¿Y LA SEGURIDAD APÁ
No recuerdo en mis setenta y tantos años de vida una etapa de tanta violencia e inseguridad en Aguascalientes, como la que estamos viviendo. Al extremo de que en este mi periódico ya no merecen notas individuales los asesinatos, sino que en una sola nota se da cuenta de varios homicidios. Ya es tan usual, que podemos despachar la información de 4 o 5 crímenes de un jalón. Lo extraño es la tranquilidad, diría pasividad con que la gente lo asume. Mala señal, acostumbrarse a la violencia, acostumbrarse a la inseguridad, acostumbrarse a las mentiras y justificaciones y hacer como que no pasa nada.
Luego de la Cristíada y del Rescoldo, las instituciones creadas por el “Turco”, Plutarco Elías Calles, poco a poco fueron logrando la pacificación y el progreso del país, que llegó a alcanzar tasas de crecimiento del 8 por ciento anual, aunque también graves tasas de inflación, la desigualdad persistía en la mayor parte del país y con ello regiones conflictivas y otras francamente peligrosas. Aguascalientes, la Arcadia Feliz, como le llamó el presidente José López Portillo, parecía en efecto un oásis, situada en una confluencia de caminos, enlace entre norte y sur y oriente poniente, sin problemas de integración racial, con una población predominantemente mestizay con una tradición costumbrista y cultural muy propia de los orígenes alteños de la mayoría de su población, gente de trabajo, leal y apegada a sus creencias y a sus valores.
Gente buena, puso en el lema del estado Don Alejandro Topete del Valle y, de alguna manera, se hacía honor a ello. La muerte de Abel Campos y Tomasito Martínez, en una especie de duelo, dió para chismes y comentarios durante muchos años. Los asaltos y fugas del “Capitán Fantasma”, de “La liebre” y “El gato” se volvían legendarias y daban para tema de conversación por muchos años. Pendencieros como “Los golondrinos” eran damas de compañía con respecto a lo que ahora vemos. Rateros y raterillos como los “hélices”, “el dientes podridos”, “el general” y “el generalito”, “la marrana”, etc., embaizes y descuenteros, eran traviesos inocentes frente a la delincuencia actual y sus alcances.
En días pasados se anunció, con bombo y platillo como bando de feria la firma de un pacto de colaboración interinstitucional entre el estado y los ayuntamientos y sus respectivas policías. No es por aguarles el pacto, pero les tengo noticias, ese convenio o pacto o acuerdo, existe desde el gobierno del Lic. Otto Granados Roldán, al márgen de que estrictamente no sería necesario, porque los cuerpos de seguridad por ley, están obligados a colaborar entre sí.
Con las reformas promovidas por el presidente Miguel de Lo Más Gris al artículo 115 constitucional, se fortalecieron las administraciones municipales, con el error, en mi opinión, de hacerlas pequeños “estaditos” rebasando el concepto de administración descentralizada por territorio. Las policías preventivas pasaban por disposición constitucional a los ayuntamientos, y los estados quedaban sin un organismo policíaco propio. En Aguascalientes se creó la policía estatal, un tanto al margen de la disposición constitucional, y para darle soporte, legitimidad y aceptación, se llevó a cabo el pacto, convenio o acuerdo, para el trabajo cooperativo entre estado y municipios. Creo que a Orozco se le olvidó, cómo tantas otras cosas que olvidó por su avaricia y desvergüenza, sin embargo allí estaba.
El estado había soportado más o menos bien los embates de los grupos criminales, en particular de los narcotraficantes, se decía, sin mayor fundamento, que existía una especie de acuerdo entre capos, para que Aguascalientes fuera un terreno neutral. Un primer aviso, grave, fue la incursión inesperada de las autoridades federales apoyadas por el ejército, para detener y sacar del estado a una familia de narcos que vivían en un fraccionamiento cerrado frente al INEGI. Hubo otras incursiones posteriores que provocaron cierta desazón que no llegó a mayores,
Durante la presidencia municipal del Ing. Gabriel Arellano de plano esto se descompuso, se le ocurrió traer un grupo o al menos la organización policíaca de Chihuahua que se denominaba CIPOL, su llegada provocó división y enfrentamiento y se decía, que, finalmente la ciudad se dividió en dos, separada por la avenida López Mateos, y controlada por dos carteles diferentes, cada uno en su sector. Seguramente se recordará que el jefe de la agrupación policíaca fue apresado por las autoridades federales y sujeto a proceso.
Con Martín Orozco el asunto se agravó, en una acción no aclarada “le” mataron a su comandante de policía (lo entrecomillo porque se dice que tenían una fuerte relación), luego vino el tristemente recordado “jueves negro”. Después de él ya no fue posible tapar el sol con un dedo. La presencia de grupos delincuenciales es innegable y desde luego es innegable el incremento de la drogadicción que alcanza proporciones alarmantes desde la niñez, según datos de los organismos encargados de su atención.
En otras ocasiones he sostenido que las adicciones y su tráfico no son problema de seguridad social sino de salud pública, mientras no cambiemos el enfoque su combate será inútil. Las drogas han acompañado y acompañarán a la humanidad. Hay que ofrecer a los adictos atención, tratamiento o su dosis necesaria.
No será con programas, pactos, declaraciones y visiones optimistas que pretenden minimizar la peligrosa realidad, que se pueda superar la situación actual. Los medios de comunicación dan cuenta un día y otro también de la comisión de ilícitos de todo tipo, algunos que proliferan a la sombra de los crimenes mayores, el robo a casas habitación en que ocupamos un vergonzoso primer lugar en el país, y otros delitos que sin atentar contra la vida si afectan el orden y la paz públicas, son el pan nuestro de cada día.
Ya Aguascalientes no se ve como el área que se había mantenido al margen de la inseguridad y la delincuencia. Hay que aceptarlo, reconocerlo y trabajar en consecuencia. Los discursos, hasta la fecha, no han cambiado las condiciones de la comunidad.
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