Un punto de quiebre
Pasados de celebración por los difuntos, y luego de marchas, caravanas, festivales, rezos, calaveras, maromas y conjuros, más días y noches de intermitentes conatos por rendir homenaje y celebrar a los que se han adelantado, volvemos ahora a los días llanos de un año convulso que ha vuelto a dejar cicatrices sobre las cicatrices del mundo.
Tratando de hacer un recuento anticipado del año que corre, que se va, hemos hablado a lo largo de estos meses además de las grandes oportunidades que la crisis nos sigue ofreciendo, de las calamidades que se sienten ya en un mundo que parece tener un tiempo limitado para actuar si quiere evitar los peores efectos de esta crisis de crisis -el cambio climático-, que justo, demanda una radical respuesta.
La pandemia de covid-19 ha sido el gran problema visible de los dos últimos años, y esperemos que, para fines de 2021, las vacunas se hayan activado y hablemos más sobre el clima que sobre el coronavirus. Desde ya, junto con los compromisos del año que estar por comenzar, las decisiones que se tomen deberán ser decisivas para enfrentar el fantasma más que palpable de un planeta cuya naturaleza atosigada nos envuelve a todos. Estamos en un punto de quiebre.
Dos años de pandemia ojalá nos hayan enseñado que esta vez no es como en las otras crisis; y que nunca las cosas se resuelven con igual intensidad o en equiparables situaciones de complejidad. Hoy es distinto y luego de la fase aguda no hemos llegado aún a una firme etapa de reacción, sabiendo que la etapa de reparación lo único que puede darnos es incertidumbre. Vivimos frente al hecho real y constante del cambio, el deterioro climático, y frente a un futuro imperceptible. Ninguna otra época de la historia humana ha sido tan azarosa, por más que se diga.
Una crisis financiera es solo aquella perturbación económica que se origina por problemas asociados al sistema financiero o monetario, y por tanto, no se debe a problemas estrictamente de la economía real de un país., sino frente al avasallamiento del sistema financiero que puede hundir a un país, pero no a la vida misma.
Atravesamos, entre pocas respuestas y transformaciones institucionales, un estado de inseguridad pública alarmante, sobre el que se establecen en su trasfondo dos características generales, ya señaladas por los estudiosos; la presencia y persistencia de altas tasas delictivas, y la aceptación de que las instituciones policiales y de justicia encuentran importantes limitaciones para poder brindar seguridad ante el delito y, por tanto, han dejado de ser los únicos actores involucrados en su producción. Así como se oye, y es que el imperio de las bandas del crimen organizado no ha dejado de crecer en los últimos 15 años en nuestro país.
Hemos sido insistentes en hablar de que a las calamidades habidas, día con día hemos venido sumando la pesada realidad de vivir aún en un país de desigualdad, de creciente y galopante concentración de la riqueza. Un país de colusiones, de sueldos indignos, de discriminación y marginación, de brutales atentados al ambiente. Crisis de las instituciones, ejercito, Iglesia, parlamentarios, poderes, partidos políticos, etcétera.
Pero más allá, el planeta se enfrenta ya a una triple emergencia medioambiental ligada al cambio climático, la contaminación y la pérdida de la biodiversidad, y según advierte Naciones Unidas, estas suponen una seria amenaza para la humanidad. Vistos de cerca, los fantasmas de hoy ya tienen nombre, la extinción masiva de especies, una generalizada destrucción de hábitats, y un impacto negativo en las condiciones para la regeneración de los recursos naturales. El destino está en nuestras manos.
PD.- A mis amigos y amigas, a mis seres queridos aquí y a quienes se han ido, a todos a quienes pienso, a quienes nombro con la memoria y con los labios. Salud por el viaje. Los honro hoy y todos los días, y les dejo esta prosa, más que de muertos, de vivos y de noviembre .
TODO PASA
Rompemos la semana, el mes, el día, en dos, en tres, en una, en infinitas partes de momentos que transcurren. Vamos bajo soles y lunas, entre ciudades grávidas y calles de prisa, o de pronto somos y estamos en lugares de almas vacías.
Vamos por horarios y autopistas, por calles y sillones y camas y zapatos, por entre instantes de salones y de oficinas y de mesas y abrazos de imborrable memoria. Y un día nos vamos, tomamos nuestra terraza frente al mar del otoño y las olas, o frente al desierto y su horizonte de dunas como violines o cuerpos dormidos.
Un día bajamos por la montaña umbría, abordamos un tren que se pierde pronto tras esta arboleda, volvemos a las estrellas sin zapatos, desnudos y quizá todavía con un último sueño nos acogemos a Caronte, al discurrir de los ríos. No tiene remedio, pero ahora que el viaje continúa, que todo quede, para que nos sea leve, y que no se borren las solidaridades ni los mejores afectos. Que cada día, de alguna manera, la vida recomience.