Tres de Viernes Santo
De estos días solo uno al año. Por la mañana paseantes de mejillas rosadas por el sol a plomo, por la tarde, guardados en casa por unas horas ya serán otros los rostros, las miradas, y alguien estará de seguro tras de una ventana pensando los caminos desolados por donde la fe milenaria se ha perdido y reencontrado, y vuelto a extraviar.
Imágenes como fotografías de la memoria. Una tarde como esta de nubes sin rumbo pronto escondiéndose bajo el cielo aperlado. Una tarde de cigarras y adelfas, de automóviles antiguos y verdes.
II
En otros caminos un viernes santo de ausencias mirabas la veleta inmóvil del hotel de Gines, la vista hacia el poniente de la ciudad. Luego tomabas el rumbo de aquellas sombras veloces que rebasaba el autobús, bajando por el paisaje de retamas y curvas, de naranjos e historias enterradas en el corazón de las piedras. Si abrías la ventana escuchabas venir y alejarse el estribillo de quienes caminaban por entre la enorme ciénaga cortada en dos por la culebra. Sevilla era toda a la distancia, un bello camposanto dormido junto al río, amarillento y verde,
III
Chopos, un tren a lo lejos, pendientes que se descubren cuando la ciudad se vuelve noche y finalmente llegas al bar de Sierpes, donde se sienta frente a ti y pide un jerez de color encendido, al tiempo en que los turistas salen para encontrar la procesión.