Una batalla cultural ganada o el mito de la clase media
Las pasadas elecciones han sido una lección en muchos sentidos, por lo que es importante tratar de comprenderlas en toda su complejidad. Uno de los temas que me parecen centrales tiene que ver con la participación de las llamadas “clases medias”, ya que tradicionalmente se les ha asignado un papel central en las transformaciones democráticas. Sabemos que la población de más escasos recursos ha sido un soporte de Morena, sin embargo, sobre las clases medias se mantenía una incógnita sobre todo después de que el propio presidente las menospreciara, al menos en el discurso. Las manifestaciones de la marea rosa revivieron, sin embargo, la idea de que la defensa de la democracia (es decir, del órgano electoral y de la Suprema Corte para garantizar elecciones y la división de poderes) corría de parte de las clases medias. Hubo además varios textos que alimentaron esta idea.
En 2022 Guillermo Velasco y Rodrigo Solá publicaron un Manual “para salvar a México”, y que tenía como título “La rebelión de la clase media”, en singular. Combinaba este libro, por un lado, una suerte de diagnóstico de la mayor participación de este grupo social difícil de definir que es la “clase media”, al mismo tiempo que le asignaba como misión defender la democracia frente a los intentos autoritarios del gobierno de López Obrador. El libro publicado hace dos años, proclamaba algo que parecía novedoso que es la identidad política de la clase media en general como un grupo de oposición, por lo que los autores presagiaban el activismo ciudadano y la candidatura única de la oposición (sin saber incluso el posible nombre de la o el candidato), frente a un presidente que mantendría e incluso aumentaría la polarización en aras de mantener el poder. Señalaban además que no sólo se requería un acuerdo entre los líderes partidistas, sino una movilización social que implicara ampliamente a la ciudadanía para vencer al populismo autoritario.
Este libro continuaba la tesis de que la clase media en México había hecho posible la transición democrática (v. Jorge Castañeda y Dennis L. Gilbert), a partir de la consolidación de una identidad cultural, social y política, más que económica, y que tenía que ver con un cambio fundamental: sentirse partícipes de los cambios en México, frente a la polarización generada por la globalización. Porque habría que señalar que varios autores, entre ellos Christophe Guilluy en No society. El fin de la clase media (2019), habían mostrado que con el ”neoliberalismo” el número de los pobres creció y el “mito de la clase media integrada y en fase de ascención social” fue desmontado por la realidad. De hecho, el mismo autor señala que en buena medida las respuestas políticas de los últimos años eran una clara réplica a la idea de Tatcher de que “no hay sociedad”, la cual negaba la representación de los pobres y de las tradicionales clases medias. En otras palabras, los llamados regímenes “populistas”, al otorgarles no sólo recursos sino también voz y visibilidad a los más pobres y a las clases medias pauperizadas han construido nuevos electorados.
Por ello los resultados de las elecciones no sólo pueden explicarse por los apoyos en efectivo a jóvenes, a adultos mayores y jubilados, sino fundamentalmente por una transformación en la idea de la representación política al convertir en sujetos a los más desfavorecidos por los regímenes “neoliberales”. En este sentido es que se trata no sólo de una nueva “narrativa”, sino que implica un cambio cultural profundo que tiene que ver con la representación política.
En este sentido, hoy sabemos que el voto de las clases medias en general, y de los más desfavorecidos socialmente hablando, mostró por el contrario una clara preferencia por Sheinbaum o en todo caso por la continuidad, lo cual viene a contradecir la idea de que la clase media en México había propiciado la transición democrática y que ésta misma clase la consolidaría. De acuerdo con la “Encuesta nacional de salida de El Financiero”, sin duda de las más consistentes, la clase “Media-media”, que fue la que más salió a votar proporcionalmente (48% del total), el 59% votó a favor de Sheinbaum y sólo un 30% por Xóchitl; la clase “Media-baja” que sólo salió a botar en un 27%, votó incluso más por Sheinbaum (en un 61% a favor), de tal manera que podría decirse que la “rebelión de las clases medias” fue más bien a favor de la candidata de Morena. Incluso, como lo ha comentado otra casa encuestadora “Saber votar”, el voto oculto existía, pero era en favor de Morena ya que en algunos círculos les apenaba decir que votarían por este partido.
Fuente: El Finaciero, “Encuesta de salida a nivel nacional”, junio 04, 2024,
Existen desde luego muchas explicaciones para tratar de comprender el tsunami que representó la votación claramente a favor de la ahora presidenta Sheinbaum y de los candidatos de su partido. Sin duda hay que reconocer que fue uno de los procesos más inequitativos de la historia reciente (por el trabajo de los “siervos de la nación”, la compra de votos, la participación ilegal del Presidente, la intervención del narco, etc.), pero el conteo de los votos afortunadamente siguió funcionando. Lo cierto que para comprender el fenómeno habría que ir más allá de las visiones economicistas, ya que la visión más comprensiva tiene que ver con los aspectos simbólicos o culturales.
