Dónde están aquellos que dotarán de sentido a una existencia sin sentido?

Dónde están aquellos que dotarán de sentido a una existencia sin sentido?

¿Dónde están aquellos que dotarán de sentido a una existencia sin sentido?

Parece que la angustia por la pandemia no durará mucho, y que peor aún, la humanidad poco cambiará justo cuando o se renueva o se despeña al abismo del caos. Medio mundo espera con ansía la vacuna milagrosa -ya sabemos no lo será-, el volver a la normalidad de las vidas ordinarias, justo cuando ante el jinete de la peste el desafío era formarnos una nueva conciencia de nosotros mismos, de la sociedad de desperdicio y precariedad en que vivimos. Justo cuando es impostergable aprender la lección, vivir de otra manera, volvernos a pertenecer, legar a nuestros hijos un mundo en sanación. Ni más ni menos, atender la consigna escrita en los muros de París durante las jornadas de mayo de1968; «Cambiar el mundo, cambiar la vida”

[bctt tweet=»Parece que seguiremos apostando a una vida sin sentido, donde el deseo seguirá detrás de todo,» username=»crisolhoy»]

Pero al parecer las personas ordinarias solo quieren volver a la normalidad,  no quieren una revolución, ni detener la involución, ni renovarse ni nada, quieren estar de vuelta en el mundo y la vida que tenían, de susbsistencia dificil pero pasable porque la alienación que priva en el mundo de hoy todo lo atosiga; se cumplen los pequeños desesos y los otros se dejan para adelante, porque en el aturdimiento social de los más, no se puede renunciar a la ilusión de que llegarán tiempos mejores, a costa de lo que sea. Todo menos perder lo que tenías, aunque eso fuera nada más un envoltorio del que dependías.

Javier Cercas, el escritor español acaba de señalar en su reciente intervención en la FIL Guadalajara que no es la primera vez que ocurre algo así en la historia de la humanidad, y “el mundo ha seguido exactamente igual”, dice el aclamado novelista al hablar de la pandemia, de la que señala, si no hubiera sido una catástrofe colectiva, para él hubiera sido una bendición personal.  Y lo ha sido para algunos, la oportunidad de contemplorar, de tener el pleno conocimiento de la ruína de sociedad y relaciones sociales en que vivimos, marcadas por la desigualidad, el hambre y la guerra, hoy para largo acompañadas del jinete que cabalga junto con ellas; la peste, sinónimo de la muerte y la desolación. Porque luego de la ilusión de la vacuna y la vuelta a la “normalidad”, si no cambiamos radicalmente, lo acaban de decir expertos de la ONU; lo peor estará por venir.

Así que la tristeza acumulada de estos años, antes mucho antes de la pandemia, tan solo nos podrá confirmar la cereteza única de la fragilidad de la vida y del desmoronamiento acelerado de amorfo cuerpo enfermo llamado sociedad, esa que nos hemos inventado para tratar de cubrir la manera monstruosa en que unos pocos abusan de esas mayorías en su mayoría, muertas en vida, inermes, indolentes, descrítas hace ya muchos años por Miguel de Unamuno; “mansas y ordenadas muchedumbres de seres que nacen, crecen, se desarrollan y mueren”. 

¿Dónde está el hombre rebelde de  Camus? ¿Dónde aquellos que dotarán de sentido a una existencia sin sentido?. Más allá de mi optimismo práctico que hoy se ha quedado dormido hasta altas horas. Más allá,  la decepción,la  tristeza por los hijos y los nietos a quienes seguro  heredaremos un mundo mucho peor del que recibimos, mucho peor. Tenemos la sensación de ser exiliados en nuestro propio espacio, ajenos a nuestra potencialidades, débiles ante los bichos de la peste, llenos de ese estupor que es una indiferencia tan absoluta como sospechosa,  y a la vez indignados por la actitud de nuestros contemporáneos. Vendrá la desescalada y el retorno a la vida ordinadria de ayer, hay que insistir, será como seguir el camino al abismo, ante la ceguera y la obsecación de nuestros paisanos, negados como especie, condenados como hombres a ser es la única criatura que se niega a ser lo que es, en palabras del más puro existencialismo. 

Parece que seguiremos apostando a una vida sin sentido, donde el deseo seguirá detrás de todo, siempre al lado y por delante de la ambición y los sueños de las personas que pueden tomar todos los caminos posibles para no llegar a ninguno. Nacen, crecen, comen, se desarrollan y mueren…

Veo  a lo lejos la torre y copas de los árboles de la plaza del barrio en que creció mi Padre, de aquí allá en el aire invernal parece extenderse  el tiempo que ha pasado, el que pasa, el que pasará. De aquí a allá las cosas que tuvimos, los momentos que atesoramos y se fueron como agua entre las manos, aunque la fuente siga allá, omnipresente, azul turquesa, rodeada de bancas para los amantes y los desheredados, ellos, sus rostros y sus zapatos tan desgastados  como las ramas viejas de los encinos, como los instantes de noviembre, nebulosos, vítreos, apenas resurgidos un momento para volver a ser el silencio de esas piedras porosas: «Esas piedras: tu destino». 

Volveremos a la antigua religión del consumo, del poseer, del pasar sobre los otros, del vivir y tirar el vivir,  porque la gente piensa en sí misma como en lo que posee, no en lo que es ella misma en realidad o en lo que se puede transformar.  En parte porque el sistema de explotación salvaje quiere que te centres en lo que no tienes, para que en eso luches y perezcas.  

Es el sistema de la eterna insatisfacción. Es una trampa. Hagas lo que hagas, nunca tendrás suficiente, ha dicho alguien. 

   Publicado en “Hidrocálido”   09.12.2020

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!