Una Democracia de Parto Largo
La democracia es una aspiración, un ideal pero también una manera de tomar decisiones entre los miembros de una comunidad y, a través de ella, regular la convivencia.
Llegamos a una fecha crucial para nuestra democracia, que como todo sistema perfeccionable tiene como punto de partida la existencia en ella de desacuerdos, y parte de su tarea consiste en generar acuerdos, ya que somos los miembros de esa sociedad los que tenemos que resolver los problemas conjuntamente con la autoridades, y no puede haber exclusiones. Las sociedades democráticas tienen que ser de alguna manera un sistema de cooperación.
Las elecciones, por mucho que hayamos mejorado en su organización y resultados, no agotan la participación ciudadana. Existen, y de eso debe tomar conciencia la ciudadanía, múltiples canales institucionales que viabilizan una suerte de consulta constante a la población más allá de los comicios.
Desde que hace unos años en la década de los setentas y ochentas empezamos a tomar conciencia de la crisis, la insatisfacción con la situación económica y social de nuestro país se convirtió en indignación, con motivos más que sobrados, que existían en realidad desde mucho antes. Las voces de la indignación no exigían otro régimen político, distinto a la democracia, sino todo lo contrario: pedían su realización auténtica. Nadie sugería que imagináramos otra forma de gobierno, sino una democracia radical.
A lo largo de esos años, se hablaba y se habla hoy de falta de legitimidad de la política, pero equivocadamente, porque los representantes y las instituciones eran legítimos, como lo son ahora. Lo que había sufrido un serio desgaste era la credibilidad de unos y otras, lo cual no es determinante desde el punto de vista legal, pero resulta gravísimo para la vida cotidiana, porque sin confianza no funciona la democracia.
Vivimos la crisis de la democracia de parto largo, y también una grave polarización que ha impedido generar acuerdos. Y la democracia consiste en agregar los intereses en conflicto de modo que se satisfagan los de la mayoría, o los de la suma mayoritaria de minorías, que es lo que hay y es donde estamos; pero necesita un norte para llegar a políticas no sólo legítimas, sino también justas. Ese norte consistiría en economizar desacuerdos, en tratar de encontrar la mayor cantidad de acuerdos posible, buscando un núcleo compartido de exigencias básicas, que una sociedad democrática del siglo XXI debería satisfacer para estar a la altura de los valores sobre los que se sustenta. Los partidos que defiendan ese núcleo deberían conjugar sus esfuerzos para convertirlo en realidad, a través de pactos; y sobre todo, a través de realizaciones.
La equivocada, pero entendible, presunción de que el arribo democrático marcaría una especie de hora cero a partir de la cual comenzarían a superarse los más arraigados y lacerantes problemas del país, ha hecho que la percepción de lo que debería ser nuestra democracia, esté sobrecargada de expectativas. En países como México, con obscenas desigualdades económicas y sociales, las ilusiones de que la transición democrática no sea ciega a esas esferas son muchas, como si pensara en nuestro país, Mauricio Merino ha escrito que lo que hace que valga la pena intentar la democracia es únicamente la perspectiva de que la repartición, la distribución y el crecimiento económicos no están del todo fuera del alcance de por lo menos formas indirectas de control gubernamental. Pero, la democracia, como parcial y subjetivamente hablamos de ella aquí, es un sistema complejo y permanentemente inacabado
La democracia debe ser sobre todo un régimen de vida que, al fin moderno, supone complejidad. Pero no podía ser de otra forma. México, si pensamos en sus muchas contradicciones, no toleraría un régimen que, faltando el respeto a su complejidad, pretendiera simplificar la función de gobierno mediante fórmulas impresentables, sino convocando y abriéndose a la participación; a que el ciudadano sea en verdad parte de las soluciones al escribir su propia historia.
En los ciudadanos reside una gran responsabilidad respecto de la consolidación democrática, porque, recordando al entrañable Cortázar, lo bueno de los ideales y las utopías es que son realizables.
En México, luego de tomarnos del brazo de la democracia, y de ella ligada con la alternancia de gobierno, la situación ha tendido a ponerse caprichosa: sentada a nuestro lado, bien cerquita de las ilusiones, la democracia parece no entusiasmarnos demasiado. El problema tiene una de sus causas en el déficit de participación ciudadana. Pero hay otros, más peliagudos, que desalentando esta participación estrechan asimismo las posibilidades de que la democracia nos seduzca, como bien señala el propio Merino (“La Participación Ciudadana en la Democracia”, “La democracia pendiente”, y otros)).
Una cosa es clara, no existe la Verdad en política, existe la búsqueda conjunta de lo justo y lo conveniente.
Publicado en “Hidrocálido”. 02.06.2021