidadores)– presentaron su renuncia en abril de este año. En Reino Unido, hay más de un millón de empleos vacantes que los reclutadores o empleadores no pueden llenar, a pesar de que existen más de dos millones de personas buscando empleo.
Bajo el título de, Cambio de« Zeitgeist»: trabajo, ingreso y placer en la nueva normalidad, la socióloga argentina Florencia Benson, reflexiona sobre estudios sociales relacionados con la pandemia, la inteligencia artificial, el capitalismo y los cambios que va dejando la peste y la nueva normalidad. Sin desperdicio, en este trabajo se analiza el «índice de tendencia laboral» de Microsoft relevado por el Foro Económico Mundial, en donde al menos 40% de la fuerza laboral juvenil está considerando abandonar su empleo o revisar las condiciones para pasar de modo estable al modo híbrido.
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De acuerdo a esa misma investigación, sobre todo un estudio de la Universidad de Stanford, los jefes declaran que durante la pandemia han prosperado significativamente, y la brecha con los empleados se ha hecho palpable, evidente, dolorosamente indisimulada, en tanto los empleadores solo han realizado tímidos esfuerzos, hasta el momento, para tentar a la demanda a reingresar al empleo formal: se ofrecen bonos de ingreso, aumento de salarios y esquemas híbridos de trabajo (remoto-presencial), pero sin éxito. Asimismo, algunas empresas como LinkedIn y Twitter han brindado beneficios ostentosos a sus empleados, como vacaciones con todo pago o bonos sorpresa, pero, ¿cómo se llegó hasta aquí?
Al desenredar la madeja, Florencia Benson nos habla de que los analistas coinciden en señalar que, al irrumpir la pandemia, los sectores medios-bajos se encontraron en la disyuntiva entre pagar personal de cuidado para sus hijos o renunciar al empleo para cuidarlos ellos mismos, lo cual financieramente tuvo mucho más sentido, al tiempo que evitaron la exposición al virus Fue así que os oficinistas y profesionales, cubriendo largas horas en soledad frente a la computadora, pronto se encontraron cuestionando la relevancia, significado y propósito de sus empleos.
La lógica del deseo y su satisfacción
De esa manera se nos revela que en la nueva normalidad, la ética protestante parece entrar en conflicto con el principio del placer. El constreñimiento al trabajo deja lugar a un inconsciente colectivo que busca el hedonismo para superar un tiempo crítico y de muerte. La lógica del deseo y su satisfacción está vinculada a la pulsión erótica, es decir, a la continuidad de la vida y de la especie: el placer es indisociable de la fecundidad, aun en los casos en que esté mediado por técnicas artificiales. Eso indica, precisamente, la fuerza con que la vitalidad irrumpe y busca los caminos para materializarse, con el esfuerzo y los recursos que sean necesarios.
La pulsión erótica, en este sentido, se relaciona con la natalidad, como quería Hannah Arendt. Cada acción humana conlleva el germen de la disrupción, de la introducción de lo inesperado, de lo improbable sucediendo. La natalidad, para Arendt, equivale a la libertad, y esta, a la capacidad creativa y creadora de la especie humana.
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Así, por un lado, están quienes sostienen que, en el futuro cercano, simplemente no habrá empleo para todos: la automatización reemplazará más empleos de los que se crearán («algunos empleos no volverán», advierten los asesores de Joe Biden). Pero hay corrientes teóricas de la automatización que aseguran lo contrario.
Para las economías periféricas como las de América Latina, este escenario profundiza la disyuntiva en que la región se encuentra, acelerada por la «nueva normalidad», dado que las inversiones escasean y las economías centrales se encuentran enfocadas en resolver sus propias dificultades, absorbiendo los flujos de capital y los cargamentos de vacunas en la misma medida.
Solo observemos que, mientras Elon Musk y Richard Branson fogonean la nueva carrera espacial, buscando quizás reactivar la economía pero, más importante aún, ensayando la misión de colonizar un nuevo territorio donde exiliar a la especie (o al 1% de ella), Bill Gates decide invertir en activos reales, ni más ni menos que la tierra cultivable de Estados Unidos.
Resulta llamativo que el milmillonario decida invertir en aquello que se anuncia que está por extinguirse. En los tres casos, de todas maneras, la inversión permanece en el circuito de la economía central, sin posibilidad de derrame o inclusión alguna.
La pandemia, la tecnología y la voracidad del capitalismo salvaje lo están cambiando todo, ojalá lo entendamos a tiempo y cambiemos nosotros.