Un enfoque acerca de las ideas políticas V
Una interpretación de la Ideología cristiana del poder político
El crecimiento del imperio romano aceleró el cosmopolitismo, pero a raíz de la decadencia y la crisis imperial se desató un proceso de desarticulación-asimilación por la mezcla de culturas, ideas y principios religiosos entre las formas culturales greco-romanas y la de los pueblos conquistados. Así, hubo continuidad dialéctica entre la cultura del paganismo y la cultura de la cristiandad, (combinaron idolatría y superstición con ideas socrático-platónicas, misticismo y exégesis bíblica). Formas de ideología pagana persisten veladamente, evidenciadas en el sincretismo de símbolos y deidades. Ello fue consecuencia directa, ante la disolución del imperio romano, de la expansión de los pueblos germanos y “los bárbaros”, cuyos monarcas deseaban «romanizarse» (con lo cual creían que se “civilizaban”), y una forma era el de ser bautizados, aunque gobernantes y pueblos aceptaran los dogmas cristianos acomodándolos a sus convicciones paganas.
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Así, masivamente, los pueblos fueron “cristianizados”. “Aceptaban la fe del emperador sin renunciar al paganismo” (Salazar Mallén). Incluso en los altares de los antiguos dioses se levantaba la cruz y se impartían misas. Así los obispos expanden y consolidan su poder secular. Jerarquía, burocracia clerical y rito alteran la palabra espiritual.
Ello contraviene abiertamente las prédicas de Jesús de Nazaret (su reino no es de este mundo), quien asumió una actitud y un discurso a favor de los desposeídos (espiritual y socialmente), en contra de los privilegiados y de los que oprimían a los humildes. Establece por primea vez un punto de ruptura entre los notables y los excluidos, a partir de distinguir entre el mal espiritual y el mal social; entre lo humano y lo sagrado; lo natural y lo religioso: el reino de Dios y el reino de los hombres.
En sus epístolas, en un espléndido ejercicio dialéctico, Paulo de Tarso universaliza esta doctrina y la aplica a todos los hombres (no sólo al pueblo judío), cualesquiera que fuese su condición social o su nación. Con ello da un fundamento ético-religioso a lo que luego se convertirían en valores políticos al ser trasladados al ámbito de la sociedad y el Estado, pero distinguiendo básicamente las esferas del individuo y del Estado, con fines propios, diferenciados, confiriendo un sentido singular y una finalidad a la vida del hombre y, por extensión, a los fines de la historia y del Estado.
“Con el martirio de Hypatia —astrónoma, matemática y filósofa neoplatónica— a manos de una turba de cristianos cegados por la nueva fe y manipulados por el obispo de Alejandría, Cirilo … cayó el telón sobre la ciencia clásica. Era marzo de 415 después de Cristo. Pasaron mil años, y Europa descubrió la ciencia y el arte grecolatinos”. (Luis González de Alba/Nexos/1-9-2012)
Agustín de Hipona argumenta la supeditación de la política (la ciudad humana) a la moral religiosa cristiana (ciudad de Dios), en el afán de la justicia, sin la cual no se legitima la sociedad humana. Empero Agustín incurre en una especie de malabarismo teológico: Dios, por igual concede autoridad (poder) al príncipe “malo” que al “bueno”, ya que uno y otro son utilizados en el plan de la divinidad.
El hecho del asesinato Hypatia y las ideologizaciones religiosas de San Agustín, ejemplifican cómo en la Edad Media se estancó el estancamiento del conocimiento (como explicación racional de la naturaleza y el ser humano), porque en última instancia prevalece el dogma, y toda la realidad del mundo y del hombre se interpreta según los textos sagrados. No son necesarios el estudio y el raciocinio para el conocimiento de la naturaleza. Éste es el dogma de la revelación, es la sabiduría, es la inteligencia que proviene del Ser Supremo. Por ello, las ideas políticas se asimilan a la ideología religiosa predominante.
En medio de esas condiciones, los esclavos, privados de su libertad y hasta de su vida, sin límites de nació y de tradición, al creerse libres e iguales en la ciudad universal, admitieron su sujeción al señor como deber moral. Con el hábito del trabajo forjaron la esperanza de la emancipación, y lograron cierta dignidad no reconocida. La carencia de patria y ciudadanía, propició, en cambio, el fortalecimiento de la familia.
Sobre estas bases de la dignidad por el trabajo, la familia y la capacidad para sentirse ciudadano del universo, la clase esclava estuvo en condición de recibir y transmitir la religión de la fraternidad y la universalización del Dios personal que permite trascender este mundo, confiriéndole un nuevo contenido a la libertad y a la vida del individuo. Consecuentemente, fueron los esclavos los más dispuestos a asumir los valores de la cristiandad. Por ello, para Nietzche el cristianismo es la ideología de los esclavos.
Con la consolidación del cristianismo como religión dominante, inicia otro ciclo de largo alcance que da lugar a la ideología cristiana del poder. Su contribución consiste, precisamente, en que forja una idea transcendente de la historia y del destino humano a partir de la magnificencia atribuida al Dios personal y único.
Crea una idea del progreso: el paso de la carne al espíritu. La perfección como acto infinito, un devenir escatológico en el progreso espiritual necesario por el cual la vinculación con la naturaleza es posible y es un deber. El trabajo se establece como regeneración y la libertad individual como responsabilidad ante el tribunal supremo. Se crea así la correlación Dios-historia-humanidad: hay un principio, un fin y un sentido de la historia. Existe un lazo entre lo finito y lo infinito.
La vida del individuo adquiere así un enorme significado: es parte de la creación y del plan divino. Y esa es su historia y su destino: trabajar para alcanzar su lugar en la otra vida. Y el papel de la sociedad y el Estado consiste, precisamente, en colaborar en la consecución de esa realización trascendente.
La historia humana y el mundo, así, dejan de ser la arena para las contiendas entre las divinidades. A partir de la ideología cristiana es el centro de la actividad de Dios mismo. El mundo y el hombre dejan de ser marginales y son la razón de ser de la creación. Más aún: Según el Obispo de Hipona, la república cristiana es la culminación del desarrollo espiritual del hombre (Sabine).
El poder político se constituye, entonces, por Dios y como instrumento de su plan. Es la “espada terrenal”, la parte mundana, al servicio de la “espada espiritual” (la cruz) que es la parte celestial. La ciudad de Dios (religión) y la ciudad del hombre (política y economía). Desde el Concilio de Nicea emana la idea de la Iglesia Universal que encarna la voluntad divina, sobreponiéndose al poder temporal.