La definición de “símbolo”, al menos desde Platón, en un contexto de fragmentación significa la búsqueda de la otra parte, de la unidad perdida. Las interpretaciones de la cultura de los últimos años se han enfocado a la construcción social e histórica de símbolos colectivos”, y en términos historiográficos la historia cultural ha privilegiado las representaciones y las prácticas, de tal forma que podríamos observar tanto los discursos como los resultados mismos. En este sentido, frente a condiciones sociales claramente fragmentadas y ante la falta de una identidad general, la búsqueda de nuestra sociedad en su conjunto ha sido a favor de una visión que le ofrezca nuevamente formar parte de algo más amplio. Es decir, los símbolos actúan y es para propiciar una identidad colectiva. La paradoja del discurso del presidente es que por un lado ha ofrecido símbolos, rituales y frases que han servido para ofrecer una cierta identidad a grupos mayoritarios, y por el otro como parte del mismo discurso se ha diferenciado de los “adversarios”. A final de cuentas, esta narrativa de héroes y villanos, de liberales y conservadores, en fin, de buenos y malos, lo cual es claramente maniqueo, ha servido para ganar una batalla “cultural” que le ha ofrecido elementos de identificación a una buena parte del electorado.
Se trata de un fenómeno poco observado, pero tiene que ver fundamentalmente con una fragmentación surgida desde la crisis del Estado nacional, y la proliferación de identidades parciales, por lo que el ofrecimiento del rescate de una simbología nacionalista frente a los “traidores” a la patria, de recuperar los rituales patrios, entre otros muchos rituales y simbología trastocada, tuvieron su efecto relevante en la población en busca de una identidad general. La incertidumbre propiciada por las condiciones económicas después de la pandemia generó un ambiente de inseguridad que, junto con la violencia, los discursos y los apoyos sirvieron como un lugar de identificación colectiva. Y ante la incertidumbre, que veíamos en un artículo anterior para referirlo a la situación de las elecciones, el hecho de que este gobierno federal ofrezca certezas, si ustedes quieren incompletas e insuficientes, pero al final de cuentas certezas, a través ahora sí de las participaciones sociales, de los apoyos a los jóvenes, etc., y de los discursos, llevaron a una abrumadora mayoría a votar a favor de los candidatos de Morena. Se trata pues de una batalla cultural ganada por este partido, fundamentalmente a través de frases simples y entendibles a la mayoría de la población, aunque fueran parcialmente ciertas o francamente mentiras, como “primero los pobres”.
¿Qué significa este triunfo del partido oficial en la batalla cultural? Primero que por el momento la “rebelión de las clases medias” fue a favor de no sólo una “narrativa” o un “discurso” sino a favor de la pertenencia a un grupo amplio, con símbolos compartidos, y que se ha identificado como parte de una lucha por la hegemonía, como el propio presidente lo ha referido siguiendo los términos de Gramsci. La oposición no supo leer esta “batalla cultural”, o en todo caso pensó que la podía revertir al cuestionar a los candidatos oficiales de corrupción, pero al ser identificada claramente como el PRIAN, todo discurso opositor terminaba por morderse la lengua.
Esperemos también que esta “batalla cultural” no sea una guerra definitiva, sino que permita la resistencia y la construcción de una oposición que sepa identificar el proyecto nacional que hace falta para el siglo XXI. Porque pareciera que seguimos anclados en el pasado en cuanto a la discusión sobre proyectos nacionales. Se requiere por ello un proyecto que entre otras cuestiones resignifique la idea nacional para las mayorías, es decir que imaginemos una nación desarrollada y con estándares de igualdad similares a las de los países más avanzados (ahora seguimos entre las naciones con mayor pobreza), con ingreso per cápita suficiente que permita incluso una mayor y mejor participación ciudadana (no condicionada por las entregas en efectivo), en fin, un proyecto que sepa encontrar los equilibrios entre justicia y libertad.
Me resisto a pensar que la reinstauración de un partido hegemónico pueda significar una mayor democracia, y que las buenas intenciones sean suficientes para alcanzar un mayor crecimiento y una mejor distribución de la riqueza. Sin embargo, la prudencia mostrada por la presidenta electa y por su jefe de transición, el Dr. Juan Ramón de la Fuente, sobre todo cuando afirmó con Aristegui que “ni la ruptura ni la sumisión” sería la guía del cambio de gobierno, además de señalar que los estilos personales serían diferentes, que el orden de las prioridades cambiarían, etc., ofrece una ventana de diálogo y principalmente de salir de esa dinámica despótica de aplastar a las minorías y de imponer las reformas anunciadas incluso sin esperar los resultados en la representación, sobre todo de diputados. Ojalá que esa prudencia predomine en estos tiempos aciagos, la nación lo necesita.