“AMSTERDAM”

Éste es uno de ésos proyectos que desde su anuncio hacían agua la boca por su director, un David O. Russell en efervescencia cuyas películas anteriores iban de lo apreciable a lo excelente (“Juegos del Destino”, “El Peleador”, “Estafa Americana”, et al.) y un reparto de ensueño donde el cineasta repetía mancuerna con su actor fetiche Christian Bale mientras que el experimentado Robert de Niro participaba de nuevo en un rol secundario como lo venía haciendo en otros filmes de Russell a la vez que estrellas boyantes de la talla de Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Margot Robbie y John David Washington tendrían la oportunidad de alternar con ellos mientras que otros histriones de interés como Mike Myers o Michael Shannon contribuían al enriquecimiento de personajes en la trama, una que también lucía suculenta al abordar la verdadera historia de una falange subterránea conformada por empresarios y ricachones conservadores para destituir al presidente Roosevelt en la década de los 30’s mediante un musitado coup d’etat.
Por desgracia el resultado es una cadena de eventos que transitan torpemente en la pantalla que buscan concatenarse mediante el seguimiento a los personajes principales, un doctor con un ojo de vidrio que experimenta con varias sustancias para ayudar a quienes no pueden pagar una atención médica estándar llamado Burt Berendsen (Bale) y su mejor amigo, el abogado de color Harold Woodman (Washington).
Ambos son veteranos de guerra y la trama exige que se involucren en el esclarecimiento del misterioso asesinato por envenenamiento de un avejentado coronel (Ed Begley Jr.) que estuvo al mando de su escuadrón tiempo atrás en una batalla que llevó a los dos al hospital donde conocerán a una supuesta enfermera de nombre Valerie (Robbie) quien resulta ser una amante de la fotografía y artista surrealista que recolecta la metralla alojada en los soldados para fundirla y hacer piezas artísticas.
Para escapar de los estragos causados por el conflicto bélico los tres huyen a Ámsterdam donde llevarán una vida bohemia y será el marco para el romance floreciente entre Harold y Valerie, quien termina por abandonarlo de forma misteriosa.





Una vez que Berendsen y Woodman regresan a su país natal, son posteriormente culpados por la muerte de la hija del coronel (Taylor Swift) arrollada por un auto, así que ahora ambos deberán resolver el crimen y limpiar su nombre, situación que los lleva a reencontrarse con Valerie y toparse con una pareja burguesa (Malek y Taylor-Joy) que pueden tener la clave de éste asunto, así como dos agentes del gobierno fascinados por la ornitología (Shannon y Myers) que buscan ayudarlos mediante valiosas pistas donde dejan ver la conjura en contra del primer mandatario que a su vez los conducirán a un militar veterano llamado Dillenbeck (de Niro) que tiene la facultad de detener el complot que de paso los exonerará ante la justicia. La morrocotuda trama busca una autosuficiencia justificada en los excéntricos personajes y una trama solvente, pero Russell ahora sí no pudo concretar sus elementos y toda intención narrativa dispersa como hojas en el viento ante la densa capitulación de su historia, una que desconecta sus eslabones por la debilidad argumental con que se conciben como si los diálogos ingeniosos o las manías conductuales de sus personajes fueran suficiente.
Una espléndida fotografía que hace maravillas con la rica puesta en escena solo acentúa las carencias dramáticas y el malogrado desarrollo psicológico y emocional de los protagonistas, dos seres que funcionan mejor a nivel de química gracias a la sinergia adecuada que desarrollan Bale y Washington a cuadro pero que no embona con el proceso.
El resto del reparto aparenta estar en una pasarela Hollywoodense donde sus roles no dan para mucho más que superficiales arquetipos mientras que la pintoresca historia busca aparear el humor negro con la intriga y el drama, lo que sí ocurrió en “Estafa Americana” de Russell y aquí no puede producirse. “Amsterdam” es un ejercicio desconcertante no por la complejidad de su desarrollo, sino porque muestra a un David O. Russell tal vez víctima de su propia fama que lo orilló a concebir la imposibilidad de no dirigir correctamente una película o un ego que ya le nubla un poco la mirada creativa.
Sea cual sea el caso, esperemos sea nada más un bache en una carrera que aún promete y de la que seguramente veremos más y mejores cosas.
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