Tropezar con la misma piedra
“Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.” GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.
Todo es que no olvidemos que otros atravesaron ya, pestes, guerras, incertidumbres pesarosas y una y otra vez reconstruyeron la marcha, mal que no siempre sacando provecho de la experiencia del desastre. Una y otra vez el mundo y la vida se han visto al punto de sucumbir, y una y otra vez fueron reconstruidos, aunque no han sido al parecer suficiente lección las heridas y adversidades sucedidas en nuestra historia, esa historia que sigue siendo la nuestra, así parezca que los milenios, el pasado, la hayan convertido en ajena.
Como lo han señalado ya más de algunos de nuestros clásicos, la herida ayuda a entender que hay otros afuera de quienes depende nuestra existencia, más allá de nuestra existencia, nuestros sueños o angustias, o con todas ellas, lo humano surge en la desnudez del ser, así esa desnudez parezca asunto complejo y dilatado de entender.
Tropezar con la misma piedra parece ser también un rasgo distintivo de la naturaleza de nuestra sociedad y de las sociedades que nos han antecedido. Hasta que llegamos a esta otra antítesis que desvela la gran crisis ética y humana que caracteriza a la posmodernidad, y que parece conducirnos a la indigencia existencial: agotamiento del modelo de producción hipercapítalista, basado en la acumulación, la explotación de los otros y la depredación del planeta, la destrucción de lo sagrado y la imposición del reino de los fetiches, se diría en la jerga neorrealista. Y entonces llegó la pandemia,
Como entresacamos del discurso de una de las filósofas más influyentes del siglo XX, Hannah Arendt, la milenaria naturaleza, inconquistable, cambiante, inaprensible, se ha confrontado con la fragilidad y vulnerabilidad que entraña la existencia humana; que no solo ha amenazado los complejos y desgastados sistemas económico-políticos tradicionales, sino que ha ido más allá al romper con supuestos categoriales que han conducido a un estado de histeria y paranoia del pensamiento humano. Parafraseando a la pensadora alemana, es dable el advertir como el ser humano pensado no necesariamente es y como esa revelación, ese golpe de realidad fustiga y agota al ser humano verdaderamente viviente.
Si la memoria histórica se fractura o tuerce, no somos nada. Al enterrar en el olvido los aprendizajes de las crisis, hemos enterrado la memoria histórica sin la cual no podremos arribar a ninguna otra orilla. Más allá de las promesas de la modernidad, sus espejismos y truculencias nos estallan ahora en la cara para devolvernos a un exacerbado sentimiento de vulnerabilidad.
Vulnerabilidad como la capacidad disminuida de una persona o un grupo de personas para anticiparse, hacer frente y resistir a los efectos de un peligro natural o causado por la actividad humana, y para recuperarse de los mismos. Parece que no estamos dispuestos
a actuar y prevenir, a resistir y sobreponernos de un impacto y, por lo tanto, braceamos de un lado a otro, inciertos, apenas echados de pronto a las situaciones de riesgo.
Por el contrario, el único camino sería hacernos a la sólida y perseverante idea de que el mundo no es más oscuro o intrincado desde hace dos años y que el drama de estos tiempos debe representar también la oportunidad de valorar de una vez por todas el sentido real de la existencia, sopesar nuestros miedos, la naturaleza liviana y caduca de nuestra condición, más allá de nuestro papel de mercancías de consumo dentro de un mundo absurdo, salvaje y devorador.
Para despedirme por ahora no encontré nada mejor que transcribir este poema del poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, intelectual gigante de todos los tiempos y creador del Teatro Épico:
“Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia”.
Publicado en “HIDROCÁLIDO” / 12.01.2022